13 de abril de 2015
En un galpón del barrio de Constitución, un grupo de artistas urbanos da vida a un espacio con gran impacto en la vida de los vecinos. Malabares, trapecio y clown, algunas de las disciplinas.
Según la escritora Beatriz Seibel, el circo es una especialidad teatral que puede rastrearse desde los tiempos más remotos en los cinco continentes. «El circo es un arte que ha conservado, a través de los siglos, el espacio circular y la comunicación directa con los espectadores», señala la investigadora del teatro marginal y las artes circenses. Tanto en el estadio olímpico griego como en el gran circo romano, los acróbatas de la época presentaban sus destrezas en la arena, junto con artistas ecuestres, domadores, luchadores y atletas. En la actualidad, el circo sigue siendo un arte vivo gracias al esfuerzo de numerosos colectivos que lo renovaron con la aplicación de nuevas técnicas de expresión corporal. Así fue como en medio del clima de efervescencia y de creciente participación social que se daba en la Argentina a principios de este siglo, un grupo de malabaristas que trabajaban en los semáforos de Buenos Aires decidió, ocupar un viejo galpón del barrio de Villa Crespo y abrir un espacio de expresión y de intervención artística: el Centro Kultural Trivenchi. En ese entonces, la esquina de Vera y Lavalleja, abandonada por más de 15 años, era un lugar triste y atestado de ratas que cobró vida cuando los artistas recuperaron el edificio. Después de limpiarlo y acondicionarlo los Trivenchi abrieron las puertas a los vecinos que se acercaban, preguntaban y querían saber qué estaba pasando allí adentro.
En 2003, luego de dos años de actividad, una denuncia penal puso a los equilibristas, malabaristas y payasos nuevamente en la calle, pero la propuesta del centro cultural ya estaba consolidada en la ciudad, y gracias al apoyo de la comunidad, los artistas ya conformados en cooperativa de trabajo lograron su relocalización y que el Gobierno porteño, encabezado en ese momento por Aníbal Ibarra, le cediera a la entidad el espacio que hoy ocupa en el barrio de Constitución, en avenida Caseros al 1700. En marzo de 2009 una orden de desalojo volvió a amenazar la tenencia del inmueble que ocupa la cooperativa: en ese momento, el jefe de gobierno porteño Mauricio Macri firmó un decreto para expulsar a los ocupantes de los espacios concedidos por gestiones anteriores. Se trataba de una decisión que ponía en peligro la continuidad de más de 15 espacios culturales independientes y también estatales. Rápidamente, los integrantes de Trivenchi consultaron a una abogada y presentaron un amparo ante la Justicia, organizaron una movida de resistencia artística y comunitaria y lograron frenar la embestida. Superado el trance, la cooperativa de trabajo Trivenchi comenzó un sostenido camino de consolidación, de intensa actividad artística, de formación y de autogestión solidaria. «La cooperativa nos otorgó la personería jurídica y el respaldo legal que necesitábamos para fortalecer el proyecto», explica Manuel Gonçálvez, equilibrista, malabarista y clown, y presidente de la entidad. «Acá todos trabajamos de manera igualitaria y equitativa y tenemos los mismos derechos, más allá del rol que cumple cada uno en la gestión», señala quien está al frente de la troupe que integra la cooperativa, formada por 20 asociados. Payasos, mimos, malabaristas, equilibristas y diferentes tipo de acróbatas (trapecista, telistas, cuerdistas); además de artistas de varieté, profesores de yoga y de danza.
«Me asombra cómo la gente sigue recibiendo al circo, que a pesar de sus escasos efectos especiales y con muy poco revoluciona y provoca sonrisas en el público», reflexiona Gonçálvez. En una parte de su Manifiesto (documento donde se explicitan los objetivos y la mirada sobre el arte que tiene el grupo), los Trivenchi expresan: «Consideramos que el arte es, además de una instancia creativa, una herramienta que permite trabajar sobre la identidad de las personas, sobre todo de los grupos que se encuentran excluidos de los ámbitos de expresión y de producción de bienes simbólicos». Pensado como un espacio de enseñanza y de formación en técnicas, el Centro Kultural Trivenchi también se propone como un ámbito de contención social. Semanalmente, unos 500 vecinos, en su mayoría de los barrios de Constitución, Parque Patricios y Barracas, llegan al gran galpón para participar de los talleres a la gorra que ofrece la cooperativa. Por otro lado, allí se realizan a diario los ensayos para preparar las funciones de circo que todos los meses suben al escenario mayor. Además, se organizan producciones artísticas y presentaciones que se llevan a escuelas, teatros, espacios independientes y entidades gubernamentales. «El circo es mágico, sorprendente, y facilita la integración. A mí me apasiona, me provoca alegría, y poder dedicarme a esto que tanto me gusta me da mucha libertad. Yo invito a todos a que lo experimenten, que se animen a desafiar la ley de gravedad, porque estas técnicas permiten generar habilidades y destrezas y promueven la confianza en uno mismo, más allá del disfrute, que es enorme», dice Gonçálvez y concluye: «El circo es un arte que motoriza la transformación, tanto a nivel individual como colectivo».
—S. P.