Paradojas africanas

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Mientras las potencias disputan sus recursos naturales, se vislumbran cambios económicos en el continente, a la vez que persisten fuertes desigualdades y conflictos políticos.

 

Sudan del Norte. Pese a los índices de extrema pobreza, África registra un crecimiento económico producto del alza de los precios internacionales de los recursos que exporta. (Rex Shutterstock/dachary)

Moderno y sutilmente perfumado, el joven angoleño se acodó en la barra del bar y, tras corroborar con su amigo argentino que eran 8 los parroquianos de la mesa, ordenó al mozo del local: «Dame 20 de esos tragos (los más caros, al equivalente de 200 pesos por vaso), para que cada uno se tome 2 y sobren 4 por si luego se nos suma alguien». A nadie en aquel moderno bar de Windhoek, capital de Namibia, le sorprendió el gesto del generoso angoleño, un joven hijo de la nueva clase media africana surgida al amparo de una prosperidad económica y estabilidad política inédita en el continente.
La anécdota del angoleño, presenciada por el periodista argentino Fernando Duclós, autor del libro Crónicas africanas (ver aparte), permite fisgonear los cambios que atraviesa el continente, principalmente la región subsahariana, que desde comienzos de siglo se benefició notablemente con el alza de los precios de las materias primas. Pero, además, aprovechó el nuevo escenario que convirtió a la región en un territorio en disputa de las grandes potencias que necesitan de esos productos para su expansión.
Con 1.200 millones de habitantes distribuidos en 55 países en donde se hablan 1.500 lenguas, más que un continente África es un planeta en sí mismo, con todas las contradicciones, diversidades, colores y riquezas del mundo. Allí están 3 de los 10 países con mayor crecimiento económico de la década, y a la vez 38 de los 50 más pobres del mundo; coexiste la pobreza extrema con el mayor uso mundial de banca online por telefonía móvil. Allí está el pulmón del planeta, pero también 25 de los 35 millones de portadores de VIH. Allí, el 60% de la población es menor de 25 años. Es, aún, el continente donde la esperanza de vida alcanza los 58 años para las mujeres y 55 para los hombres; donde la mortalidad infantil llega al 95 por mil de los menores de 5 años, pese a que se redujo a la mitad desde 1999; solo 42% de la población accede al agua potable domiciliaria, según los datos de 2015 del Africa Progress Panel, una iniciativa del ex secretario general de la ONU, Kofi Annan.
El Banco Mundial refleja que solo el 8% de la población accede a la educación superior, el 49% a la enseñanza secundaria y el 70% a la alfabetización. Mientras que la capital de Angola, Luanda, es la ciudad más cara del mundo, en el continente hay 463 millones de pobres, de los cuales 223 millones están desnutridos. Hasta noviembre último, en África occidental murieron 11.360 personas por la epidemia de Ébola, según la Organización Mundial de la Salud. Pero los medios occidentales solo hablaron de otros cuatro fallecidos, un estadounidense, dos españoles y, principalmente, de Excálibur, el perro de una enfermera española, sacrificado por temor al contagio.

Conectados. África registra el mayor uso mundial de operaciones de banca online por telefonía móvil. (Corbis)

África disfruta de una incipiente estabilidad política en la mayoría de los países tras el fin de las guerras, y un proceso de integración continental que les permite superar la fragmentación y alcanzar nuevos estándares de autodeterminación. El notorio cambio económico devino de la irrupción de las economías emergentes lideradas por China e India (pero también Rusia, Turquía, Corea del Sur y hasta Brasil) como socios comerciales que compran materias primas, venden productos manufacturados y desarrollan infraestructura. Este desembarco produjo un flujo de inversiones sin precedentes y modificó las relaciones preexistentes con las potencias coloniales de Occidente, Estados Unidos y la Unión Europea, a las que confinó a un segundo plano. A ese continente arribó la última semana de noviembre el papa Francisco con un mensaje similar al que desplegó en su gira suramericana (protección ambiental y críticas al capitalismo neoliberal), pero al que añadió llamados a la paz y a la hermandad religiosa. Fue una gira de 6 días por Kenia, Uganda y República Centroafricana, de alto riesgo por ser, los dos primeros, países asediados por el terrorismo somalí de Al Shabab, y el tercero sumido en guerra civil entre cristianos de Anti-Balaka y musulmanes de Seleka, desde 2013. Allí, Francisco visitó la mezquita de Kuduku con los líderes musulmanes de ese país, y juntos pidieron virtualmente poner a la República Centroafricana en sintonía con el resto del continente, en el sendero de la paz. En su viaje, el Papa fijó posición sobre la historia política en esa región, al afirmar: «África es víctima. África siempre fue explotada por otras potencias. De África vendían a América los esclavos. Hay potencias que solo buscan tomar las grandes riquezas de África, el continente más rico del mundo, pero no piensan en ayudar para que todos tengan trabajo. África es mártir, es mártir de la explotación en la historia».

 

Mosaico de realidades
El continente no es un bloque homogéneo sino un mosaico de realidades. Al norte, en el Magreb (Libia, Túnez, Argelia, Marruecos, Mauritania y la República Arabe Saharaui), persiste la inestabilidad tras los graves conflictos políticos que la prensa occidental llamó «Primavera árabe», y que derivó, entre otros, en la desaparición del Estado libio. Diferente es lo que sucede en el África subsahariana (desde el desierto del Sahara hasta la Ciudad del Cabo), donde tiene lugar la disputa económica por sus recursos naturales entre un bloque liderado por China e India, y otro integrado por Estados Unidos y Europa.

Sguiglia. El influyente papel
de China en el continente.

El desembarco chino en África es vertiginoso. El comercio bilateral, por ejemplo, creció de 4.000 millones de dólares en el año 2000, a 260.000 millones en 2015, y esperan duplicarlo para 2020, según la Organización para la Cooperación y del Desarrollo Económico (OCDE). Los africanos venden a China petróleo, gas, mineral de hierro, uranio, cobre, manganeso, bauxita, aluminio y madera, entre otras materias primas, y compran manufacturas y alimentos. Además, Beijing realiza inversiones superiores a los 40.00o millones de dólares anuales en infraestructura, como ferrocarriles, carreteras, puentes, represas, puertos, hospitales, viviendas y edificios públicos: todo lo devastado por décadas de guerra.

Pineau. «Los europeos mantienen
sobre África una mirada colonial».

«Una parte de la inversión en infraestructura sirve a los chinos para sacar las materias primas, pero otra surge de acuerdos con las elites locales para satisfacer las necesidades nacionales. Son miles de millones que generan un mercado interno que va dando forma a una nueva economía», explica el historiador Sergio Galiana, especialista en África, investigador de las universidades de Quilmes y General Sarmiento.
Galiana entiende que en el pasado la potencia colonial decidía qué, dónde y para qué construir, pero ahora «existe una instancia de mediación política local que fija las prioridades de inversión». Los Estados también reciben créditos blandos, asistencia financiera, compensaciones de reservas (swaps) y «regalos» de la República Popular China, como el moderno edificio de la Unión Africana (UA), en Adís Abeba, Etiopía, o los 24 estadios de fútbol que edificó en 11 países.

Galiana. «Existe una mediación política
local que fija prioridades de inversión».

La novedad para los africanos es que Beijing no hace preguntas ni impone condiciones, y negocia lo mismo con gobiernos de distinta extracción ideológica. «China no tiene pruritos ideológicos para instalarse en cualquier país por sus objetivos estratégicos», señala el diplomático Eduardo Sguiglia, exembajador argentino en Angola (2005-08), y concurrente al Congo, Namibia y Zambia. Y aunque destaca la importancia del comercio chino con África, cuestiona el modo de relacionamiento, donde «no suele haber capacitación laboral para los locales, ni transferencia tecnológica, ni respeto al trabajo decente bajo normas de la OIT ni al medio ambiente».
Sguiglia asegura que la presencia china es poderosa. «En las zonas alejadas de las grandes ciudades se ve en medio de la nada los campamentos chinos, con todo lo que implica en términos culturales: hay supermercados chinos, restaurantes chinos, comerciantes chinos, importadores chinos, exportadores chinos, transportes chinos, diarios chinos… No es malo, pero como fenómeno es verdaderamente impresionante», opina el diplomático, autor de la novela Ojos negros, que cuenta las aventuras de un argentino emigrado al África tras la crisis de 2001, que termina embretado en una trama de tráfico de diamantes, espías y mercenarios.
La India es otro emergente instalado en la economía africana aunque a través del capital privado. Su comercio pasó de 2.500 millones de dólares en el año 2000, a 100.000 millones en 2014, y sumado a una inversión anual que prevén de 50.000 millones en 2016. Según la Confederación de la Industria de la India, el 65% de sus compras son petróleo y gas, mientras el resto son minerales, oro y diamantes, provenientes de 22 países con los que firmó tratados de libre comercio, y a los que vende vehículos, productos farmacéuticos, textiles, maquinaria, telefonía e informática. La fortaleza del desembarco lo muestra, por ejemplo, la telefónica Bharti Airtel, que invirtió 10.000 millones de dólares en 14 países durante 5 años y ya es la mayor operadora de telefonía móvil del continente. La automotriz Tata vende colectivos en 12 países, y antes de 2020 los fabricará en África, con mano de obra local, concesiones impositivas y renta de libre disponibilidad.
Por detrás de India y China llegan Rusia y Brasil. Los cuatro son socios de Sudáfrica en el bloque emergente de los BRICS y que en conjunto representan el 38% del comercio exterior africano, según el Banco Mundial. El bloque superó a Estados Unidos y Europa que pierden terreno, con la excepción de Francia.

 

En otro plano
El África subsahariana nunca fue una prioridad para Estados Unidos, pero en ambos lados del Atlántico esperaban mejorar las relaciones con la llegada a Washington de un presidente negro hijo de un emigrante keniata. Nada de eso sucedió en el primer mandato de Barack Obama (2009-2012), cuando visitó solo una vez el continente (a Ghana y Egipto), mientras su país caía al cuarto lugar en el comercio africano con apenas 85.000 millones de dólares anuales, detrás de China, Europa e India, y luego de haber alcanzado 117.000 millones en 2010.

Adís Abeba. Sede de la Unión Africana. (Rex Shutterstock/Dachary)

En el segundo mandato de Obama la cosa no mejoró pero sí mostró una política más agresiva, con dos viajes a 5 países, una cumbre con presidentes africanos en Washington, y una mayor presión sobre los gobiernos para suscribir a acuerdos militares. «Mi consejo para los líderes africanos es que, si China está construyendo carreteras y puentes, primero se aseguren de que contraten a trabajadores africanos y, segundo, que esas carreteras no lleven solo desde la mina al puerto, rumbo a Shangai», lanzó Obama en 2014, durante la Primera Cumbre Estados Unidos – África realizada en Washington con la presencia de 40 de los 55 miembros de la Unión Africana.
Mientras cuestionaba la política china, Obama prometió 33.000 millones de dólares en créditos para desarrollos productivos en tres años, apenas un tercio de lo que, por ejemplo, canaliza la India. Pero sí logró acuerdos para aumentar la bases militares en países pequeños, y una base aérea para drones al norte de Níger que se suma a otra, con puerto y comando de marines en el pequeño Yibouti, de 900.000 habitantes, en el estrecho de Bab el-Mandeb que controla el acceso al Mar Rojo. Igualmente el Pentágono realiza ejercicios militares conjuntos con 30 países africanos, entrena a sus oficiales y provee armas y doctrina. Pero no logra imponerse en África, al punto de que su comando para la región, Africom, está en la ciudad alemana de Stuttgart. «Los países africanos en general muestran resistencia al Africom. No quieren volver a quedar presos de la lógica de la guerra fría, y menos ahora cuando aparecen China e India como grandes socios comerciales», sostiene el historiador Galiana.
La disputa por el comercio africano tampoco resultó favorable a la Unión Europea en la última década cuando, pese a mantenerse en segundo lugar, redujo su participación proporcional con un intercambio de 175.000 millones de dólares, según el informe 2014 del Banco Mundial. Y todo indica que seguirá a la baja tras su fracaso en imponer desde 2007 un tratado de libre comercio que suscribieron solo 16 países y recién en 2014. El intercambio entre Europa y África (commodities por manufacturas e inversiones) no difiere del que realizan los nuevos socios comerciales. Lo distinto es que los demás hacen acuerdos entre iguales con respeto a la autonomía africana, mientras Bruselas no abandona su pasado colonial, según analiza la investigadora sobre África de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (UBA) Marisa Pineau. «Los europeos mantienen sobre África una mirada colonial, no los ven como socios sino como protectorado, como minoridad. Persiste la idea de que a los africanos hay que ayudarlos, protegerlos y colaborar con ellos», cuestiona Pineau. Y es cierto. En Fondos de Cooperación para el Desarrollo, Europa donó a África 22.700 millones de euros entre 2008 y 2013, pero condicionados al cumplimiento de metas de política interna. Los nuevos socios, por el contrario, quintuplicaron ese flujo en igual lapso y permitieron sacar de la pobreza extrema a millones de personas, sin hacer preguntas.«Los gobernantes africanos tienen ahora otros interlocutores, y tener nuevos socios les permite negociar de otra manera con Europa y Estados Unidos: ya no están obligados a negociar con sus ex metrópolis y pueden plantarse de otra manera», desarrolla Pineau.
La excepción es Francia, la mayor potencia colonial europea del África, que mantiene una relación intensa y de poder con los países que integraron la llamada «Francáfrica». En todos, París desplegó más de 6.000 soldados para evitar riesgos en el abastecimiento de hidrocarburos y minerales, como sucede al norte de Níger con las mineras francesas que extraen el 40% del uranio utilizado en la metrópoli, según el Observatorio de la Energía Nuclear de Francia. Otro ejemplo es el control de divisas. 14 de los 16 Estados de la vieja Francáfrica tienen como moneda una versión local del Franco-CFA, convertible con el Euro y garantizado por Francia, en cuyos bancos están depositadas las reservas soberanas de esos mismos países.

 

Pasado y presente
La clave del proceso de estabilidad y crecimiento de África está en el fin del apartheid en Sudáfrica; el fin de colonialismo. «Ya no hay más gobiernos de minorías y en cambio hay gobiernos de mayorías que se deben hacer cargo de resolver sus propias situaciones», define el historiador Galiana.

Arribo. El presidente chino Xi Jinping, recibido por la canciller sudafricana.(Schoonees/Department of International Relations/AFP)

Con la asunción de Nelson Mandela en Sudáfrica, en 1994, comenzó el proceso de «África para los africanos». Pretoria se convirtió en un factor de estabilización política y hasta de disciplinamiento, que en acuerdo con la Unión Africana (UA) intervino para terminar conflictos internos y disputas territoriales, y dotar al continente de un proceso de integración sin precedentes. La UA, por ejemplo, posee tropas para intervenir como fuerza de paz. Aun cuando persisten conflictos en Libia, Mali, Sudán del Sur, Somalia, Nigeria y República Centroafricana, en general están focalizados y en su mayoría en remisión. La paz cambió la vida de millones de africanos que por cuatro décadas padecieron guerras, matanzas y represiones. Ahora saben que mañana estarán vivos, y ese cambio es brutal. La paz permitió una organización política nacional más o menos democrática, de la que surgió una nueva elite que controla el gobierno, la economía, los partidos políticos y, a la vez, avanza despacio hacia un Estado con instituciones modernas que permitan la organización de una sociedad civil. Galiana lo explica: «Las elites se reproducen a partir del control del Estado, del que obtienen beneficios por la exportación de productos en alza en el mercado global. Mientras, por abajo, hacen funcionar una economía informal que no va contra el Estado, que el Estado no grava y permite un nivel de crecimiento y desarrollo». Es un capitalismo «con generación de ganancias, negocios e inversión, aunque la renta del Estado proviene del control de las exportaciones de materias primas. Así, controlan por arriba y dejan que se vaya organizando por abajo. Eso, además, consolida la gobernabilidad porque incluye y desalienta conflictos». Ese protodesarrollo empresarial en la informalidad aprovecha nichos de negocios que requieren baja inversión pero satisfacen demandas sociales. Por ejemplo, surgen pequeñas cooperativas de electricidad y agua, emprendimientos textiles y una gama de producción de bienes y servicios de bajo valor agregado y escasa productividad.
Otro aspecto de ese crecimiento son las remesas de millones de migrantes africanos desparramados por el mundo, que la oficina de las Naciones Unidas para el Desarrollo y el Comercio (Unctad) estima por encima de los 50.000 millones de dólares anuales, y que en algunos pequeños países puede representar hasta el 5% del PBI. Ese dinero va directamente al bolsillo de las familias que, en general, hicieron una «vaquita» para enviar a uno de sus miembros al exterior. Igualmente, el proceso no se debe solo al boom de las materias primas. La historiadora Marisa Pineau precisa que si bien es cierto que África es un territorio en disputa, también lo es que hay decisiones propias, de voluntad común, sobre su propio destino. De lo contrario, parece que los africanos son meros espectadores de decisiones que se toman en el exterior». Pineau destaca que África lleva apenas 50 años desde su descolonización, «y en ese tiempo no todos los países pudieron alcanzar una independencia económica y una recuperación de la soberanía política que perdieron hace siglos, incluso antes de la colonización europea».
El dilema africano se abre ahora hacia el futuro, porque aunque todas las mediciones sociales posibles han mejorado notablemente, aún están muy por debajo de los promedios mundiales. Decenas de millones de personas han salido de la pobreza extrema y otras decenas de millones se han convertido en una clase media, pero otros tantos comen con dificultad y mueren hasta por malaria o tuberculosis. «Sin duda estos cambios socioeconómicos van a generar otras demandas sociales dirigidas claramente hacia una nueva agenda, la salud, la educación, la preservación ambiental, cuestiones de género, transparencia y participación política», advierte Pineau. Y a diferencia de otros momentos, ahora hay una generación política africana que parece decidida a hacerse cargo de conducir una solución africana para los problemas africanos.
Solo los africanos saben qué es África. Así logró explicarlo el fallecido escritor y periodista polaco Ryszard Kapuscinski, tal vez unos de los mayores cronistas occidentales del África: «Este continente es demasiado grande para describirlo. Es todo un océano, un planeta aparte, un cosmos heterogéneo y de una riqueza extraordinaria. Solo por una convención reduccionista decimos “África”. En la realidad, salvo por el nombre geográfico, África no existe».

Alejandro Pairone

 

 

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