Haití, el drama que no cesa

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Es la nación más pobre de América y la que padece los peores males. La catástrofe climática dejó como saldo 300.000 muertes y una cuestionada intervención de la ONU.

 

Destrucción. Fueron solo 35 segundos, suficientes para profudizar males endémicos en el primer país independiente de América. (AFP/Dachary)

El 12 de enero de 2010 un devastador terremoto que duró apenas 35 segundos convirtió a Haití en un sendero de escombros. El sismo provocó 300.000 muertes, igual cantidad de heridos, 1,5 millón de damnificados y derrumbó edificios públicos, hospitales, escuelas y casas.
Pero el drama no cesó allí. A 5 años de la tragedia, la nación caribeña continúa sumergida en una profunda crisis social, política y económica: familias enteras viviendo a la intemperie, niñas que se prostituyen para conseguir agua potable o algo de comida, toneladas de basura acumulada en las calles.
Los números ayudan a esbozar una radiografía de la crítica situación que atraviesa el país. Según datos del Observatorio Nacional de la Pobreza y la Exclusión Social (ONPES) y del Banco Mundial, el 60% de los haitianos debe vivir con dos dólares por día y tiene serias dificultades para alimentarse. El 24% vive en la indigencia. La esperanza de vida es de solo 62 años. Tres de cada cuatro personas no tienen acceso siquiera a una letrina y una de cada cuatro carece de agua potable. Todo eso en un país de 10 millones de habitantes en el que el Estado prácticamente no existe.
El terremoto, además, obligó a que miles de haitianos tuvieran que buscar asilo en distintos refugios. Consultadas por Acción, fuentes de la ONU informaron que aún hay 85.000 desplazados en 123 campamentos de todo el país. Vivir allí no es fácil: pocos refugios cuentan con agua potable y los baños escasean, al igual que la recolección de residuos y la comida. Las enfermedades proliferan como los roedores. Los principales afectados son mujeres y chicos.

 

Apoyo latinoamericano
El sombrío panorama tras el terremoto despertó la solidaridad latinoamericana. En 2010, UNASUR envió una misión especial a Haití para cooperar en planes de seguridad alimentaria, construcción de viviendas y prevención de enfermedades. El año pasado fue inaugurado, con recursos del organismo regional, el Hospital Presidente Néstor Kirchner en la ciudad de Corail, que beneficia a unos 200.000 habitantes. Argentina, además, puso en marcha el programa Pro-Huerta del INTA, con el que se crearon miles de huertas comunitarias.
Otro de los organismos internacionales que trabaja en el país es la ONU, aunque desde mucho antes del terremoto. La Misión de Estabilización de las Naciones Unidas en Haití (MINUSTAH) llegó el 1 de junio de 2004 con el propósito de pacificar un territorio plagado de conflictos internos. Los objetivos eran claros: desarmar a grupos guerrilleros, promover elecciones libres y fomentar el desarrollo institucional y económico local. Después de la tragedia de 2010, y en medio del caos generalizado, distintos países aportaron personal militar para reforzar la MINUSTAH. Fueron 7.000 efectivos de Argentina, Uruguay, Brasil, Canadá, Croacia, Francia, entre otros.
En 2010 el Instituto para la Justicia y la Democracia en Haití y la Oficina de Abogados Internacionales (BAI) denunciaron a la ONU por el brote de cólera que se desató en el país. El BAI sostuvo que la epidemia se produjo por un vertido de residuos fecales que la delegación nepalí de la MINUSTAH realizó en un río haitiano.
Unas 800.000 personas se contagiaron la enfermedad y se estima que solo este año hubo 45.000 nuevos casos. Ya murieron 8.500 haitianos, en su mayoría niños.
El coordinador principal de la ONU para la Respuesta al Cólera en Haití, Pedro Medrano Rojas, advirtió que el país requiere urgentemente mejor infraestructura en agua y saneamiento. Por eso el gobierno haitiano lanzó, junto con la ONU, el Plan Nacional para la Eliminación del Cólera, que requiere 2.200 millones de dólares en un plazo de 10 años. Sin embargo, al ritmo actual de desembolsos, el país tardará 50 años en alcanzar los estándares de saneamiento que tienen otros Estados de la región.
Otra de las polémicas que generó la presencia de la MINUSTAH en Haití fue protagonizada por cinco miembros de la delegación uruguaya que trabajaba en el país. Una cámara registró el momento en el que los hombres violaban a un joven haitiano. El caso generó conmoción en el país y hasta provocó la ira del presidente uruguayo José Pepe Mujica.
Activistas haitianos denuncian, además, que la MINUSTAH es una fuerza de ocupación utilizada para acabar con las manifestaciones sociales. Uno de ellos es Camile Chalmers, integrante de la Plataforma Haitiana para un Desarrollo Alternativo (PAPDA), una coalición de organizaciones sociales, campesinas y sindicales. El dirigente político sostiene que «la existencia de la MINUSTAH es una respuesta inadecuada a la crisis» que vive el país y pide que la solución sea «política, no por la vía militar». Argentina aprobó este año una prórroga para que las Fuerzas Armadas permanezcan allí otros 24 meses, pero no todas las naciones dan apoyo militar: Cuba y Venezuela, por ejemplo, optaron desde un primer momento por enviar médicos y maestros en lugar de tropas.
La decisión argentina generó distintas miradas sobre la participación que el país debe tener en este tipo de situaciones. Para algunos sería muy riesgoso retirar de Haití todas las tropas al mismo tiempo. El diputado oficialista y presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores de la Cámara Baja, Guillermo Carmona, dijo que una decisión de ese tipo «podría agravar la situación humanitaria que se presenta con enorme gravedad».
En la vereda de enfrente, el Premio Nobel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel, criticó la decisión argentina. «Es momento de dar mayor presencia en la solidaridad y en el envío de técnicos y ayuda humanitaria, en lugar de la presencia de tropas», sostuvo, en alusión a que el 85% de los miembros de la MINUSTAH son policías y militares.
Haití es también tierra fértil para los créditos de los grandes organismos financieros, las maniobras propias de los centros de poder político –en especial de Estados Unidos– y la voracidad de un puñado de multinacionales. Sin ir más lejos, durante el mismo 2010 hubo inversiones de capitales extranjeros, según la CEPAL, por cerca de los 178 millones de dólares.
Para las autoridades de la ONU la receta es una combinación de préstamos con inversiones. «América Latina debe activar un compromiso por el desarrollo en Haití, que es lo que hasta la fecha tiene pendiente. Los bancos regionales –el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), el Banco de Desarrollo de América Latina (CAF), el Banco Caribe y el Banco Mundial (BM)– son las instituciones mejor capacitadas para canalizar las inversiones en infraestructuras sociales. Si los países elevan su voz con estos bancos, es posible aprobar ese proyecto de inversiones a 10 años para financiar las obras en agua y saneamiento que necesita Haití», sostuvo, desde la ONU, el ya mencionado Medrano Rojas.
Por lo pronto, la presencia de la MINUSTAH en Haití fue prorrogada este año hasta diciembre de 2015, con un presupuesto de 500 millones de dólares, para intentar resolver la crisis política que el país vive por la imposibilidad de realizar elecciones. Mientras tanto, la salida al histórico drama haitiano continúa en debate.

Manuel Alfieri

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