11 de febrero de 2015
Los libros de predicciones astrológicas lideran las ventas y se expanden a nuevos formatos digitales. Claves de un fenómeno que suma adeptos incluso en tiempos de crisis
Entre los géneros tradicionales del periodismo y de la industria cultural, el horóscopo ocupa un lugar particular. En general relegado a las últimas páginas de diarios y revistas, parece poco visible, pero es una de las secciones más leídas y resistentes a las innovaciones; sus ediciones en libros lideran las ventas y en los últimos años se han expandido a nuevos formatos en la televisión, en la web y en las redes sociales. El fenómeno se vuelve más complejo con la difusión del tarot en distintas versiones, la reciente incorporación de horóscopos no tradicionales, como el celta y el maya, y su creciente proximidad con la autoayuda. Más que un conjunto de prácticas y conocimientos remotos, el esoterismo aparece inscripto en la intimidad de la vida cotidiana.
«El horóscopo anual es un libro especial por muchos motivos», dice Natalia Ginzburg, directora del departamento editorial de la División Libros de Editorial Atlántida. «Pondría la palabra libro entre comillas en este caso, porque es un producto que tiene el soporte y se parece a un libro, pero como negocio es diferente –agrega–. La venta se mantiene bastante estable año tras año, acompaña a la economía y a los vaivenes del público. Son libros que tienen una tirada de entre 90 y 130.000 ejemplares, de lo que se vende entre el 85 y el 90%, cuando una edición estándar tira 3.000 y lo que se considera un gran éxito editorial, 10.000».
Las Predicciones Astrológicas, de Horangel, una especie de clásico, llevan 53 ediciones anuales. El nombre Horangel surgió de la unión de Horacio Tirigall y Ángela Groba, quien falleció en 2009. «Ángela era muy del mundo editorial, con ella llegamos a tener diez pruebas de imprenta; miraba con lupa las galeras, tenía un nivel de cuidado exótico para lo que uno espera de un libro de horóscopos», recuerda Ginzburg. Otro best seller, el Horóscopo Chino, de Ludovica Squirru, superó las 30 ediciones anuales. Entre los nuevos astrólogos, Jimena La Torre comenzó a publicar sus Predicciones en 2012.
Métodos y aprendizaje
Desde la portada de su último libro, Jimena La Torre afirma que 2015 es el año de Leo. «Hay un planeta que es el mejor de todos, Júpiter, que se mueve un año por signo, con lo cual le da la cualidad de benevolencia y de ideales a un signo durante un año», explica. El período no se mide por el calendario: «Júpiter entró en el signo de Leo en julio de 2014 y se retira el 11 de agosto de 2015, con lo cual aumenta la autoestima, aumenta la capacidad de que todos nos sintamos con la posibilidad de reinar sobre nuestras vidas. El 2014 fue el año de Cáncer y el de las madres, porque al estar en ese signo Júpiter aumentó la posibilidad de fertilidad y hubo más nacimientos, el tema de las madres fue mucho más fuerte», agrega La Torre y menciona en ese sentido la restitución de la identidad de Ignacio Guido Montoya Carlotto, «que a su vez es del signo de Cáncer».
«Me baso en esa energía para trabajar sobre un año –dice la autora de Predicciones–. Esa es una decisión arbitraria mía, cada astrólogo tiene su forma de mirar, yo lo hago de este modo y creo que funciona y a la gente le encanta». Las Predicciones Astrológicas de Horangel cuentan con una «astroguía» con pronósticos para todos los días del año, análisis de las etapas favorables y desfavorables en los temas clásicos (trabajo, economía, amor) y un heterogéneo menú de contenidos complementarios, que incluyen la «misteriología», información sobre los eclipses de sol y luna y consideraciones sobre sismos, tsunamis y otros fenómenos naturales.
La oferta de escuelas y cursos sobre astrología y tarot es muy amplia en la Argentina. Jimena La Torre, que atiende consultas desde 1999, estudió con Claudia Azicri. «El tarot me lo enseñó una bruja que leía las runas y estaba en el grupo de alumnas de astrología», puntualiza. Victoria Arderius, que gusta presentarse como madre, actriz, periodista y profesora de tarot, tuvo su primer contacto con el tarot en 1998, en una nota que hizo cuando trabajaba en Clarín. «Durante tres años, a modo de meditación diaria, sacaba un arcano y leía su significado –recuerda–. En noviembre de 2000, me echaron del diario. Una amiga me sugirió que leyera el tarot y así me convertí en enero de 2002 en tarotista profesional».
Victoria Arderius se reivindica como la iniciadora de las lecturas de tarot para los signos del zodíaco, que realizó en ciclos de televisión y portales de internet. «Mi misión es llevar el tarot a la vida cotidiana, sacarle esa oscuridad de brujería con que a veces se lo ve y hacer que la gente entienda que las cartas son una máquina para pensar la vida», considera. En El mundo del Tarot, su grupo de Facebook, nuclea a alumnos y «taromantes» (amantes del tarot) de distintos países. Su preferido es el tarot Rider Waite. «Es el mejor para aprender porque sus imágenes dejan a la vista el significado –dice–. Ejemplo: mientras en el famoso tarot de Marsella el tres de copas tiene solo tres copas, en el Rider Waite tenés tres mujeres, tres bacantes, bailando en ronda y elevando sus copas. El significado salta a la vista: donde sale, sea en el área del amor, del trabajo o de la salud, el tres de copas dice que la vida es una fiesta». La escritoria y performer Cuqui lee el tarot de Marsella –sobre todo en eventos culturales–, analiza árboles genealógicos y propone registros akáshicos, como se llama a las progresiones y regresiones en el tiempo. Jimena La Torre utiliza tres tipos diferentes de tarot: «La astrología y el tarot me respondieron todo –afirma–. En mi equipo cuento también con tarot egipcio, runas, I Ching, horóscopo chino, omiromancia, quiromancia, velomancia. A mí me responden la astrología, el tarot y la antigua magia celta, el esoterismo básico. Una runa me gusta, pero no lo siento como una carta de tarot».
El público quiere saber
Victoria Arderius reivindica también la creación de los «reportajes taromantes», un lugar «donde las cartas, en lugar de diagnosticar o vaticinar, preguntan» y que desarrolló en espacios culturales con escritores como Leopoldo Brizuela, Irene Gruss y Jorge Aulicino. Además imparte un curso de tarot para la vida cotidiana que apela a «abrir la intuición sin usar la memoria». El lema explica su posición: «Enseño para que las personas puedan relacionarse con el tarot como un amigo, como una guía en momentos de confusión. Que puedan leerse a sí mismas y a los demás, si es lo que desean. Para aprender no hay que usar la memoria, sino aprender a ver las cartas. Las imágenes son como un machete, viéndolas te acordás de lo que quieren decir». Incluso pueden ser una forma de mirar el mundo: «Veo un científico en su laboratorio y pienso en la imagen de El Mago; veo a alguien descansando y me acuerdo del cuatro de espadas».
Cuqui explora otros caminos: «Hay varias técnicas tanto para las regresiones como para las progresiones. Yo todavía no puedo decir a ciencia cierta si lo que uno ve son vidas pasadas o futuras o si son interpretaciones del inconsciente acerca de algo que uno le pregunta, aun así es una experiencia de alto aprendizaje», dice. Por ejemplo, «para hacer una progresión, hay que acostarse en un lugar tranquilo, ponerse una manta porque baja la temperatura corporal, cerrar los ojos, apoyar las manos debajo del ombligo y hacer tres respiraciones profundas, luego imaginarse dentro de un ascensor y subir diez pisos. Antes de apretar el botón, es recomendable indicarle al cerebro o al alma a dónde se quiere ir». Uno de sus libros, Desierto dividido en centímetros por piedras (2012), reúne textos inspirados en 113 regresiones a vidas pasadas y 17 progresiones a futuras.
Astrólogos y tarotistas coinciden en el diagnóstico de las demandas que reciben. Según Jimena La Torre, «lo más básico es el pedido de ayuda y lo más alto, de la gente que comprende mi tipo de trabajo y le gusta, es el pedido de una carta natal o de una revolución solar. Los temas que preocupan siempre son los mismos: el trabajo, el dinero, la familia, el amor, sobre todo si no están resueltos». Si bien reconoce esas mismas cuestiones, Victoria Arderius observa una diferencia: «Antes las personas venían para que les adivinen el futuro. Ahora, cuando cada vez más gente sabe que las imágenes del tarot se pueden usar para pensar la vida, los temas son otros: ¿Entre distintas habilidades, desarrollar cuál me haría más feliz y bien retribuida económicamente? ¿Cómo tendría que actuar en tal situación?, por ejemplo. Me interesa potenciar el libre albedrío del consultante. En lugar de decirle lo que le va a pasar, usar las cartas para ver distintas opciones de cómo encarar el asunto que lo preocupa».
¿Qué revela el tarot sobre la vida de las personas? «Todo –responde Cuqui–. Que yo no lo entienda o no lo pueda ver es una limitación mía. Si me preguntan mucho y muchas veces por alguna persona, llego a saber tanto que ya sé cómo va a reaccionar. Es extraño, uno está con las cartas sobre la mesa y puede ver a personas que no conoce, también ver qué posibilidades serían mejores o peores para una decisión determinada. Pero la decisión final es del consultante. Yo no sé si a ellos les quedan tan claras las cosas como a mí, si realmente logro transmitirles todo lo que sale».
Natalia Ginzburg tiene una larga experiencia como editora de libros de horóscopos. «Los astrólogos conocen bien su público y su producto. Por ahí algo que a vos te parece feo desde lo estético, una foto o una tipografía, por ejemplo, ellos saben que puede funcionar, que tiene sus leyes propias, las del género, y que deben ser respetadas. No hay mucha mano para meter desde el punto de vista del editor», advierte.
Los astrólogos más conocidos cuentan con equipos de colaboradores que proveen información sobre diversos temas. La producción de un libro de horóscopo anual comienza en el mes de marzo y cierra aproximadamente en septiembre, para ir a imprenta y estar en quioscos y librerías hacia fines de noviembre. «Es un negocio que se piensa sobre todo para quioscos –explica Ginzburg–. El porcentaje de ventas será de un 25% en librerías contra un 75% en quioscos. Por eso son libros que no pueden pasar de cierto precio». Los editores no hacen predicciones, pero con los horóscopos pueden saber qué cantidad de libros venderán cada año, un fenómeno que en la industria editorial solo se produce con los manuales escolares.
Los horóscopos tienen sus fanáticos y también sus escépticos. «Pero vos ponés el libro en cualquier lugar y la gente lo abre. Hay mucho doble discurso en torno a este tema», dice Ginzburg, que lo considera «una costumbre relacionada con el ocio y con ciertas introspecciones», sostenida «en una especie de compulsión atávica a creer que el nuevo ciclo nos deparará nuevas cosas y a querer saber».
Para la editora de Atlántida, el público de los horóscopos atraviesa todos los sectores sociales. «Si le preguntás a alguien si cree o no cree, si se le cumple o no, no vas a tener una respuesta definitiva. Pero lo leen. ¿Qué es lo que tiene, entonces? Como lectora, y no tanto como editora, me gusta pensar que más allá de su capacidad anticipatoria, el horóscopo es una suerte de test proyectivo que propone unos ítems en los que siempre es bueno pensar».
Por esa vía podría pensarse en un sentido profundo para los pronósticos de la astrología: «Lo que recupera el horóscopo es una práctica del orden de lo ritual que en una época secularizada tiende a perderse –afirma Ginzburg–. Los horóscopos capitalizan esa necesidad de dar un paso al nuevo ciclo, de hacer un balance. Las respuestas pueden obedecer a diferentes filosofías: el chino con su filosofía oriental y el I Ching, el occidental con sus cuestiones arquetípicas y sus signos, y así sucesivamente. Pero más allá del paradigma en que nos basemos, lo que hay es una oportunidad para repensarse en un mundo abrumado por el correr de los días y las semanas en el año».
—Osvaldo Aguirre