La fórmula Corbyn

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De peculiar personalidad, el dirigente de 66 años ganó con amplitud las internas e inquieta al gobierno de David Cameron con su agenda de políticas progresistas. Los retos dentro y fuera de su partido.

 

Líder. Corbyn, rodeado de simpatizantes, tras ofrecer un discurso de campaña en Rock Tower, en el norte de Londres. El candidato recogió casi el 60% de los votos. (Stansall/AFP/Dachary)

Un fantasma recorre Europa y deambula por el mismo país donde descansan Karl Marx y Friedrich Engels. Los autores del Manifiesto Comunista hablaban del comunismo pero en Inglaterra se refieren a Jeremy Corbyn, el hombre que ganó las internas del Partido Laborista y que es presentado, muchas veces, con motes extremos: desde el Quijote inglés hasta el dinosaurio marxista. La cabeza del más grande partido opositor del Reino Unido es un personaje más que curioso y no solo por no tener automóvil, su condición de vegetariano y la costumbre de no tomar alcohol en la tierra de los pubs. A los 66 años, lleva casi la mitad de su vida ocupando un escaño en la Cámara de los Comunes. Sus adversarios lo veían como un colorido orador pero sin acceso al poder real. Se equivocaron, pues Corbyn ganó las primarias con casi el 60% de los votos. Sus propios compañeros de bancada sabían de su carácter indómito, tanto que votó en contra de la disciplina partidaria más de 500 veces.
Sin embargo, el flamante líder del laborismo asumió diciendo que apostará a sumar a todos los miembros de su partido, y los instó a que «trabajemos juntos para lograr grandes victorias, no solo electorales para los laboristas, sino para toda la sociedad, y demostrar que la pobreza no es inevitable». Es un discurso que hace ruido en boca de alguien acostumbrado a mantener posiciones firmes, a contramano de la corriente. Basta recordar que Corbyn ya había pedido que el gobierno inglés dialogara con la Argentina por la causa Malvinas, abogando por una administración compartida en las islas, «como ya se hizo en Hong Kong y, en cierta medida, con Gibraltar».
Los más importantes medios europeos buscaron analogías para definir lo que estaba sucediendo en una de las principales potencias del continente y del mundo. Calificaron a Corbyn como el Tsypras de Londres, en referencia al expresidente griego; titularon «Podemos se muda a Inglaterra», en alusión al partido de los «indignados» que surgió en España. Ambas comparaciones no son del todo precisas, dado que relacionan a dos fuerzas nuevas con un movimiento de más de un siglo de antigüedad. La actual figura de la política británica levanta banderas antiajuste, nacionalizadoras y contrarias a las desigualdades sociales. El laborismo había hecho sonar esa canción desde los inicios de su historia, a comienzos del siglo XX. En los 80, Margaret Thatcher silenció esa melodía. Los primeros ministros Tony Blair (1997-2007) y Gordon Brown (2007-2010) no pudieron dar a sus gestiones la impronta partidaria fundacional. Desde entonces el partido se debatió entre un coqueteo con la derecha y un progresismo solo discursivo. Corbyn sedujo a sus seguidores sin avergonzarse por definirse como un candidato «de izquierda». Ganó la contienda electoral y pretende ser en el futuro el nuevo inquilino de Downing Street 10. En la sede del gobierno nacional, el actual premier, David Cameron, aseguró a sus compatriotas que «el Partido Laborista es ahora una amenaza a nuestra seguridad nacional, a nuestra seguridad económica y a la seguridad de sus familias».

 

De abajo hacia arriba
El oficialismo le enrostra a Corbyn un archivo que considera polémico y peligroso. Sin embargo, el líder opositor sostiene sus posiciones. Así, no reniega de su perfil antimonárquico ni esconde los puentes que tendió con el IRA en Irlanda del Norte, conflicto en el que equiparó a los terroristas y a los servicios secretos británicos por los crímenes cometidos. Enemigo manifiesto de la industria bélica nuclear, Corbyn rechazó la solución militar en torno de la crisis siria al considerar que bombardear a ese país «no ayudará a los migrantes, sino que creará más». El partido Conservador desempolvó ahora munición contra el laborista. Entre otras cosas, por haber dicho que la muerte de Bin Laden fue una «tragedia» y señalar que, en lugar de asesinarlo, Estados Unidos debería haberlo capturado y llevado a juicio. En 2009, participando de una marcha contra la guerra de Irak, el nuevo líder laborista consideró «amigos» a algunos integrantes de Hamas y Hezbolá, declaración que escandalizó a los tories. Michael Fallon, actual ministro de Defensa, contribuyó a desparramar más miedo. «Ya sea debilitando nuestro ejército, subiendo impuestos, endeudándonos o encareciendo el costo de vida en base a emitir dinero, el laborismo perjudicará a la gente trabajadora», afirmó uno de los miembros del gabinete de Cameron. En la guerra que sufre desde el instante mismo en que se abrieron las urnas, Corbyn también recibió fuego amigo. Tony Blair, cuya candidata en las primarias, Liz Kendall, se alzó con un magro 4,5% de los sufragios, había dicho antes de la elección que si su partido elegía un «ultra izquierdista, un marxista leninista trasnochado», el laborismo no solo afrontaría la derrota sino que se asomaría a su aniquilación. «Quienes sientan que su corazón está con Corbyn, necesitan un trasplante», graficó el ex primer ministro.
El sistema de elección del laborismo tuvo en sus orígenes una vía múltiple de participación. Se permitía elegir a través de tres colegios electorales, uno por los diputados, otro por los sindicatos afiliados al partido y otro por los militantes de base. Para quitar peso a los gremios, la derecha partidaria modificó el procedimiento y estableció la consigna «un afiliado, un voto». Recientemente, se permitió que los «simpatizantes» también pudieran empadronarse, previo pago de tres libras (unos 45 pesos). Corbyn logró tal impacto en su postulación que en solo tres meses triplicó el registro de habilitados para sufragar, de 200.000 a 600.000. Los inscritos fueron principalmente jóvenes, cuyo entusiasmo se trasladó evidentemente al resultado final. No faltaron quienes explicaron que los votos para el triunfador vinieron de conservadores que se anotaron para elegirlo y, de esa manera, lograr que el laborismo tuviera un candidato que, decían, «jamás iba a ser primer ministro». Como el voto es secreto, esa hipótesis no podrá ser refrendada.  Más allá de las conjeturas, uno de los grandes desafíos que deberá enfrentar Corbyn será su supervivencia puertas adentro de su agrupación. Es que sabe que no cuenta con la simpatía de la mayoría de su propio bloque de diputados. Para peor, renunciaron 7 de los ministros del «gabinete en las sombras» laborista, disconformes con el veredicto de las urnas. Su poder viene de abajo hacia arriba, esa es su fortaleza y también su debilidad.

 

Planes opuestos
La propuesta de Corbyn se centró en lo que él definió como objetivo base: «Nuestra labor –dijo– consiste en mostrar que podemos hacer que la economía funcione para todos, haciendo frente a la injusticia, luchando por un futuro más justo y democrático, que satisfaga las necesidades comunes». El laborista admite que debe reducir el déficit presupuestario (hoy por hoy, un 5% del PBI) pero se propone hacerlo no a través de recorte en el gasto sino aumentando la inversión y subiendo los impuestos a los más ricos. Fomenta la emisión monetaria pero destinará esos billetes a la creación de un Banco Nacional de Inversiones que destine fondos para proyectos de vivienda, infraestructura y tecnología. Por otra parte, propone nacionalizar el ferrocarril, los servicios de electricidad y gas y el Banco Nacional de Escocia, en tanto plantea privilegiar la educación pública y multiplicar la asistencia social, con una ayuda universal a la infancia. Se trata de un plan opuesto al que diseñó Cameron para enfrentar la crisis, tras haber triunfado holgadamente en los comicios de mayo de este año. En la estrategia lanzada en julio pasado, el líder conservador decidió una primera fase de recortes en la asistencia social por 12.000 millones de libras (174.000 millones de pesos) en tres años. Se eliminó la ayuda de vivienda para menores de 21 años y se quitó la beca otorgada a estudiantes universitarios sin recursos. Asimismo se rebajó de 26.000 a 23.000 libras anuales (de 377.000 a 666.000 pesos) la cantidad máxima que una familia puede pedir como subsidio estatal, mientras que las personas que ocupen una vivienda social y tengan ingresos mínimos deberán pagar un alquiler a precio de mercado.
El surgimiento de Corbyn inquieta también al Viejo Mundo. El laborista calmó las aguas al jurar que no propicia el abandono de la Unión Europea (UE) pero aclaró que «habrá que unir fuerzas para crear una Europa mejor». Se manifestó en contra de los llamados TTIP, los tratados de libre comercio entre Estados Unidos y la UE. También estudia la posibilidad de alejarse de la OTAN, no es partidario de mover tropas británicas a conflictos ajenos sin que lo autoricen las Naciones Unidas y ya reiteró que rechaza las incursiones bélicas contra el Estado Islámico en Siria e Irak. Cuando le preguntaron sobre si analizaba reforzar los controles fronterizos para frenar la inmigración, él respondió destacando la «enorme contribución» que los extranjeros realizaron en su país desde la Segunda Guerra Mundial.
A la izquierda del laborismo. Allí está Corbyn, cosechando los frutos de un partido que había abandonado sus postulados, se había dejado llevar por una insípida moderación que había propuesto Blair y no había sabido cómo tentar a sus tradicionales votantes en las últimas contiendas. ¿Qué pasará ahora? Las aguas se dividen. El candidato no la tiene fácil, porque lo critican desde dentro y fuera de su espacio. «Ahora deberá construir con hechos y no con palabras», le espetan los mismos que lo señalan como «idealista». Pero es el elegido y le llegó su momento. Sumar sin asustar pero convencer sin traicionar. Esa es la fórmula del hombre que viene a patear el tablero, cuando la partida parecía inclinarse otra vez a los ganadores de siempre.

Diego Pietrafesa

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