Política para mirar

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Dirigentes, analistas y funcionarios participan de programas en los que la exaltación y la estridencia se imponen al desarrollo de ideas. Estrategias para ganar audiencia y votos.

 

Foto: Télam

El tema de debate es la pobreza en la Argentina. El disparador, las declaraciones del futbolista Carlos Tevez en el programa Animales sueltos sobre la situación en Formosa. Una de las panelistas, Silvia Fernández Barrios, le pide a la diputada Sandra Mendoza que evalúe entre 1 y 10 el problema en la provincia de Chaco. Otro, Diego Brancatelli, enumera logros del gobierno nacional y varios tratan de acallarlo. El periodista invitado Hernán Brienza dice que la medición de la pobreza no es cuestión de fe sino técnica y cuando un tercer panelista, Paulo Vilouta, le replica que se trata del hambre, lo insta a no hacer «populismo demagógico televisivo». Las voces suben de tono, los participantes hablan a la vez y ya no se entiende qué dicen.
La escena pertenece a Intratables, el programa que conduce Santiago Del Moro en América, y vale como ejemplo de las nuevas formas de la discusión política en la televisión abierta. Una versión muy distinta del modelo que consolidaron entre fines de los años 80 y mediados de los 90 ciclos como Tiempo nuevo, de Bernardo Neustadt, o su continuación, Hora clave, con Mariano Grondona.

Riorda. La televisión ocupa la
esfera de lo público y lo político.

Los programas tradicionales se mudaron a la televisión por cable, empujados por el bajo rating. La política sigue presente en la televisión abierta, pero con nuevas reglas. Para el consultor Ricardo Rouvier, tiene que adecuarse «al negocio de la diversión y el entretenimiento». Es una especie de mal necesario, agrega el analista Mario Riorda, porque la discusión se banaliza pero la política «no tiene opción en términos de impacto».
Menem fue entrevistado como presidente por Neustadt; Cristina Fernández, por Jorge Rial. El conductor de Tiempo nuevo, explica Rouvier, «fue un intelectual orgánico del golpismo y el neoliberalismo; en cambio Rial es un hombre más apegado al negocio de los medios y sus adhesiones políticas sufren variaciones». La conversación del conductor de Intrusos con la presidenta tuvo mayor difusión que otras más calificadas, como la que hizo Hernán Brienza. «Hoy la comunicación política no tiene otro remedio que acudir a los formatos dominantes, caracterizados por los medios audiovisuales, porque es la manera de llegar a multitudes –explica el consultor, que realiza investigaciones de mercado y de opinión pública–. La noticia es una mercancía más, y se impone sobre la base de la necesidad de actualización, como un valor cultural indispensable. La cultura mediática fagocita a la política imprimiéndole su formato. Entre entretenimiento y entretenimiento está la política, que para llegar necesita atravesar la selva de las redes vigentes».

Rouvier. Diatribas, peleas y
malentendidos impiden el debate.

Tampoco habría que pedirle peras al olmo, plantea Reynaldo Sietecase: «La televisión abierta es fundamentalmente entretenimiento y un poco de información. Es el lugar más alejado del periodismo». El periodista y escritor rosarino deplora el minuto a minuto, como se llama a las mediciones simultáneas a los programas, que determinan sus contenidos. En un envío de Tres poderes, el ciclo que conducía por América con Maximiliano Montenegro y Gerardo Rozín, la caída del rating durante la entrevista a un candidato a presidente hizo que los productores lo apuraran para cambiar de tema.
«Un programa político –ironiza Sietecase, columnista en el noticiero de Telefe– solo trae problemas: no tiene buen rating, si lo contraponés a los de Tinelli o Susana Giménez; no tiene gran captación de publicidad, porque si está bien hecho genera rispidez con los anunciantes; si es crítico, provoca algún ruido con el poder, nacional, provincial o local. Lo único que lo justificaría sería que fuera tan prestigioso que le retribuya al medio por otro lado». Pero el prestigio no parece estar entre las prioridades de la televisión abierta.

 

Historia reciente
Gastón Cingolani apela a la evolución del género desde el regreso de la democracia. Los programas de entrevistas y de debate tradicionales estaban marcados por una serie de pautas, donde se respetaba el turno de la palabra y el conductor cerraba la emisión. En Hora clave, Mariano Grondona presentaba una mesa donde él se reservaba la cabecera y separaba a los invitados de uno y otro lado según la posición que representaran. «A dos voces, en tn, introdujo algo distinto al armar varios espacios dentro de una misma escena: la mesa redonda de la entrevista, la mesa más amplia para el debate y una suerte de living abierto, parecido al de Jorge Rial en su programa de chimentos, con sillones separados. Había gente que trabajaba en el mismo tema pero no quería sentarse en el mismo lugar y por momentos se improvisaba un debate cruzado de living a living», señala el docente e investigador de la Universidad Nacional de las Artes y de la Universidad Nacional de La Plata.

Sietecase. Hay mucho entretenimiento
y un poco de información.

Para Sietecase, el cambio fue iniciado por Jorge Lanata. «Cuando él empezó con Día D, vio que había que romper con el formato de Grondona y Neustadt. Lo hizo de manera brillante y creó contenidos diferentes, informes e investigaciones. En Periodismo para todos vuelve a ver que la atención no se sostiene sin el entretenimiento. Introduce el show y las imitaciones, y vuelve a acertar, porque es un programa muy visto». A la vez, «el productor periodístico mutó en la televisión; antes era un periodista muy formado, que escribía e investigaba; ahora es un tipo que  sabe de televisión». Y su saber es específico: «Está buscando el rating, qué temas van a funcionar, quiénes se pueden pelear en una discusión; no es ni bueno ni malo, son los códigos de la televisión».

Cingolani. El problema no es el
formato sino cómo se toma la palabra.

Cingolani encuentra los antecedentes en los talk shows y los programas de chimentos de los 90. Los envíos de Mauro Viale y de Rial habituaron a la audiencia a discusiones donde no se regulaba el turno de la palabra y donde los participantes podían hablar encima de otros y hacer interpelaciones personalizadas bajo la presión de interrupciones, gritos e incluso insultos. Al llevar ese modelo al programa de actualidad política, dice el investigador, Intratables aporta frescura al género: «Los formatos se desgastan, y en el caso de la palabra política el desgaste suele venir por la pérdida de credibilidad asociada con que las formas de hablar se anquilosan. El político no tiene espacio para demostrar carisma en programas demasiado formales. En programas como el de Del Moro, en cambio, eso recibe mayor despliegue y la cuestión es cómo el político utiliza el tiempo para tomar la palabra, cómo interviene frente a una acusación dura, cómo dosifica los matices en un momento donde las polarizaciones son fuertes».
Las estrategias de políticos y economistas para la televisión son dar explicaciones breves y simples, recurrir a frases de impacto y evitar términos técnicos, teniendo en cuenta que el tiempo es acotado. No ocurre lo mismo con otros invitados. La discusión sobre la pobreza en Intratables continuó con una entrevista donde el cantante Gustavo Cordera habló sin interrupciones durante varios minutos sobre los reclamos del pueblo qom –lo acompañaba Félix Díaz, representante de la comunidad indígena– y a la vez criticó el enfrentamiento entre oficialismo y oposición: «Esto es lo que me apena, que no nos podamos entender, que no nos podamos encontrar los argentinos (…). Tener un libre pensamiento implica que formes parte de Clarín o del kirchnerismo». También propuso referencias bizarras: «En el Chaco –dijo– llegaban las topadoras y un nativo vio que al caer los árboles lloraban los pichones de las cotorras pidiendo auxilio y fue escuchado por un oso hormiguero que se paró frente a una topadora como queriendo boxear y fue aplastado».
Para Cingolani hay valores para rescatar: «En un programa de mucha exaltación saber construir un gris es más notorio que en un programa donde todo es un gran gris porque el acartonamiento es muy fuerte. Uno ve A dos voces y parece viejo, sabe lo que van a decir los participantes. En Intratables hay matices individuales que ganan relieve que no tienen lugar en otros ciclos, donde el conductor pregunta dentro de lo formal. El programa logró instaurar nuevas formas que permiten a los políticos salir de la palabra estudiada». También valora la posición de Santiago del Moro en relación con los conductores de los programas de tn o de 678. Si éstos «son juez y parte, y resultan cansadores, salvo para quienes coincidan con sus posiciones, en Intratables hay un juego más diverso e interesante entre los panelistas y los invitados, donde Del Moro es el componedor y el que tiene la última palabra». En ese sentido destaca su intervención cuando Luis D’Elía tuvo una crisis nerviosa, en abril del año pasado: «No quiero más debate. Que se vaya tranquilo», advirtió entonces el conductor a los panelistas.
Rouvier encuentra a Intratables «interesante desde el punto de vista de la semiótica de los medios», pero cuestionable en cuanto a su dinámica. «La cabalgata de temas diversos y a veces de tono contradictorio hace que no se produzca ningún debate serio ni profundo.  Su necesidad desmesurada de rating hace que se intensifique la diatriba, la pelea. Es notable la producción de malentendidos. Es un producto que seguramente satisface a la dirección comercial de la empresa, pero que no le aporta nada a la política», dice.

PPT. Jorge Lanata incorporó show e imitaciones a la información política.

Programas como Televisión registrada, Duro de domar, Desde el llano y 678 parecen dirigirse a audiencias políticamente sesgadas. «Si todos estamos de acuerdo no hay conversación, en un momento nos encontramos repitiendo cosas que todos sabemos», señala Cingolani. Significativamente, el capítulo más recordado del programa de Canal 7 es aquel donde Beatriz Sarlo estuvo como invitada y mantuvo un cruce de opiniones con los panelistas.

 

Fama y opinión
Mirtha Legrand no solo hace preguntas y emite opiniones en sus almuerzos. También baja línea: «Únase con Macri», le dijo a Sergio Massa, cuando lo tuvo como invitado en su programa.
La actriz y conductora es consciente de su condición: «Cuando uno es famoso, tiene un nombre y popularidad, eso te da poder. Tenemos que usar ese poder», declaró a la revista ¡Hola!. El interrogante pasa por el alcance del poder de las figuras de la televisión. Francisco de Narváez, recuerda Reynaldo Sietecase, terminó por copiar en una campaña electoral al actor que lo parodiaba en el programa de Marcelo Tinelli: «El imitador decía “querete cuidate, alika alikate”, la gente le pedía que lo hiciera y De Narváez usaba el mismo eslogan».

Para Mario Riorda, consultor en estrategia y comunicación para gobiernos y partidos de América Latina, «las estrellas de la televisión forman opinión, lo cual no quiere decir que cambien grandes posiciones del electorado sino que en todo caso sus declaraciones sirven como efecto de sedimentación de posiciones ya asumidas. Una cosa es que alguien sea popular y otra que sea creíble. Muy pocos personajes famosos reúnen ambas características».

Animales sueltos. Fantino con Macri: diálogos en un clima de confianza.

Ricardo Rouvier tampoco considera relevante la influencia de los famosos en términos electorales. «En general, el público ya tiene definidos sus apoyos y rechazos. Los grupos más próximos –familia, trabajo, club, amigos, etcétera–, tienen más incidencia en el voto. Lo que producen los animadores o referentes en el mundo del espectáculo es dejar marcas en el conocimiento del público y animar más debates en los grupos sociales. Cuando Mirtha Legrand caracteriza como dictadura al gobierno actual, no genera opinión en las audiencias, sino que subraya lo que ella piensa, confirma a los que ya pensaban lo mismo, y es rechazada más enfáticamente por los que consideran que esa frase es un insulto o un error», señala.

«Mirtha juega cada vez más a ser quien produce el exabrupto, no lo espera de los demás», observa Gastón Cingolani. No obstante, a veces los invitados compiten en esa dirección, como Elisa Carrió, que trató de «imbécil» a Daniel Scioli y se justificó remitiéndose a un sentido de la palabra en el diccionario. El investigador considera más significativos los programas de la actriz que otros específicos como A dos voces o Código político, «donde la cosa tiene menos vuelo». La heterogeneidad de los invitados es una clave: «Ella aviva el fuego pero el cruce se da entre otros. Cuando esos otros son fuertemente representativos de una postura –como en la semana en que llevó a Massa, Macri y Scioli– marca su posición».
Una figura como Gustavo Cordera puede hablar sobre cuestiones sociales, en Intratables, por el hecho de no provenir de la política. Del Moro le reconoce una experiencia: conoce la censura, recorrió el país como artista. El resto de los invitados escucha en silencio. Alejandro Fantino, por su parte, cultiva un estilo de entrevistador que pregunta desde una supuesta ingenuidad que lleva al personaje a situarse en un plano más llano. Del mismo modo, en los almuerzos de Mirtha Legrand, «cuando el invitado tiene una posición que no representa al oficialismo o a la oposición funciona enunciativamente más cercano a la empatía del ciudadano que escucha y se reconoce», subraya Cingolani.
«Estamos en un momento de la Argentina donde la mitad de la clase política sale en unos medios y la otra mitad sale en otros. Es un disparate», apunta Sietecase. El enfrentamiento político y mediático tiene secuelas en la práctica periodística: «Nos estamos acostumbrando a cosas increíbles. Hacés una entrevista y te piden que les mandes el título, o te graban. Hay desconfianza, y lo peor es que en algunos casos resulta razonable», agrega el conductor de Guetap, el programa de las mañanas de Radio Vorterix.

 

Una chispa
Pocas veces en la historia reciente tan pocas palabras trajeron tanta polémica. «La pobreza que hay en Formosa es muy grande», dijo Carlos Tevez en Animales sueltos, el programa de Fantino. Y bastó para que la debatieran numerosos programas de televisión e hicieran declaraciones los candidatos a presidente.

Intratables. Del Moro administra las tensiones para evitar desbordes.

«El debate atraviesa ahora otros andariveles; y el emisor principal se ha retirado», dice al respecto Rouvier, que entrecomilla la palabra denuncia para referirse al comentario del futbolista. «El valor que tuvo fue de quién provenía, un hombre formado en una situación de pobreza y marginalidad, lo que le otorgaba mayor legitimidad –agrega–. El debate, que hubiera sido importante de haberse realizado, se diluyó. No creo que tenga mucho efecto ni en el kichnerismo, ni en la oposición. Tuvo un gran rebote mediático, se difundió, se multiplicó, pero se rompió la cadena de significaciones alrededor de una situación social y política que merece ser mirada con seriedad. La revelación quedó  subordinada por la figura popular de Tevez, más que por su propio contenido. Acá tenemos otra cuestión: la sociedad del espectáculo es instantánea; la obsolescencia de la información o de los acontecimientos públicos aparecen y desaparecen con gran velocidad».
Riorda recuerda intervenciones anteriores de Diego Maradona y señala que el fenómeno no se reduce a la Argentina, como tampoco son exclusivos del medio los nuevos formatos de los ciclos políticos. «La televisión ocupa la esfera de lo público y lo político, aunque impacta en lo público, es una esfera diferente –dice–. La política ha reconocido que muchos factores pujan y tienen peso dentro de su terreno, por lo tanto ha salido a pelear en otros ámbitos. La política no juega sola sino que es muy permeable a las voces y a las opiniones de grandes líderes».
En ese juego las reglas son las del espectáculo. La popularidad que depara la televisión puede contribuir en algo muy preciado: la imagen positiva. «Sirve cuando hay coherencia, cuando el perfil tiene un tipo de acción sostenido en el tiempo –observa Riorda–. Si una persona seria y formal aparece en un show es probable que no caiga bien. Los excesos no son redituables en ningún sentido: descreer de la participación en medios que no sean puramente políticos es tan erróneo como despolitizarse para ir a un programa descontracturado. La coherencia explica la creación de una imagen política». Fernando de la Rúa lo experimentó en carne propia cuando pretendió hacerse el gracioso en El show de Videomatch, en diciembre de 2000, y quedó en ridículo ante su imitador y un joven que le reclamó por los presos por el asalto al Regimiento de La Tablada.
«Los políticos van donde les parece que mide –analiza Reynaldo Sietecase–. Incluso no les importa cómo les va, hay una visión de que lo mejor es que te conozcan, no importa de qué manera. Es más importante el conocimiento que la imagen positiva o negativa». Una frase de Gabriel García Márquez en que comparaba a las telenovelas con un martillo, una herramienta útil tanto para construir una casa como para golpear a otra persona, le parece aplicable a la televisión en su conjunto: «Podés hacer algo genial o una porquería. No le pidamos a la televisión algo que no puede dar, porque está más preparada para entretener, incluso cuando emite contenidos políticos».

678. Análisis de medios y discursos sin discusión entre panelistas e invitados.

Cingolani vuelve a recurrir a la historia para recordar que las intervenciones políticas en los medios de comunicación remiten a los orígenes del Estado nacional: «Es una pavada decir que los medios espectacularizan para mal lo político, ya que el vínculo es consustancial. Pasó en la Argentina del siglo XIX y en la Revolución Francesa a fines del XVIII. Lo que se dan son épocas, estilos y cambios».
La televisión muestra debates serios y griteríos, reflexiones y amenazas de llevar la discusión a la Justicia. «El formato no es el problema –subraya Cingolani–. La cuestión es cómo se toma la palabra. Y no hay manera que conozcamos el debate político fuera de los medios».

Osvaldo Aguirre

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