11 de agosto de 2015
Acechados por Estados Unidos y la Unión Europea, pero también por tensiones internas, los bloques regionales pugnan por consolidar una estrategia común de desarrollo.
Tiburón, ¿qué buscas en la orilla?» se preguntaba el cantante panameño Rubén Blades hace cuatro décadas. La metáfora hace referencia al apetito de Estados Unidos contra América, es decir, el pez grande se come al pez chico es la regla que el imperialismo trae desde sus orígenes y que Washington retoma hoy en el sur del continente. La amenaza al Mercado Común del Sur (MERCOSUR) y las acciones contra otros proyectos de integración regional se concretan ahora no desde la actividad bélica, sino a partir de los tratados de libre comercio (TLC) y los acuerdos bilaterales que, gestionados a espaldas de las decisiones en bloque, buscan fragmentar y debilitar los agrupamientos integradores.
Algunos miembros del Mercosur parecen permeables a esta jugada y en la reciente cumbre de Brasilia se evidenciaron dos posiciones contrapuestas. Por un lado, aquellos que insisten en apostar a la solidez política como sustento del desarrollo común, por otro, aquellos que desean abrirle la puerta al gigante del norte pensando más en los beneficios individuales que en los riesgos que tal decisión traería para lo colectivo. La incorporación de Bolivia, ciertamente, ayuda a inclinar la balanza hacia el primero de los extremos.
Otro bloque, la llamada Alianza del Pacífico (AP), integrada por Chile, Colombia, México y Perú, fue pionera en la flexibilización de sus vínculos comerciales con las grandes potencias y no son pocos los que exigen que el MERCOSUR replique tal receta, a pesar de que una de sus consignas fundacionales lo prohíbe expresamente. En tanto, en el horizonte se dibuja un posible vínculo con la Unión Europea (UE) que entusiasma y preocupa por igual.
La Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) y la Unión de Naciones Sudamericanas (UNASUR), en tanto, tienden puentes hacia China y Rusia como invitados especiales. Las inversiones euroasiáticas, que oxigenan con créditos a las economías locales, tampoco agradan a Estados Unidos, más alarmado por lo estratégico que por lo financiero. Desde su creación en Asunción, Paraguay, el 26 de marzo de 1991, nunca antes el MERCOSUR estuvo ante tanta presión interna y externa. Si bien jamás Miguel de Cervantes Saavedra se lo hizo decir a Don Quijote, podría hacerse declamar al bloque sudamericano: «Ladran, Sancho, señal de que cabalgamos».
Ataques de ayer y hoy
Estados Unidos había sufrido una dura derrota en 2005. En la IV Cumbre de las Américas celebrada en Mar del Plata, por iniciativa de los presidentes Néstor Kirchner (Argentina), Hugo Chávez (Venezuela) y Lula Da Silva (Brasil) fue rechazado el ALCA (Área de Libre Comercio de las Américas) que el jefe de Estado estadounidense, George W. Bush, consideraba como aprobado de antemano. Quien pensaba que la Casa Blanca no insistiría en sus intenciones, se equivocó. Leandro Morgenfeld, historiador y autor de Argentina y EE.UU., relaciones peligrosas, asegura que los ataques al MERCOSUR no son nuevos. Dice Morgenfeld que «la estrategia estadounidense de desalentar la asociación económica y política latinoamericana tiene dos siglos de existencia. Ya en 1826 se opusieron al Congreso de Panamá impulsado por Simón Bolívar para potenciar la conformación de una “Patria Grande”. Y antes, en 1823, con la Doctrina Monroe, intentaron alejar a potencias extrahemisféricas y a la vez alentar la balcanización regional. A EE.UU. le conviene negociar TLC o acuerdos marco que estén bajo su dominio y como el Mercosur responde a otra lógica, no es funcional a sus intereses».
Los renovados avances de Washington en defensa de sus intereses comerciales eran un secreto hasta que Wikileaks los descubrió. La ONG que filtra documentos reservados de interés público advirtió la existencia de un Acuerdo en Comercio de Servicios (en inglés, TISA) que con patrocinio de Estados Unidos suscribieron 50 países que representan el 68% de las operaciones mundiales en, entre otras áreas, finanzas, telecomunicaciones y transporte aéreo y marítimo. La iniciativa promueve la liberalización global del comercio de servicios y establece dejar de lado todas las regulaciones previas de las naciones que la firmen. El TISA prohíbe indefinidamente toda nueva regulación financiera, exige la aceptación de productos financieros aún no inventados y permite que las compañías internacionales estén exentas de cumplir las normativas del país donde operen si sus actividades están permitidas en su país de origen.
Alfredo García, economista jefe del Banco Credicoop, asegura que «de avanzar, el TISA es muy preocupante. El proyecto está armado para que tanto la Unión Europea como Estados Unidos se resguarden en determinados pactos que ellos tienen y que los protegen en numerosas cuestiones. De prosperar el TISA, ellos no se abrirán completamente a la competencia, sino que quedarán en custodia de sus intereses y al cuidado de sus debilidades, pero el resto de los países, no. Y el resto son los países emergentes. Se lo presenta como un acuerdo en base a la libertad, pero esa libertad no es para todos». La lista de los suscriptores incluye a dos miembros del Mercosur: Paraguay, como firmante, Uruguay, como candidata a ingresar al club.
Precisamente desde Asunción y Montevideo habían llegado a la Cumbre de Brasilia los pretendidos vientos de cambio. Tabaré Vázquez, presidente de Uruguay, había dicho que su Gobierno «no concebía al Mercosur como una jaula, sino como una plataforma de lanzamiento». Las palabras del mandatario charrúa fueron expresadas frente a un auditorio significativo: el Consejo de las Américas, la institución estadounidense que dice propulsar el diálogo con la región. Vázquez rubricó asimismo un acuerdo mutuo de asistencia aduanera entre su país y EE.UU. Por su parte, Horacio Cartes, presidente del Paraguay, asumió en la cita continental la titularidad pro tempore del bloque recalcando que «la mayoría de los acuerdos de integración económica que han tenido éxito en el mundo han sido aquellos que supieron priorizar los objetivos comunitarios y permitieron expandir sus fronteras para alcanzar mayores niveles de integración».
El vínculo de Paraguay con Estados Unidos trasciende lo comercial. 400 marines ocupan la Base Mariscal Estigarribia, con acceso a la Triple Frontera, que comparte con la Argentina y Brasil, y al codiciado Acuífero Guaraní. La dependencia militar tiene lugar para 16.000 soldados. Gustavo Saraceni, docente de Historia Económica y analista internacional de la Universidad Nacional de San Martín considera que las expresiones de los socios menores del bloque no encierran un intento rupturista. «Si bien es una idea que surge recurrentemente dentro del debate político de estos países –y también del nuestro– el Mercosur sigue figurando entre los principales socios comerciales de cada una de estas economías, por lo tanto siempre se termina arribando a la conclusión de que no es conveniente dejar el bloque. Mucho menos para Brasil, que año tras año alcanza un nivel de complementariedad mayor con la Argentina».
El vecino de al lado
Brasil, en tanto, atraviesa turbulencias que lo desacomodan. Las demandas del establishment no se calmaron con el nombramiento de Joaquim Levy, un conservador a cargo del Ministerio de Economía. Un notorio avance de la derecha que utiliza a los mercados y las denuncias de corrupción como arietes, y de ese modo acorrala a la titular del Palacio Planalto. El contexto explica el cambio de rumbo de Dilma frente al bloque regional. En la cumbre de Brasilia se acercó a la postura uruguaya de revisar la llamada «Decisión 32/2000», cláusula que obliga a todos los miembros del MERCOSUR a negociar en conjunto cualquier tratado de libre comercio. «Los efectos de la crisis generan desafíos para las economías de la región, por eso es importante que las reglas se mantengan flexibles», declaraba Rousseff en la cita regional. Estados Unidos y Brasil firmaron un memorándum de cooperación respecto a sus estándares de regulación en la comercialización de productos agrícolas y pautaron iniciar antes de fin de año consultas sobre la implementación de un sistema de «ventanilla única» para el comercio bilateral.
En la última cumbre, la presidenta brasileña puso sobre la mesa una vieja iniciativa, que parecía haber estado hibernando en los últimos años: el pacto con la Unión Europea. Un documento de la Federación de Industrias de San Pablo, antes de las elecciones que consagraron a Rousseff, revelaba que «el acuerdo del Mercosur con la UE es una prioridad inmediata de la política exterior brasileña», todo un mensaje del empresariado a la futura dirigencia. Uruguay y Paraguay ya habían coqueteado con «cortarse solos» en los acuerdos. Brasil insinuaba recorrer el mismo camino, pero primó finalmente la idea de que las negociaciones se hagan en conjunto. «Hay que verlo con mucho cuidado», señala Alfredo García. El economista recuerda que «históricamente Europa ha sido muy protectora de su comercio, más allá del ideario de “seamos abiertos” que esgrimen. Con los subsidios que ellos brindan a la agricultura, son prácticamente un bloque imposible de quebrar. El país que más enfrentado está con esta iniciativa es la Argentina, porque lo que nosotros exportamos es lo que ellos quieren seguir produciendo, y nosotros lo hacemos con mayor eficiencia. Hay intereses contrapuestos. En líneas generales, lo que se propone no es muy distinto a lo que podría haber sido el ALCA». Gustavo Saraceni coincide en que la relación puede ser altamente desventajosa. «Corremos el riesgo de ser “la nueva Grecia”, un país que compra manufacturas y exporta bienes agropecuarios al viejo modelo agroexportador. Eso es nocivo para el bloque», señala el investigador de la UNSAM.
Lo que se publicó como «acuerdo MERCOSUR-UE» es, en rigor, una decisión sustentada en lo formal que no agota las disidencias dentro del grupo. El secretario de Relaciones Económicas Internacionales de la cancillería argentina, Carlos Bianco, remarcó que la Casa Rosada «está a favor de negociar, siempre y cuando se respeten las condiciones de tratamiento especial y diferenciado para las naciones del bloque suramericano». El presidente venezolano, Nicolás Maduro, agregó que «revisamos las negociaciones con Europa, hay buena voluntad en el MERCOSUR para que eso avance. Yo insistí mucho en que fuera el grupo BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) el factor de crecimiento de los próximos años». Bolivia, que acaba de ingresar al bloque como miembro pleno, fue más dura en su postura. «Si el Mercosur quiere forjar un acuerdo de libre comercio con la Unión Europea, Bolivia va a tener que retirarse. Apostamos a un comercio de solidaridad y no de competitividad. Preferimos ampliar nuestro mercado regional solos que ser cómplices de una política inhumana que hace daño a las mayorías y beneficia a las minorías», señaló el presidente Evo Morales.
Las diferencias políticas expresan también características económicas disímiles. «El problema son las asimetrías», asegura García. «Son países totalmente distintos –añade–. Uno podría decir que con Venezuela se logra equilibrio. Pero aun así, por ejemplo, las exportaciones de Brasil son 3 veces las de la Argentina y 4 las de Venezuela. Ellos derivan al bloque apenas 11,5% de sus exportaciones, Uruguay y nosotros promediamos el 30%. Estamos lejos de los objetivos fundacionales. El Mercosur se ha concentrado más en lograr excepciones al arancel externo común que a fortalecerlo y llevarlo a una unión aduanera. Y eso nos debilita, porque abre el juego a que se piense que “si les cuesta tanto lograr la unión aduanera, tendrán que olvidarse de eso”. Se permitiría así que cada uno haga lo que quiera. Hay, claro, puntos a rescatar: la UNASUR y la CELAC apuntan a equilibrar las diferencias estructurales que existen en la región».
La CELAC también debate la apertura a otros bloques. Rafael Correa, presidente de Ecuador y a cargo pro tempore de ese grupo de naciones, manifestó en la propia sede de la Unión Europea que los países de la región defienden «cierto grado de proteccionismo». «Esa fue la estrategia utilizada por la inmensa mayoría de los países europeos para alcanzar su prosperidad actual. Debemos hacer lo que los países desarrollados hicieron cuando tenían nuestro nivel de desarrollo, no lo que hacen ahora que son los campeones mundiales de competitividad», destacó el mandatario.
Las definiciones de la CELAC acompañan el espíritu de la UNASUR. La presidenta argentina Cristina Fernández, al recordar la asunción de Néstor Kirchner como primer secretario general del grupo, declaró que «hoy América del Sur enfrenta nuevos desafíos, ya que hay formas más sutiles de intervención foránea en nuestros países y nuestras democracias, que atentan contra la soberanía de los pueblos».
En ese contexto, el poder económico internacional intenta desprestigiar al MERCOSUR contraponiendo al bloque con la Alianza del Pacífico, a la que se presenta como un modelo que desató sus lazos para liberar el 90% de su comercio interno y para firmar acuerdos comerciales con EE.UU., Europa y Japón. Según el representante del Gobierno brasileño en el Mercosur, Florisvaldo Fier, la comparación es errónea porque «la AP está pensada como un acuerdo solamente económico. Nosotros somos un bloque político. ¿Por qué se habla tan bien de ellos? Por causas ideológicas y porque tienen el guiño de Estados Unidos».
La acción de Washington nunca es inocente, agrega Leandro Morgenfeld. El historiador considera que «Estados Unidos pretende debilitar el bloque bolivariano y también las posiciones más autónomas de Brasil y la Argentina, a la vez que busca horadar instancias de cooperación y coordinación como la UNASUR y la CELAC. Se alienta un proyecto de matriz neoliberal como la AP, con el objetivo de limitar lo más posible la diversificación comercial y financiera de la zona, que ellos consideran como propia. Hoy China es su principal preocupación. Y también Rusia. Ambos países están muy cerca de nuestro grupo». Los datos sustentan este razonamiento. En el 2014 China prestó a la región 22.100 millones de dólares, más que el Banco Interamericano de Desarrollo y el Banco Mundial juntos. Los intercambios comerciales entre Moscú y el sur del continente se multiplicaron por 3 en la última década.
Lo que vendrá
¿Qué futuro la espera al Mercosur? Expertos coinciden en un replanteo de la unión, aunque la discusión madre se centra un interrogante: fortalecer lo político para dinamizar lo económico o quitarle regulación a lo comercial, aun a riesgo de dejar en segundo plano la visión geoestratégica del bloque. «Debemos fortalecer los procesos de integración y desarrollar estrategias y organismos en común, esto será siempre mucho más fácil y conveniente para los países miembros que la adopción de acuerdos con otros bloques», señala García. Morgenfeld, en tanto, cree que «el Mercosur debe cambiar su impronta. La incorporación de Venezuela en 2012 y la reciente de Bolivia podrían relanzarlo, veremos si Estados Unidos pierde o no poder en lo que ellos llaman su “patio trasero”».
Las urnas serán las que determinen el destino del Mercosur. Ya lo hicieron en Uruguay, donde Tabaré Vázquez parece frenar el impulso –no tan vertiginoso– de José Mujica y retoma los deseos de su primer mandato, cuando procuraba sumarse al ALCA. Ya pasó en Paraguay, donde llegó Cartes a barrer con lo que había intentado Lugo. Ya ocurre en Brasil, donde Dilma dirime una fortísima pelea. Y ocurrirá en la Argentina, con dos modelos opuestos que se someterán al voto popular en octubre. No es momento de descuidos: en castellano, guaraní, portugués o aymara, el Martín Fierro sigue vigente, advirtiendo que si los hermanos se pelean «los devoran los de afuera».
—Diego Pietrafesa