14 de enero de 2015
El asesinato de los periodistas de la revista «Charlie Hebdo» desató una contraofensiva por parte del Estado que amenaza con restringir libertades y derechos. Las semejanzas con el 11-S.
Da miedo. Acaso la bandera del temor sea la única que unifique en Francia todas las posturas religiosas, políticas y sociales que se mezclaron y confundieron como nunca antes luego del atentado a la sede la revista Charlie Hebdo y su réplica en la tienda judía Hyper Cacher, ambos en el corazón de París. La sociedad francesa tiene miedo hoy y atesora un miedo aún peor: temer a un fantasma de todos los rostros y ninguno, un monstruo que nunca duerme y acecha donde menos se lo espera para golpear donde nadie imagina.
Después del ataque, el gobierno francés habló de una guerra. «Contra el terrorismo, no contra una religión», aclararon, argumentando «una amenaza». El diagnóstico podría haber sido plagiado de idénticos conceptos vertidos después del 11 de setiembre de 2001. La receta aplicada tras el ataque a las Torres Gemelas intenta repetirse ahora. Se sabe que el camino trazado por George W. Bush no hizo más que extender el miedo que el miedo había generado, estableciendo a la sospecha y la delación como virtudes oficiales, instaurando el espionaje, recortando libertades en nombre del «mal menor» y, cuando no, alimentando la industria militar dentro y fuera del territorio.
¿Por qué funcionaría hoy el plan que visiblemente fracasó ayer? ¿Será cuestión de considerar enemigo a todo aquel que profese el Islam? Los involucrados en los episodios terroristas del 8 y 9 de enero eran conocidos por los servicios secretos. Forman parte de una franja de jóvenes que se ven tentados por la oferta reivindicadora que les ofrecen los grupos radicalizados que creen en Mahoma, Al Qaeda e ISIS, el Estado Islámico. ¿Reivindicarse de qué? De la ofensa de unos dibujantes de caricaturas sería la respuesta más sencilla pero no la única y definitiva. Antes de pelear contra artistas del lápiz y el papel, el combate de estos musulmanes era contra la discriminación y el mal trato que su propio país les causaba.
La Unión Europea presentará un nuevo plan contra el terrorismo: más vigilancia del Estado contra todos y cualquiera, más detenciones por portación de cara o de Corán, más militarización de la vida doméstica, más «daños colaterales». La ultraderecha francesa ya aportó lo suyo al pedir instaurar la pena de muerte. Sus compañeros del viejo mundo se frotan las manos: «El de afuera tiene la culpa» repitieron a coro partidarios de la misma inclinación política en Alemania, Italia y el Reino Unido. Con ese mensaje ya venían aumentando notablemente su caudal de votos. Saben que ahora tendrán muchos más.
—Diego Pietrafesa