27 de mayo de 2015
El premier británico gobernará sin alianzas y con mayoría en las cámaras. Recortes, ajustes y la amenaza de dejar la Unión Europea en su agenda para este mandato.
Un fantasma recorre Europa. Pero no es el del comunismo, como Karl Marx proclamó en 1848, sino muy por el contrario el temido fantasma del thatcherismo que renace fortalecido en el Reino Unido de Gran Bretaña tras las elecciones de mayo pasado, cuando el primer ministro conservador, David Cameron, fue reelecto y obtuvo la mayoría absoluta de los escaños parlamentarios que le permitirá gobernar el próximo lustro sin alianzas, gracias a los votos que le entregaron muchas de sus probables futuras víctimas.
Merced al singular sistema electoral británico, uninominal por mayoría simple, Cameron alcanzó el 36,9% de los votos pero se quedó con 331 de las 650 bancas de la Cámara de los Comunes (diputados), con una mayoría propia que ningún gobierno conservador había alcanzado desde 1992.
Aunque ya lo venía anunciando desde mucho antes de la campaña electoral, en los primeros días de su segundo gobierno Cameron puso en claro las líneas centrales de una política derechista que deja empequeñecidos a los históricos «neocons» de los años 70 y 80.
El premier, de 48 años, anunció una política de seguridad nacional antiterrorista que perseguirá, incluso, a los islamistas británicos, y una ley antiinmigración opuesta a la libre circulación de comunitarios de la Unión Europea (UE) y que establece ciudadanos de primera y de segunda. Profundizará además el durísimo ajuste para reducir en otros 25.000 millones de dólares anuales el Presupuesto Fiscal y ahondará una desregulación laboral que ha terminado con una parte de la protección a los trabajadores.
El líder tory también lanzó a través de su Gabinete una radical reforma de la arquitectura institucional británica, para descentralizar y federalizar un sistema extremadamente unitario y concentrado, que coloca en Westminster, sede del Gobierno, la toma de decisiones sobre temas cotidianos de las ciudades de todo el reino. Pero lo que encendió las alarmas de sus socios continentales fueron las críticas hacía la Unión Europea, junto con la confirmación y adelantamiento para 2016 de un hasta ahora incierto referendo sobre la permanencia del Reino Unido en el organismo regional.
Mano dura
En manos de su confirmada ministra del Interior, Theresa May, conocida como la Dama de hierro II, Cameron delegó sus proyectos de Inmigración y Antiterrorismo. Para lo primero, advirtió que las nuevas leyes decretarán la expulsión inmediata de todo extranjero que no haya conseguido un trabajo estable en sus primeros 6 meses en el Reino Unido. Pero los que obtengan un empleo estarán inhabilitados para recurrir a los servicios sociales gratuitos (salud, educación, vivienda social, defensoría oficial) durante los primeros cuatro años de residencia, a lo largo de los cuales igualmente deberán pagar impuestos como cualquier otro británico. La única diferencia es que los extranjeros serán parias.
La misma ministra diseña el trazo fino de la nueva Ley de Contraterrorismo y Seguridad, que declara la ilegalidad de aquellos que «inciten al odio racial o religioso, amenacen la democracia o el orden público, y promuevan la violencia». A esta generalidad, que incluye de hecho hasta las protestas sociales esperadas por la profundización de los ajustes, se suma la persecución de los británicos yihadistas, que podrán ser detenidos e interrogados por la policía y los servicios secretos sin orden judicial y hasta perder su condición de ciudadanos si pelearon para el Estado Islámico (EI).
Cameron había reclamado en enero la vigilancia total de los contenidos de Internet y las comunicaciones en las redes sociales. «Nos centraremos en el extremismo de todo tipo, un extremismo que busca promover el odio y dividir nuestra sociedad, que busca socavar los valores que nos hacen una gran nación», arguyó la ministra May.
«Somos la economía desarrollada con mayor crecimiento del planeta. El doloroso sacrificio de estos años nos ha servido para sanear la economía y cambiar el modelo. No podemos quedarnos a mitad de camino: hay que seguir avanzando para cosechar los frutos del esfuerzo». En estos términos Cameron hablaba durante la campaña electoral de su programa económico, que hundió a 10 millones de personas bajo la línea de pobreza e impuso recortes al gasto público solo comparables con los que realizó en los 80 Margaret Thatcher. Según datos oficiales, durante el último lustro bajó el desempleo, es cierto, gracias a una reducción de salarios de hasta el 20% en los dos deciles inferiores, y una ultraflexibilización que en esos mismos sectores (en su mayoría jóvenes o de baja calificación) llevó a formas de empleo propias del siglo XIX.
Pero lo mejor siempre está por venir. El ahora ministro principal y ex de Finanzas, George Osborne, cerebro del plan económico, prevé una nueva reducción del gasto público de 25.000 millones de libras, que no saldrán del abultado presupuesto militar. La argumentación, conocida en esta parte del hemisferio sur, es que las inversiones que dinamizarán el crecimiento solo llegarán una vez que se haya eliminado el déficit fiscal, que ronda los 5,7 puntos.
En materia internacional, uno de los objetivos del neothatcherismo de David Cameron es «britanizar» la Unión Europea , para poner fin a una relación cargada de tensiones desde su adhesión a la Comunidad Económica , en 1973, hasta el rechazo a las normas de Maastrich y la adopción del euro como moneda en reemplazo de la libra esterlina.
Cameron, en rigor, siempre se mostró como un europeísta moderado con vaivenes de opinión según los requerimientos de su política interna. Sus distanciamientos comenzaron en 2012, cuando sus socios rechazaron los reclamos británicos para lograr mayor autonomía de la City, como se llama al sistema financiero del Reino Unido. Cameron comenzó a rodear su lobby a favor de la City con otros cuestionamientos a la burocracia, lentitud, elefantismo y corrupción de la UE. En 2013 advirtió que antes de 2018 convocaría a un referéndum sobre la permanencia del Reino Unido en la sede de Bruselas.
Pero jamás avanzó decididamente, también por límites de la política interna y para no quedar atrapado en una virtual guerra interna entre pro y anti europeos, que había acabado con sus predecesores John Major y Margaret Thatcher. A eso se sumaba que para alcanzar mayoría, en 2010, debió cogobernar con los europeístas del Partido Liberal-demócrata, entre otras limitaciones. Pero ahora, con mayoría propia en el Parlamento y liderazgo consolidado en su partido, avanza en su objetivo de reformular su relación con la UE.
Los apocalípticos alertan que Cameron prepara una «Brexit (British exit)» de Bruselas, para la cual su mejor bandera será llegar al referendo de 2016 con el argumento de que sus socios son un lastre para la grandeza británica y que se niegan a flexibilizar las normas que permitan una nueva relación. Otros, por el contrario, aseguran que la trama de interrelación económica y asociación de intereses entre los grandes países (Francia, Alemania y Gran Bretaña) es tan compleja que una Brexit requeriría años de implementación y ocasionaría daños mayúsculos para todas las partes. Unos pocos datos lo sostienen: el Reino Unido explica el 12% de la población de la UE, el 14% de su PBI y el 20% de su comercio, mientras que más de un cuarto de los bienes y servicios de la isla tienen destino al otro lado del Canal de la Mancha.
Para ellos, el Plan Cameron reside en obtener concesiones de Bruselas, principalmente referidas al sistema financiero, para enarbolar como triunfos durante una campaña para el referendo que lo tenga como protagonista de un eventual respaldo a la permanencia del Reino Unido en Europa. «Primero deberemos renegociar nuestra relación y luego viene el referendo», avisó a sus socios que tuvieron, por ahora, respuestas dispares, con una canciller alemana Angela Merkel dispuesta a conversar lo que sea necesario sin preconceptos, y un presidente galo como François Hollande parado en cuestiones de forma: «Es legítimo contemplar las aspiraciones de los británicos, pero hay reglas en Europa y entre ellas está la de la concertación», le advirtió.
—Alejandro Pairone