11 de febrero de 2015
El nuevo gobierno del líder indígena tiene como desafíos consolidar sus logros y profundizar las reformas con miras a reducir inequidades que aún subsisten. Tensiones con Chile y Estados Unidos.
Evo Morales asumió su tercer mandato como presidente boliviano. En una ceremonia ancestral celebrada en las ruinas de Tiahuanaco y vestido con una túnica de vicuña, el mandatario reafirmó una vez más su carácter como líder indígena y anunció que nada detendrá el «proceso de cambio» que el país inició a comienzos de 2006. Por el contrario, dijo que profundizará su programa «Vivir bien», de raigambre originaria, con el que espera erradicar la pobreza en el año 2025. «No planteamos volver al pasado, sino recuperar lo mejor de nuestra historia para combinarlo con la modernidad», aseguró ante representantes de 40 países.
Al día siguiente, Morales juró ante el Parlamento e inició un nuevo mandato con un fenomenal apoyo popular, pero también con una serie de desafíos por delante que requerirán una titánica tarea por parte del primer presidente indígena de la historia boliviana. Porque, a pesar de que en los últimos años avanzó varios kilómetros en la batalla por reconquistar la soberanía perdida tras décadas de importante influencia extranjera, Bolivia todavía hoy es escenario de profundas inequidades sociales. Un país que desde la llegada al poder del Movimiento al Socialismo (MAS) supo reposicionarse en el plano internacional, pero que también mantiene una tensa relación con el vecino Chile por el conflicto marítimo. Y que no está exento de dolorosas heridas culturales que lo convierten en terreno fértil para la propagación de la discriminación y la violencia.
Después de vencer con el 61% de los votos en las elecciones de octubre pasado, Morales comenzó a delinear lo que será su futuro gobierno. El objetivo, señaló el presidente, es mantener el crecimiento económico –el año pasado fue del 5,7%, el más alto de la región– y «pasar de la economía de la materia prima a la economía de la industria». Es decir, convertir a su país, históricamente enfocado en la producción hidrocarburífera y minera, en un territorio con desarrollo tecnológico, capaz de producir conocimiento y exportar productos con alto valor agregado.
Plataformas
Consultado por Acción, Alfredo Grieco y Bavio, periodista argentino y exeditor del diario paceño La Razón, opinó que Morales seguirá siendo «el líder del proceso de cambio nacional y popular que desde 2005 viene haciendo de Bolivia, con una inflexión que hoy es socialista y desarrollista antes que etno-cultural, uno de los estados más viables del hemisferio».
En esa línea, el embajador argentino en el Estado Plurinacional de Bolivia, Ariel Basteiro, aseguró que «este tercer período se encamina a ser el de afianzamiento de la refundación boliviana». Para el funcionario, será también un gobierno de «consolidación del crecimiento y el desarrollo económico-social, en el que se convertirá a Bolivia en un Estado participativo, de los movimientos sociales, campesinos y trabajadores».
El ambicioso plan descrito por Basteiro e impulsado por el gobierno del MAS quedó plasmado en la llamada Agenda Patriótica del Bicentenario 2025. La plataforma consta de 13 «pilares fundamentales», entre los que se destacan la erradicación total de la pobreza y la socialización de los servicios básicos. Sucede que, pese a los avances logrados por Morales en sus 9 años de gobierno, Bolivia es uno de los países más pobres de la región. Según datos oficiales, aún hay un 18% de la población sumergida en la pobreza. Y si bien la cobertura de saneamiento básico aumentó un 7,7% desde el arribo de Morales al Palacio Quemado, el último informe del Ministerio de Medio Ambiente y Aguas indica que la mitad de los bolivianos carece de alcantarillado y baños aptos para su uso.
Para hacer frente a esa situación, Morales propuso llevar adelante una «verdadera revolución democrática y cultural» que arribe a 2025 con «todos los recursos naturales y servicios estratégicos» en manos del Estado. Bolivia, según su plan, ya «no será nunca más un país mendigo arrodillado ante las transnacionales».
Otro de los puntos salientes de la Agenda Patriótica es la recuperación de la salida soberana al Océano Pacífico, un beneficio perdido tras la guerra con Chile de 1879. Bolivia rompió relaciones diplomáticas con el país vecino en 1978 y las tensiones, lejos de disminuir, parecen ser cada vez más notorias. Tanto, que el cruce de declaraciones entre Morales y las autoridades chilenas llevó a que la presidenta Michelle Bachelet fuera una de las grandes ausentes en la asunción del mandatario boliviano en Tiahuanaco.
La tensión va en aumento desde abril de 2012, cuando Morales presentó una demanda marítima ante la Corte Internacional de Justicia (CIJ) de La Haya para que Chile negocie de manera diplomática un acceso soberano al Pacífico. Tanto con Sebastián Piñera como con Bachelet, el gobierno chileno rechazó cualquier intento de negociación y recordó que ambos países fijaron libremente sus límites en 1904. Si bien la CIJ todavía no se pronunció al respecto, Morales dijo que sostendrá la demanda. El conflicto es una de las heridas que aún sangran en la dramática historia boliviana, que parece extremadamente difícil de curar.
Otra incógnita en este tercer mandato es el trazado del nuevo mapa de relaciones entre Bolivia y Estados Unidos. Ambos países carecen de embajadores desde setiembre de 2008, cuando Morales expulsó al diplomático estadounidense Philip Goldberg por la injerencia política que el funcionario ejercía dentro del país. La Casa Blanca respondió haciendo lo propio con el embajador boliviano Gustavo Guzmán y las relaciones bilaterales se redujeron al nivel de encargados de negocios. En octubre del año pasado, el presidente andino dijo que «sin Estados Unidos estamos mejor tanto en lo político como en lo económico, entonces la pregunta es: ¿para qué necesitaría Bolivia a Estados Unidos? Y la respuesta es: para nada».
Pero las cosas cambiaron a partir del acuerdo de diciembre pasado entre Estados Unidos y Cuba para recomponer sus vínculos. El canciller boliviano David Choquehuanca pidió una reunión del «más alto nivel» para que Morales y el presidente estadounidense Barack Obama reconstruyan la resquebrajada relación entre ambos países. Un gesto que fue saludado por el encargado de negocios de la Casa Blanca, Peter Brennan, quien aseguró que trabajará en ese sentido. Por lo pronto, la primera señal de acercamiento se dio en la asunción de Morales, adonde Estados Unidos envió una comitiva diplomática.
Arduo trabajo
El reelecto presidente boliviano también tendrá que enfrentar los problemas estructurales que sufre el anquilosado aparato judicial de su país. «El desafío del gobierno será reformar el sistema de administración de justicia para revertir el fracaso más importante en sus dos anteriores gestiones. Actualmente, este sistema, que incluye tribunales judiciales, el Ministerio Público, la Policía Nacional y cárceles, ha colapsado y la desconfianza social es muy alta», dijo, desde Santa Cruz, el investigador y analista político boliviano Gustavo Pedraza.
Organismos como Amnistía Internacional (AI) denunciaron en varias ocasiones la lentitud de los procesos judiciales en Bolivia y las dificultades que encuentra la población para acceder al sistema judicial. Además, aún continúan impunes los casos de personas desaparecidas y torturadas durante los gobiernos militares que se sucedieron entre 1964 y 1982.
Otro de los problemas vigentes es que en el país hay una grave crisis de hacinamiento en las cárceles, donde el 83% de los reclusos están presos a la espera de la celebración de un juicio. Por otro lado, la Organización Panamericana de la Salud (OPS) ubicó a Bolivia como la nación latinoamericana con mayor cantidad de casos de violencia física contra mujeres. Según el organismo internacional, 7 de cada 10 mujeres bolivianas sufrieron algún tipo de violencia en su vida.
Aunque el mandato de Morales recién comienza, dirigentes oficialistas y opositores ya están discutiendo sobre lo que ocurrirá en 2020, cuando sea momento de elegir nuevo presidente. Bajo la actual Constitución, el líder indígena no podría presentarse a una reelección. Sin embargo, como apunta el periodista Grieco y Bavio, el buen resultado obtenido en los comicios de octubre le aseguró al MAS los dos tercios de la Asamblea Plurinacional, «un número imprescindible para lograr la reelección indefinida de Evo». Para el autor de De la Tricolor a la Wiphala, antología de narrativa boliviana en tiempos de Evo Morales, de ese modo el oficialismo resolvió «su mayor problema: la sucesión de un líder que en tres mandatos no ha desgastado su carisma en rutina».
El camino transitado indica que Morales tendrá un arduo trabajo para revertir los dramas estructurales que Bolivia sufre como consecuencia de años ininterrumpidos de neoliberalismo. No solo deberá enfrentar los embates de la conservadora oposición local, sino también los de la derecha internacional, tan presta a poner palos en la rueda sobre los procesos transformadores. El primer desafío fuerte que el presidente tendrá este año serán las elecciones regionales de marzo, en las que deberá reafirmar el apoyo conseguido desde enero de 2006.
Respaldo mayoritario
El apoyo popular obtenido por Evo Morales en las tres elecciones que lo consagraron como presidente es el resultado de una política que le devolvió la dignidad a los sectores más humildes de la población. Sin embargo, en los últimos comicios el líder indígena también consiguió el visto bueno de una región que antiguamente le era hostil: la llamada Media Luna, es decir el Oriente del país, donde la población no es mayoritariamente indígena.
Desde el primer día de mandato, Morales ni siquiera podía aterrizar en la ciudad de Santa Cruz, dominada por la oligarquía boliviana. Tradicionalmente conservadores, los dirigentes de la Media Luna realizaron una intentona golpista en 2008 en rechazo a las nacionalizaciones en el área de hidrocarburos, que afectaron a grandes multinacionales como Repsol y British Petroleum, y con las que el Estado logró controlar un 35% de la economía. Una política que permitió que Bolivia sea el país que más redujo los niveles de pobreza en la región, pasando de un 38% a un 18% en 8 años.
Las relaciones entre el gobierno y la Media Luna comenzaron a cambiar cuando la derecha observó que las políticas de Morales no solo garantizaban el mejoramiento de las condiciones de vida de los trabajadores, sino también de sectores medios y empresarios. El promedio del crecimiento del PBI entre 1985 y 2005 fue de solo un 3%, mientras que bajo los gobiernos del MAS se elevó al 5%. El ingreso per cápita subió de 1.182 a 2.757 dólares y el desempleo cayó del 8,1% al 3,2%.
En las últimas elecciones, Morales ganó en 7 de los 9 departamentos de la Media Luna. «No nos debe interesar quién está en el poder político mientras haga funcionar al país», explicó Daniel Sánchez, presidente de la Confederación de Empresarios Privados de Bolivia y antiguo opositor al gobierno.
Morales también recibió elogios del Banco Mundial (BM) y del Fondo Monetario Internacional (FMI). Hasta el diario The Wall Street Journal terminó aplaudiendo su gestión por los niveles de gasto e inflación controlados.
—Manuel Alfieri