22 de diciembre de 2014
El informe del Senado sobre las torturas de la CIA dejó mudos a muchos estadounidenses. Uno siempre se pregunta qué los afecta más, si descubrir la magnitud de las torturas o que la CIA les mintió a los congresistas sobre la magnitud de las mismas. La noticia se conoció justo cuando Dilma Rousseff recibió el informe de la Comisión de la Verdad sobre los crímenes de la dictadura y el gobierno uruguayo acogió a 6 personas recluidas por años sin juicio en la cárcel de Estados Unidos en Guantánamo, Cuba, donde encerraba a los capturados en su guerra contra el terrorismo.
Diversos organismos estadounidenses habían recomendado la liberación de los 6 en 2009, pero recién se concretó 5 años después al llegar al Uruguay. El presidente José Mujica –símbolo del cruce entre el pasado y el presente– le escribió una carta abierta al presidente de los Estados Unidos explicándole que la principal razón para recibirlos era humanitaria. Mujica aprovechó para pedir el levantamiento de lo que calificó como «injusto e injustificable embargo a nuestra hermana República de Cuba» además de pedir la liberación de Antonio Guerrero, Ramón Labañino y Gerardo Hernández, cubanos presos bajo acusaciones de espionaje en Estados Unidos desde hace 16 años –hecho que ocurrió pocos días después–.
No es casual que Mujica diga que Guantánamo no es una cárcel sino un nido de secuestro, un sitio que prometió cerrar Barack Obama durante su primera campaña electoral.
El propio Mujica, su mujer y senadora, y su ministro de Defensa fueron detenidos ilegalmente por años y aislados del mundo por una dictadura apoyada desde la Casa Blanca.
Mientras el vicepresidente de los Estados Unidos continúa justificando las torturas en un programa de televisión de la cadena NBC, una muy pequeña nación de Sudamérica le brinda lecciones de humanismo al país que se jacta de ser un faro para la humanidad.