9 de marzo de 2016
Según un informe, el tráfico de armamento registra un marcado crecimiento, en coincidencia con la multiplicación de conflictos bélicos en el mundo. El financiamiento de una industria millonaria.
Yuri Orlov, el traficante de armas que protagoniza la película El señor de la guerra, está preocupado. Según sus cálculos, por el mundo proliferan 500 millones de armas de fuego. Es decir, una por cada 12 habitantes. La cifra, que a los ojos de cualquier desentendido podría parecer inmensa, es insuficiente para él. «¿Cómo hacemos para armar a los otros 11?», se pregunta, inmerso en la desazón, el personaje encarnado por el actor hollywoodense Nicolas Cage.
Diez años pasaron desde el lanzamiento de aquel premiado film y nadie podría negar que, si Orlov fuese un ser humano real, hoy tendría vastos motivos para festejar. Aunque su deseo de armar a toda la población mundial está lejos de ser una realidad, las cifras difundidas en las últimas semanas seguramente dibujarían una sonrisa en su rostro: según el Instituto Internacional de Investigación por la Paz de Estocolmo (SIPRI), el comercio de armas –que incluye también aeronaves de combate, buques de patrulla, municiones y vehículos blindados– no paró de crecer desde 2004 y aumentó un 14% en el último lustro, a caballo de la multiplicación de guerras y conflictos internos que existen en todo el mundo.
El informe del organismo sueco, publicado en febrero y titulado Tendencias mundiales en las transferencias de armas, reafirmó la posición de liderazgo que mantienen los dos principales exportadores de armamento a nivel global: Estados Unidos y Rusia. En lo que podría considerarse una reedición de la carrera armamentística del siglo pasado, los datos indican que la Casa Blanca acapara el 33% del negocio, mientras que el Kremlin posee el 25%. Sin embargo, y a diferencia de lo que ocurría en años de la Guerra Fría, la producción de armamento no está destinada tanto a la defensa interna, sino más bien al suministro de otros ejércitos. Un negocio que aporta millones de dólares a las potencias y que, paralelamente, deja un sendero de sangre en los países más pobres del mundo.
Oscuros negocios
Efectivamente, el apartado del informe que refiere a los principales compradores de armas demuestra que Oriente Medio, una de las regiones más conflictivas del globo, fue la que más creció en cuanto a importaciones. Según los datos del SIPRI, la recepción de armamento aumentó un 61% en los últimos cinco años.
No casualmente, Arabia Saudita fue el segundo mayor importador mundial, por detrás de la India y delante de China y Emiratos Árabes Unidos. Entre 2011 y 2015, la conservadora monarquía saudita aumentó un 275% la compra de armamento. Su vendedor principal es Estados Unidos, un histórico socio y a cuyo presidente, Barack Obama, suele recibir con alfombra roja en cada visita oficial.
Las cifras se vuelven aún más preocupantes si se tiene en cuenta que el país árabe fue denunciado en reiteradas ocasiones por cometer graves violaciones a los derechos humanos y financiar a grupos terroristas en Siria, Pakistán, Afganistán, Yemen y otros países de la región. De confirmarse las acusaciones, eso significaría que muchas de las armas que salen desde los buques estadounidenses llegan a Arabia Saudita y luego pasan a manos de organizaciones como Al Qaeda y Estado Islámico, que siembran el terror en África y Oriente Medio. Una idea que no resulta descabellada al leer informes desclasificados en 2009, en los que la entonces secretaria de Estado y actual precandidata presidencial demócrata, Hillary Clinton, aseguraba que «Arabia Saudita sigue siendo una base de apoyo crucial para Al Qaeda, los talibanes y otros grupos terroristas».
Estados Unidos vende armas a un total de 96 países. Su mayor mercado es Oriente Medio, hacia donde dirige el 40% de sus exportaciones. Según Amnistía Internacional, que también estudia el tema, la Casa Blanca aplica un criterio «desigual» al concretar sus transferencias: si bien restringió el envío de armas a naciones sometidas a embargos de armamento por la ONU, continúa suministrando a Sri Lanka, Bahréin y la dictadura egipcia, un grupo de países «donde existe un riesgo sustancial de que (esas armas) puedan emplearse para cometer violaciones graves a los derechos humanos».
La Casa Blanca, además, financia a los rebeldes sirios en su lucha contra el gobierno del presidente Bashar al Assad. Aunque siempre negó la entrega de armas o municiones, sí reconoció el envío del llamado material «no letal»: chalecos antibalas y sistemas de comunicación. La injerencia estadounidense no contribuyó a mejorar la situación siria, que, por el contrario, es cada vez peor. Desde 2011 a esta parte, 470.000 personas murieron en la guerra civil, según cifras del Syrian Center for Policy Research. El 11,5% de la población falleció o fue herida a causa del conflicto armado. En ese lapso, la esperanza de vida pasó de 70 a 55 años.
Estados Unidos también lidera el ranking entre los países con mayores empresas dedicadas a la producción de armas. Allí están Lockheed Martin, que en 2011 –el último año auditado– registró ventas por 36.270 millones de dólares; Boeing, que ganó 31.830 millones; y General Dynamics, 23.760 millones. Las 100 compañías armamentísticas más importantes –entre las que aparecen también firmas europeas– obtuvieron, en total, 410.000 millones de dólares.
Como se ve, el de la guerra es un negocio para nada desdeñable. Por eso, probablemente, Obama haya sucumbido ante la ambición belicosa pese a sus iniciales –y olvidadas– promesas de campaña, allá por 2008, cuando se oponía a las guerras iniciadas por su predecesor, George W. Bush. De lo contrario, no se entendería por qué Irak continúa recibiendo el mismo flujo de vehículos blindados y aeronaves estadounidenses que en el año 2003, de acuerdo con los datos aportados por el SIPRI.
Sin control
Rusia es el otro gran vendedor de armamento. Una de sus compañías más conocidas es la Corporación Kalashnikov, que sustenta a 82 ejércitos de todo el mundo y se hizo famosa al producir el rifle que utilizaban los grupos guerrilleros en los años 70 y 80. Ahora, el también llamado AK-47 prolifera principalmente en África, donde casi no existen controles para su uso y venta, según distintos informes de Amnistía Internacional y la ONG Oxfam. Hasta el propio creador del fusil, Mijail Kalashnikov, se mostró preocupado por la situación. «Debido a la falta de controles internacionales, las armas pequeñas pueden llegar fácilmente a cualquier parte del mundo. Caen en manos de agresores, terroristas y todo tipo de delincuentes», advirtió.
Las exportaciones rusas tienen un rumbo distinto al estadounidense. El envío de armamento hacia Oriente Medio fue de apenas el 8,2%. Paralelamente, creció hacia otras regiones en conflicto, como África, donde los gobiernos de Camerún, Chad, Níger y Nigeria emprendieron una campaña militar para eliminar al grupo terrorista Boko Haram, aunque sin suerte hasta el momento.
El gobierno ruso también está involucrado en los conflictos que existen en el este de Europa. En el caso ucraniano, por ejemplo, no suministró al ejército de ese país, sino a las fuerzas rebeldes separatistas que combaten contra el gobierno central de Kiev. Según la ONU, desde el comienzo del conflicto hubo más de 7.000 muertos.
En términos generales, el 68% de las ventas rusas va hacia Oceanía y Asia. La India es el principal receptor, con el 39%, mientras que China ocupa el segundo lugar, con el 11%. El informe del SIPRI demuestra que ambas potencias emergentes no solo quieren crecer en cuanto a influencia política y económica, sino también en relación con su poderío militar. Y por eso se posicionaron como líderes entre las naciones importadoras de armas.
China, además, es el tercer exportador mundial, con una participación del 5,9% en el mercado y un aumento del 88% en las ventas durante los últimos cinco años. La lógica es similar a la de Estados Unidos y Rusia: la mayor parte de las transferencias se dirige hacia países pobres y en conflicto. En el caso chino, el comercio creció significativamente en Pakistán, Myanmar y Bangladesh. Estos tres territorios concentran el 71% de las exportaciones del gigante asiático.
La situación preocupa a organismos internacionales, que advierten sobre la constante proliferación de armamento en un mundo plagado de guerras. A eso se suma el problema de la desregulación: el comercio internacional de armas, sostienen los expertos, casi no tiene controles. El tratado de la ONU para prohibir la transferencia de armamento a países en los que se cometen violaciones a los derechos humanos fue ratificado por apenas 32 países, un número muy lejano a los 50 necesarios para hacerlo efectivo.
Mientras tanto, las palabras de Yuri Orlov en El señor de la guerra se vuelven cada vez más actuales: «¿Sabes quiénes heredarán la tierra? Los traficantes de armas, porque los demás estarán demasiado ocupados matándose los unos a los otros».
—Manuel Alfieri