26 de enero de 2016
La devoción del público local por la legendaria banda británica lleva varias décadas. Claves de un fenómeno que trasciende lo musical y atraviesa generaciones y clases sociales.
Si alguien visita uno de esos mercados de consumo popular que han florecido en la geografía del Gran Buenos Aires, seguramente se encontrará con puestos que venden toda clase de remeras. Las hay de todo tipo, y será infrecuente encontrarse con una que tenga en el frente la legendaria lengua que representa a Los Rolling Stones. Lo que no deja de constituirse en un hecho curioso, dada la popularidad en la Argentina de la banda más longeva de la historia del rock. Pero todo tiene una explicación: «Esas vuelan», comenta una vendedora, que a cambio ofrece otros modelos del mismo grupo, aunque no tan representativos. Ese símbolo, diseñado por el entonces estudiante John Pasche en 1971 para el sello discográfico de la banda, representa a los Stones mejor que cualquier fotografía.
Algo parecido sucede en otra latitud; en la avenida Santa Fe de Buenos Aires, cerca del shopping Alto Palermo, existe una casa de ropas llamada «Tumbling Dice», en honor a una de las mejores canciones del repertorio de Los Rolling Stones. Su apariencia es más bien formal y alejada del estereotipo «rollinga»; el público es más bien de mujeres adultas, aunque predomine la ropa masculina. En ese barrio, asociado a una clase social más alta, el fenómeno es el mismo: «Todo lo que tenga la lengua, se va rápido».
Latinoamérica ya está lista para recibir a Sus Majestades Satánicas por cuarta vez. Y en la Argentina se cuentan los días para los, en principio, tres shows que el grupo encabezado por Mick Jagger y Keith Richards brindará el 7, 10 y 13 de febrero en el Estadio Único de la ciudad de La Plata, que son los únicos del continente con las entradas totalmente vendidas; se supone que el concierto previsto para el día 16 de febrero en el Estadio Centenario de Montevideo, también está a punto de agotarse por la demanda agregada del público argentino. Los boletos que aún están disponibles, son aquellos que cuestan 1.200… ¡dólares! En otros conciertos de una magnitud aproximada, las localidades más caras son las que primero se venden; aquí sucede al revés. Y no es una cuestión de precios, solamente.
Pese a que los músicos podrían ser los abuelos de muchos, los que más prontamente se abalanzaron sobre los puestos de venta online de entradas para ver a los Stones, han sido en general adolescentes y veinteañeros: los únicos con la paciencia necesaria para estar todo un día, mouse en mano, con el objetivo de hacerse de sus boletos dorados. Podría pensarse que ver a Los Rolling Stones en 2016 es un placer para gente de mediana o tercera edad, de alto poder adquisitivo, pero lo cierto es que se trata de un fenómeno que atraviesa a todas las generaciones, de todos los sectores sociales. Lo que se dice, un sentimiento.
Nada de esto es del todo nuevo, ya que aconteció las tres veces que los Stones visitaron el continente, con especial énfasis en Argentina. Keith Richards, dicen, titubeó cuando vino a tocar como solista en 1992 en el estadio de Velez, al escuchar la marea de público que coreaba su nombre. Era un fenómeno que lo tomaba por sorpresa, porque no era solo la adoración por los Rolling Stones: hasta ese momento, Richards no había sido tocado por la adoración focalizada en su persona.
El periodista Diego Perri publicó en 2013 su libro República Stone, y en él recuerda que en la conferencia de prensa de 1992 tuvo oportunidad de preguntarle al legendario guitarrista si tenía conciencia de lo que despertaba en sus fans. «Estoy comenzando a darme cuenta –respondió–. Me siento como en casa. Hace un par de días que estoy acá y me parec0e haber llegado hace un mes. Todo el mundo es muy cordial y me hacen sentir muy bien».
«La locura es prácticamente la misma hoy», le explica Perri a Acción. «Recordemos que cuando se pusieron a la venta las entradas para los shows de la primera visita de la banda en 1995, murió un joven por disturbios en la cola de la boletería. Hoy contamos con tecnología que nos permite hacerlo online, pero de un modo u otro las dificultades, la ansiedad y la locura por conseguir el anhelado lugar parece ser las mismas. Y siempre la cantidad de shows que se anuncian resulta insuficiente. Es un amor incondicional que no conoce de límites».
Alfredo Rosso, periodista especializado en rock, ve el fenómeno de forma parecida: «Para esos pibes, Los Rolling Stones son una forma de vida: lo perciben así. Nosotros, la gente de mi generación, por ahí tenemos una visión distinta; conocemos a los Rolling revolucionarios de la era Brian Jones, o los de la era Mick Taylor, menos urticantes socialmente pero más reventados. Pero los pibes quieren los Rolling Stones de la lengua, conocen a la banda desde que ingresó Ron Wood (1975) a la fecha. Yo creo que es un poco la misma mística que hizo que Los Ramones llenaran estadios acá, mientras que en Estados Unidos tocaban en pequeños clubes. Hay un elemento vivencial, todavía: Argentina es uno de los pocos lugares en el mundo en donde Los Rolling Stones se pueden sentir todavía rebeldes».
Clásicos y millonarios
Al igual que Los Beatles, la música de Los Rolling Stones se universalizó en los 60, aunque su penetración no fuera tan masiva como la del grupo de Liverpool. Diseñados, en lo que al marketing concierne, por su manager Andrew Loog-Oldham como la contracara estética de Los Beatles, lograron crear un aura de rebeldía que les sirvió durante sus años de formación para darse a conocer. Fueron una banda que interpretaba el repertorio del blues y el soul, pero ya en 1965 dieron el golpe con «(I Can’t Get No) Satisfaction», un tema propio que se transformó en su himno perenne.
En los 70, Los Rolling Stones fueron más grandes que nunca, pese a la loca carrera tóxica de Richards, que culmina con el célebre arresto en 1977. La banda experimentó un rejuvenecimiento con el álbum Some girls de 1978, y su acercamiento a la música disco con «Miss you». De todos modos, su impronta rockera era lo que siempre iba a imponerse, más allá de coqueteos con todos los estilos que les gustasen: el reggae, el soul, el country y otros varietales.
Hubo un tiempo incierto, a mediados de los 80; una separación encubierta que Jagger y Richards llamaron «la tercera guerra mundial». Eso quedó atrás en 1989, cuando encararon la gira «Steel wheels», presentando el álbum homónimo. Así quedó forjada la plantilla de los próximos veinticinco años: un disco cada tanto, una gira mundial, libertad para trabajos solistas y mucha planificación. La dimensión de lo que es una gira de Los Rolling Stones, por escala del escenario y el staff requerido, es aproximadamente la de un pequeño ejército. Y trasladar eso cuesta millones: lo mismo que un error en la logística. Esa puede ser una explicación del altísimo costo para verlos en vivo.
No habría que llamarse a engaño: la banda sale de gira porque a sus integrantes les gusta tocar, pero también para hacer dinero. También podrían quedarse contando billetes en una mecedora, que no les alcanzaría lo que les queda de vida para llegar hasta el último. Pero eso no les daría la satisfacción sobre la que tanto han cantado.
Alfredo Rosso es un habitué de Glastonbury, el festival más grande del planeta, que se celebra todos los años en Inglaterra. En 2013, Los Rolling Stones fueron el número de cierre. «Me apabullaron», confirma Rosso. «Jagger empezó a cantar como si tuviera algo que demostrar. Creo que sintió que tenía que demostrar que un septuagenario todavía podía cantar bien rock and roll. Y lo hizo: estaba afinado, y la banda estaba muy bien: me aplastaron».
La experiencia de asistir a un recital del grupo en la Argentina tiene sus particularidades. «Acá, la gente es distinta», sostiene Rosso. «En el mundo, lo que se festeja es la fiesta. Cuando yo estaba en Glastonbury había 120.000 personas muy contentas, pero muchos pibes no conocían sus canciones. Acá, el público corea todos los temas, lo aplauden a Charlie Watts y también a Keith Richards, que son como los símbolos de la banda. Eso no pasa en Inglaterra».
Los Rolling Stones son especiales para la Argentina. ¿Es la Argentina especial para los Stones? «No me cabe la menor duda: la banda se energiza aquí, se contagia por el público», sostiene Perri. «El fan argentino es apasionado, futbolero, demostrativo: protagoniza su propio espectáculo. Es una audiencia única, aunque hay que desmitificar que tocan aquí por el negocio que implican o porque no tienen éxito en otros países. Los Rolling llenan estadios desde hace más de 40 años en todo el mundo», agrega. ¿Cómo se encuentra en la actualidad el estándar de la banda más grande del rock and roll mundial? «En junio de 2015 vi tres shows del «Zip Code Tour», uno en Atlanta, un buen show, otro en Orlando, en piloto automático, y cinco días más tarde un show glorioso y explosivo en Nashville», informa Perri.
Beneficios colaterales
Bernard Fowler es uno de los tres coristas con los que cuenta la banda en sus presentaciones en vivo; un sesionista que editó por su cuenta un único disco, Friends with privileges. Pilo Gómez, un estupendo guitarrista argentino, se convirtió en el director musical de su banda en el país. Se conocieron en Nueva York, donde Pilo residía y se volvieron a ver en Buenos Aires, cuando los Stones tocaron en 2006.
«Cuando me volví a encontrar con Bernard en Nueva York, le dije que tenía que venir a tocar solo a la Argentina, porque le iba a ir muy bien», le cuenta Pilo a Acción. «Entonces en 2007 organicé una movida con un sponsor, lo contacté al Zorrito Quintiero, y Bernard volvió a Buenos Aires como solista. No lo podía creer, todo el mundo lo paraba por la calle para una foto, una firma o algo. Económicamente le convenía, porque artistas como él son conocidos en Europa y Estados Unidos, pero no generan la locura que se produce acá. Pero además, la gente lo adora porque es un cantante increíble; su fenómeno lo tomó medio de sorpresa».
Pilo Gómez es un genuino producto stone de estas pampas. Conoció a la banda por un hermano mayor, y lo que le atrajo fue el logo de la lengua. Pero después de ver la película Let’s spend the night together, un filme de Hal Ashby que retrató la gira norteamericana de 1981, se enamoró del grupo, como muchos otros. Pero Pilo tuvo un plus: que un stone le cuente una escena en primera persona. «A través de Bernard tomé contacto con Ron Wood, y me invitó a pasar una tarde con él cuando estuvo de vacaciones en Punta Del Este, época en la que tenía una novia brasileña», cuenta. «Ya estaba más tranquilo y se dedicaba a la pintura. Ronnie es un tipo muy simple, muy afectuoso, y esa tarde contó la historia de cuando casi se mata por saltarle encima a Jagger: el cantante se corrió y él siguió de largo. ¡Eso yo lo había visto en la película! Obviamente, escucharlo de su boca no tiene precio».
Para Diego Perri, Let’s spend the night together es lo que detona la popularidad masiva de Los Rolling Stones en nuestro país. «Se hicieron más conocidos a partir de la película, que recibía legiones de fans en las trasnoches de cines del Conurbano y de la Capital Federal. Y se masificaron en los 90 que, creo, fue una época marcada por cierta acefalía creativa en lo artístico y musical a nivel mundial. Así, muchos artistas influenciados por la música de los Rolling, convirtieron su propuesta en una suerte de subgénero para el rock local. Las bandas encolumnadas bajo los parámetros de los Stones, definieron un sonido, un estilo, una imagen y un espíritu», analiza.
Si bien existieron grupos locales como Carolina, que intentaron algo en el estilo stone, en los años iniciales del rock local no había bandas de ese tipo: solo Los Gatos tenían algún lejano parecido, tal vez por ser el primer grupo estelar. Hubo que esperar a los 80, para el surgimiento de Los Ratones Paranoicos, la gran banda stone del país, y otras que siguieron sus huellas como Viejas Locas y La 25. Pero no hay que olvidarse de Los Piojos, que lograron una variante original al mezclar el rhythm & blues con sonidos rioplantenses de candombe, y se transformaron en un fenómeno masivo, tan de estadios como los propios Stones.
Miguel Ángel Rodríguez, actual líder de La Que Faltaba, fue el bajista de Los Piojos y no tiene ningún problema en admitir la influencia. «Creo que influyeron sobre todos y, a su vez, ellos también fueron influidos por el blues. Esa influencia también se hace más grande porque su historia no para de crecer. Hay que tener mucho valor y constancia para seguir desarrollándose después de tanto tiempo. Son un ejemplo y algo digno de ver», afirma. Rodríguez tuvo la oportunidad no solo de ver el show, sino de saludarlos en persona cuando Los Piojos fueron teloneros de Los Rolling Stones en River, durante la tercera visita en 2006. «Tuvimos que esperarlos muchísimo, pero cuando vinieron a nuestro encuentro el momento fue mágico. Ronnie Wood me agarró fuerte la mano. Nosotros habíamos terminado de tocar y ellos ya estaban producidos para subirse al escenario. La sonrisa me duró un mes en la cara».
Idioma universal
La rivalidad entre Beatles y Rolling Stones ha sido histórica e internacional. El año pasado se editó en la Argentina un libro que da cuenta de ella: Beatles vs. Stones, escrito por el académico de la Universidad de Georgia, Estados Unidos, John McMillian. Si bien su especialidad es la historia de los movimientos políticos del siglo pasado, y posee un doctorado en Historia, ese background le ha dado a McMillian la oportunidad no solo de contar en su trabajo el enfrentamiento real o ficticio (varía según el caso) entre los dos grupos, sino también la posibilidad de analizar sus movimientos desde la política.
«Escribí un libro anterior sobre la prensa underground en Estados Unidos, tabloides de izquierda que eran muy leídos por activistas durante la guerra de Vietnam», cuenta McMillian, al ser consultado por Acción. «Y encontré muchos artículos sobre las “supuestas” ideología de Beatles y Stones, la mayoría de ellos escritos en el verano de 1968. Los Beatles editaron “Revolution”, y los Stones “Street fighting man”. Eso me hizo pensar, porque siempre presumí que no había mucho que decir sobre esa vieja rivalidad. Pero estaba equivocado: ¡a la gente le sigue interesando! Por eso mi libro se publicó en alemán, holandés, italiano, búlgaro, japonés, noruego y, por supuesto, en castellano».
«Me cuesta un poco comprender lo que sucede en la Argentina con los Stones hoy», sigue McMillian. «Para mí son como una broma, porque no tienen nuevo material desde hace diez años, y siguen tocando las viejas canciones que ya tienen 30, 40 y hasta 50 años. Aquí en los Estados Unidos tocan para un público adinerado, y el ticket más accesible cuesta varios cientos de dólares. Estoy seguro de que disfrutan tocar en vivo, pero siguen intentando ganar todo el dinero posible. A veces me pregunto: ¿no tienen suficiente ya?».
Quizás los Stones tengan suficiente, pero el público argentino no parece cansarse de ellos. Sin embargo, hubo un tiempo en que eso no era así. Alfredo Rosso comenzó a especializarse en el rock cuando comenzó a comprar discos en 1968. «En aquel entonces, el primer grupo eran Los Beatles, pero el segundo… era Creedence Clearwater Revival. Los Rolling eran conocidos y venerados por la generación de La Cueva, por nuestros primeros rockers y había muchos grupos que los imitaban. Los Walkers, por ejemplo o Los Mockers uruguayos, muy buenos. Pero en aquel entonces, los Stones eran un grupo para, utilizando un término de la época, “gente que estaba en la pomada”. Si uno iba a una gomería del Gran Buenos Aires, al lado de la foto de la rubia, estaba el poster de Creedence».
Estadísticamente, todo ha cambiado. Si fuera por venta de tickets, habría que decir que la Argentina es pinkfloydeana, porque es Roger Waters y su restauración de The Wall, el espectáculo que ostenta el récord de entradas vendidas, marca alcanzada en 2012. Pero a lo largo de tres visitas, los Stones acumulan doce llenos del estadio de River, superando a Waters por tres, aunque siendo justos se debería declarar un empate por anteriores visitas del exmiembro de Pink Floyd. Sin embargo, nadie dudaría en afirmar que en la Argentina prevalece más la adoración por los Stones que por Pink Floyd. Es más: ni siquiera Paul McCartney, representante del mundo beatle, ha causado tanto alboroto.
«Hay una sensación de que los Rolling son argentinos», concluye Rosso. «Y yo creo que representan, de alguna forma, el aguante del rock and roll: de que cuando todo está mal, hay canciones para resistir. Y no me cabe la menor duda de que vos vas a la multitud que está haciendo pogo adelante, en el show, y preguntás cuál es tu stone favorito, y te va a decir: Keith Richards. Porque es el aguante del aguante, es el tipo que volvió de todo: de la muerte, de las drogas, del alcohol, de la cárcel. Richards tiene una visión del mundo como la de una persona que nunca dejó de ser rebelde. Uno no lo ve llevando la contabilidad de los Stones, pero se lo puede imaginar tranquilamente a Jagger haciendo eso. La gente ve en él la integridad de ese germen de los Stones cuando comenzaron en 1962».
¿Integridad? Una palabra paradójica para cualquier rockero. Pero va de la mano con el concepto de la autenticidad, que sí es un valor en el que todos coinciden. Más allá de eso, tal vez sea la sensación de que esta será la última vez que Los Rolling Stones visiten la Argentina, simplemente por una cuestión biológica, lo que haga que la fiebre del rock and roll vuelva a romper el termómetro.
—Sergio Marchi