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El valle y la semilla

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En un pueblo de las sierras cordobesas, la comunidad es protagonista de una lucha peculiar en defensa del ambiente y del cultivo propio de especies nativas y criollas. Solidaridad y trabajo colectivo.

 

Calamuchita. Agradecer a la tierra, un ritual que contrasta con la especulación inmobiliaria que avanza en la zona.

El camino por el Valle de Calamuchita exhibe un pueblo de ensueño tras otro. Ríos y arroyos, arboledas  en cada rincón y pintorescas viviendas se combinan en las sierras cordobesas. En el camino irrumpe Villa Ciudad Parque, poblado de unos 1.000 habitantes situado a una hora y media por ruta de la ciudad de Córdoba. Una vez que el cronista se adentra por sus calles, afloran algunas problemáticas que vuelven menos idílica la imagen de postal: especulación inmobiliaria, fumigaciones descontroladas, falta de ordenamiento territorial. Esta realidad encuentra su contrapunto en una de las expresiones sociales más ricas de la zona: Semillas del Sur. Con 10 años de vida, este colectivo se ha convertido en una referencia cultural, ambiental y política para muchas asambleas cordobesas. Radio, biblioteca, feria de semillas, compras de alimentos comunitarias y el impulso de legislación en defensa del ambiente son algunas de las acciones de estas mujeres, hombres, niñas y niños.
En una fría mañana de sábado, Luciana Moreno (36) abre las puertas de su casa, rodeada de árboles nativos y una generosa huerta. Mate de por medio, repasa la historia de la organización. Luego de 5 años de viaje por América Latina, un diverso grupo de artesanos (argentinos, bolivianos y chilenos) decidió afincarse para proyectar una vida con fuerte sentido comunitario. Villa Ciudad Parque fue el lugar elegido. Al principio fue tiempo de «mingas» (tarea colectiva, del quichua «minka») para hacer las casas. A la par, aparecieron las compras comunitarias, uno de los primeros ejes de trabajo. Desde hace una década, Semillas del Sur organiza el acceso a frutas, verduras, granos y otras producciones para unas 30 familias «buscando calidad al mejor precio».
Una vez asentados, y «cuando empezamos a tener hijos –cuenta Luciana– tomamos conciencia del tema de las fumigaciones». «Nos fumigaban con mosquito (máquina terrestre) al lado de las casas, y nosotros empezamos a reclamar». El planteo de los vecinos tuvo rápido eco político y lograron una regulación local que apuntaba a limitar las aplicaciones de agroquímicos de forma progresiva.
La alegría duró poco. «A los días, los productores hicieron un amparo y quedamos sin nada», narra la mujer, aún indignada a pesar del paso de los años. Entonces, hubo que formarse, aprender normativas y contactarse con otras organizaciones que venían más capacitadas. «Nos hicimos expertos en leyes y recetas fitosanitarias. Nos contactamos con el Paren de Fumigar, la Red de Justicia Ambiental y el Grupo de Reflexión Rural».
La disputa no fue fácil. La militante ambiental rememora que «hubo mucho enfrentamiento, nos tildaron de violentos porque nos metíamos en los campos a frenar “mosquitos”, y hasta hubo tiros, pedradas, y choques con la policía». «¿Todavía fumigan?», pregunta Candela (7), ante la atenta mirada de Luana, su hermana de 5 años. «¡No!, por suerte no», responde Luciana, madre de ambas. Finalmente la perseverancia de Semillas del Sur logró una nueva ordenanza que frenó la lluvia tóxica en Villa Ciudad Parque.
A un par de cuadras de la casa de Luciana está el «semillero», como llaman al espacio físico donde se desarrolla la organización. Hoy hay intercambio de semillas. La intención es potenciar el cultivo propio de alimentos y la utilización de especies nativas y criollas. Mientras el fuego acaricia un disco de arado que pone a punto un arroz con verduras, el cronista pregunta acerca de las problemáticas actuales de la zona. «Los cabañeros», es la respuesta. Para traducir: los dueños de casas dedicadas al turismo, que se han expandido sin control en los últimos años. La falta de agua en temporada alta, el avance sobre los árboles, y la desprotección del ambiente van de la mano de la especulación inmobiliaria.
Son varias las estrategias que se han dado para contrarrestar este tipo de fenómenos. A las actividades culturales (charlas, debates y talleres) han sumado recientemente una radio. La primera del pueblo. Desde allí divulgan sus propuestas, filosofía, y jornadas puntuales como el encuentro de semillas.

Palabra y acción
Julia Lundpetersen (38), vive desde hace 6 años en la villa. Desde su puesto en la feria de semillas, explica que apuesta a la producción ecológica de alimentos desde la biodinámica, práctica que «trabaja en conocimiento de las fuerzas de la naturaleza, comprende los movimientos del sol, la luna y otros astros». El Semillero y Julia se buscaban y se encontraron. «Quería alternativas de producción más saludables para el ambiente y el ser humano. Y acá hay gente con ganas de hacer este trabajo». Julia es solo un ejemplo más de los frutos que da esta organización. A unos metros se empieza a gestar un ritual para agradecer a la tierra por la ofrenda diaria que brinda a estas familias. Todo tiene coherencia en el Semillero. La palabra y la acción se encuentran a cada momento.
«Nos damos cuenta de que el trabajo que hacemos desde hace 10 años repercute en otros lugares, y que es un buen ejemplo», comparte con orgullo la productora. Y deja un deseo, que en términos de Semillas del Sur significa un nuevo objetivo: «Nos gustaría que en 20 años se hayan expandido los ideales del Semillero a todo Ciudad Parque y a otras localidades. Convencer que el Valle de Calamuchita tiene que ser agroecológico y un lugar donde se deban cuidar los bienes naturales, los ríos, los árboles».

—Texto y fotos: Leonardo Rossi
(Desde Córdoba)

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