25 de septiembre de 2014
A una década de su muerte, su obra persiste en el movimiento cooperativo. Compromiso y entrega en la lucha por un mundo mejor.
Nuestro movimiento está lleno de hombres de coraje, con una voluntad transformadora generada por el ideal de un mundo mejor, que luchan por su concreción. ¡En esa lucha se nos va la vida, pero es una linda forma de vivir con amor y dignidad!», afirmaba premonitoriamente Floreal Gorini en el que sería su último discurso. Fue, precisamente, la búsqueda constante de los caminos para alcanzar ese mundo mejor lo que caracterizó la rica trayectoria política y sindical de Floreal, cuya entrega y compromiso dejaron una marca indeleble en el movimiento cooperativo de crédito nucleado en el Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos.
Nacido en el barrio porteño de Villa Crespo el 15 de octubre de 1922, en un hogar de militantes comunistas, Gorini se nutrió de aquellos valores desde niño. Su educación formal, mientras tanto, se desarrolló en la escuela industrial, de la que egresó como técnico químico. A los 21 años comenzó a trabajar en una fábrica de sombreros, en la que llegó a ser segundo jefe del sector de la tintorería, aunque dos años después sería despedido por su participación en una huelga. Su segunda experiencia laboral fue en el Banco Industrial, al que ingresó en 1945. Allí desplegó una actividad sindical que lo llevó a ser, luego de 1955, secretario general adjunto de la Asociación Bancaria y, por lo tanto, uno de los líderes de las huelgas bancarias de 1958 y 1959. La lucha terminó con el despido de miles de dirigentes sindicales, entre los que estuvo Floreal.
En setiembre de 1960, el Instituto Movilizador, que había comenzado su actividad en la ciudad de Rosario dos años antes, decidió instalar una sede en la ciudad de Buenos Aires, y los dirigentes porteños lo convocaron como gerente, por sus conocimientos bancarios y su trayectoria social. En 1973 Gorini asumió la gerencia general del IMFC, y, al jubilarse, en 1992, fue designado para integrar el Consejo de Administración como secretario, dada su rica experiencia y su capacidad de conducción. Finalmente, en 1998 fue electo presidente del Instituto.
Rol estratégico
Más allá de la responsabilidad específica que fue asumiendo en cada momento, Gorini encarnó una figura fundamental en la vida del cooperativismo de crédito. Así, en 1966, luego del golpe de Estado que se ensañó brutalmente con él, tuvo un rol decisivo en el diseño de la estrategia para la defensa de las cajas de crédito. Rogelio Canosa, funcionario del IMFC y compañero en sus luchas en el gremio bancario, recuerda que, en una larga asamblea en que se decidía el destino del movimiento, llegó un momento del debate en que «Gorini hizo un repaso de la situación y una síntesis del debate, y a continuación refirió que históricamente en las luchas por la independencia hubo momentos muy dramáticos, de gran incertidumbre, donde sólo la claridad de la gente y su deseo de luchar por una causa justa determinaba el triunfo. Eso provocó una ovación extraordinaria, porque eso era lo que había que decir. Y entonces no hubo más debate, no se habló más y nos fuimos todos, pero sabiendo lo que debíamos hacer. Porque ese es el papel de los dirigentes en los trances decisivos de una batalla: lograr sintetizar la naturaleza de la situación, medir el estado de ánimo de la gente y marcar el sentido de la lucha». De igual modo, con la muñeca propia de los estadistas, Gorini marcó el rumbo del Instituto en el peor momento de la historia de nuestro país, cuando se impuso la dictadura cívico-militar de 1976 y las cajas debieron transformarse en bancos cooperativos.
Lo guió siempre su visión del cooperativismo transformador, en la cual se basaba para afirmar que había dos tipos de cooperativistas: los que ven a las cooperativas como una forma eficaz de resolver sus necesidades organizando empresas dentro del sistema capitalista, cumpliendo más formal que realmente con los principios de la cooperación; y los que entienden a las cooperativas como instrumentos de transformación, confrontando ética y económicamente con el sistema capitalista. «A este grupo de cooperativas adhirió desde su fundación el IMFC», afirmaba al conmemorar los 40 años de existencia de la institución.
Cuando mediaban los años 90 y el neoliberalismo amenazaba con el triunfo del pensamiento único y el fin de la historia, nuevamente Floreal marcó el rumbo: «El avance hacia la concreción de la utopía requiere muchas batallas, pero sin duda, la primera es la batalla cultural», afirmaba mientras ponía manos a la obra para concretar el Centro Cultural de la Cooperación que hoy lleva su nombre. Estaba convencido de que el pueblo debe buscar la solución a sus problemas a través de la participación. «Que no puede ser espectador de la vida. No puede ir del trabajo a casa y con eso estar cumplido, no puede ver pasar la vida a través de la pantalla del televisor. Tiene que ir a la plaza, al comité político, a la cooperativa. Tiene que ocupar un lugar activo en la sociedad: eso es el proyecto cultural del Instituto».
Miembro del Comité Central del Partido Comunista desde 1983, fue diputado nacional en el período 1995-1997. La actividad que desarrolló en el Congreso fue febril, sobre todo teniendo en cuenta que actuó como bloque unipersonal. En dos años, Gorini presentó 35 proyectos de ley, 81 de resolución y 97 de declaración. Entre los proyectos de ley merecen destacarse los referidos a la reducción de la jornada de trabajo sin quita salarial, la participación y control de la sociedad en las políticas sociales, la derogación de la leyes de Punto Final y Obediencia Debida, la regulación de los servicios de radiodifusión, la autorización para que cooperativas de todas las ramas puedan brindar prestaciones vinculadas con la comunicación y la derogación de la Ley Federal de Educación. Austero y coherente, Gorini fue de los que viven como piensan. Trabajador infatigable, conjugó la aptitud para interpretar con extraordinaria capacidad crítica las circunstancias que lo rodeaban, elaborar los fundamentos para tomar la decisión más acertada y, al mismo tiempo, estar abierto al conocimiento de todo lo nuevo y cambiante. Lo invariable, en ese contexto, fue el compromiso con la misión que le había dado a su existencia: hacer realidad los ideales humanistas de una sociedad justa y solidaria. Murió el 3 de octubre de 2004, pero su vida se proyecta en la infinidad de realizaciones que pensó y puso en marcha. Quienes creemos, como él, en el hombre nuevo, en la sociedad justa y libre, en la dignidad del hombre, debemos continuar su lucha, porque la lucha es el precio de la dignidad.
—Daniel Plotinsky
Legado militante
Evocamos a Floreal en el décimo aniversario de su partida y lo hacemos con un sentimiento encontrado, ya que, a pesar del tiempo transcurrido, sentimos el dolor por la imposibilidad de seguir compartiendo la vida. Sin embargo, sus compañeros de lucha, de militancia cotidiana y de sueños, sentimos la alegría de recordarlo permanentemente, de nutrirnos a diario de su pensamiento que permanece y nos guía en los momentos difíciles.
Me cuento entre los que tuvimos la dicha de haber recorrido con Floreal 40 años de construcción del movimiento cooperativo. Desde mis recuerdos juveniles hasta la actualidad, siempre lo respeté y amé por sus profundos valores humanos, y muy especialmente por su apoyo, aliento y valoración a los jóvenes, rescatando lo mejor de cada uno. Floreal encontraba el tiempo para compartir largas e inolvidables charlas en las que volcaba sus opiniones en forma sencilla, tratando siempre de convencer con sinceridad y con la verdad. Con su prédica nos modelaba como el alfarero a su arcilla en la convicción de que el hombre debe luchar por ideales colectivos en la búsqueda de una nueva sociedad, más justa e igualitaria.
Desde la fundación del Instituto Movilizador, sostuvo una visión clara sobre el rol del cooperativismo en la sociedad: lo concibió como un movimiento para la transformación política, económica y cultural. Fue consecuente con esa definición ideológica a lo largo de los 40 años en los que fue protagonista de nuestro movimiento, con las adecuaciones propias de los cambios del contexto en los diversos momentos históricos. En este sentido, comprendió que la sociedad está en permanente transformación, por lo tanto, toda teoría determina la necesidad de ubicar sus valores esenciales en cada período histórico, ya que con el transcurso del tiempo y la lucha de intereses e influencias culturales se van generando desprendimientos y nuevas versiones sobre un origen común.
Su valioso aporte doctrinario se fundamenta en una concepción histórica sobre el derrotero del cooperativismo desde su fundación por los socialistas utópicos, a quienes valoraba por sus notables aportes y su lucha, a la vez que señalaba las limitaciones de su pensamiento. Decía al respecto: «Ellos fracasaron porque su metodología proselitista era el discurso a toda la sociedad, a la nobleza, los patrones y trabajadores. Si bien conocían la división de clases, no reconocían la lucha permanente entre ellas y esperaban su armonía. Ellos fracasaron, pero sus ideas quedarán».
Con la misma consecuencia y convicción, Floreal señalaba que el cooperativismo debía ser un instrumento para la liberación: convocaba a no limitarse a resistir frente a los golpes que asesta el sistema capitalista «brutal e inhumano» a los pueblos. Por el contrario, llamaba a concientizar a los asociados y a la comunidad toda y convocarlos a luchar por las transformaciones, junto a otros movimientos sociales de trabajadores, derechos humanos, pymes, estudiantes, desocupados, que también reivindican la necesidad de transformar el injusto sistema capitalista.
Recuerdo que a mediados de los años 90, en todo el mundo y particularmente en nuestro país, en el marco del avance de las ideas neoliberales, un núcleo importante de dirigentes cooperativos decidió abrir el capital social de las entidades a inversores financieros para «fortalecerlo» frente a la competencia globalizada y la concentración económica que devoraba todo. Una vez más, Floreal evaluó el momento en toda su magnitud y ubicó la posición del IMFC y sus bancos cooperativos adheridos desde los principios liminares. Así fue que mantuvimos con firmeza nuestra auténtica vocación cooperativa y su objeto social. Los otros transitaron por el camino de la claudicación que imponían los poderes económicos y culturales en su hora de triunfo. Aquí estamos los cooperadores del Instituto, no sólo vivos sino fortalecidos en nuestro ideario y con una experiencia de defensa y lucha que impregna el cuerpo social de nuestro movimiento. Los otros fueron derrotados por el poder y el sentido excluyente del lucro del capitalismo financiero. En esa circunstancia decisiva transitamos bajo la inspiración de Floreal el camino justo, principista y eficiente como lo hicimos a lo largo de toda nuestra vida institucional. Por entonces, no sólo defendió la institucionalidad cooperativa sino que fue un crítico implacable de las ideas «triunfantes» que reivindicaban la desigualdad y el egoísmo como fundamento ético y como motor del desenvolvimiento de la sociedad.
Como militante político, Floreal siempre comprendió que en ese ámbito se despliega la escena principal de la disputa por el poder, por lo tanto, valoraba la militancia y la participación política como lugar de lucha y de representación para aportar al cambio social. La didáctica de la lucha social, ideológica y política fue en el pensamiento y la acción de su propia vida una viga maestra de la que nunca se apartó.
Su respuesta fue la defensa de la solidaridad y la igualdad social y cultural como fundamento de la vida y el verdadero sentido de la libertad, tanto de los seres humanos como de la sociedad. En todos los momentos marcó a fuego la exasperante antinomia entre la riqueza cada vez más concentrada y la pobreza generalizada en el mundo y en nuestro país. Al respecto, su prédica marcaba el camino de la superación desde los valores que enarbolamos los cooperadores: los frutos del trabajo y de la naturaleza deben repartirse con un nuevo sentido de justicia y solidaridad que privilegie a las mayorías y, en primer lugar, a los más vulnerables y postergados.
Las ideas y valores siempre estuvieron entre sus preocupaciones. Como gran lector y desde su amplísima cultura, convocaba a nutrirse de ella, aplicarla creativamente y fundar «una contracultura que confronte y proponga nuevos valores a la sociedad». Desde esa convicción pensó que nuestro movimiento debía crear un gran centro de la cultura cooperativa. «Debemos aportar al debate de las ideas y crear una joven generación de intelectuales y artistas que sostengan una concepción cultural que niegue y reemplace los valores decadentes y sin destino para los pueblos que impulsan los medios y todo el poder cultural del sistema capitalista. O sea, aportar a la creación de una nueva cultura crítica que gane la conciencia y el corazón de los ciudadanos, estimulándolos a comprometerse con ideas nobles, solidarias y de transformación social y política para nuestra Patria», sostenía. De esa convicción nació el Centro Cultural de la Cooperación que hoy lleva su nombre. En mis palabras del día que colocamos su nombre al CCC decía que en ese momento se formaba una maravillosa amalgama entre las palabras «de la cooperación» y el nombre de su hacedor y fundador. Su sueño imbuido de audacia y realismo se hizo vida: la avenida Corrientes, punto neurálgico de la ciudad de Buenos Aires, vio nacer un edificio en cuyo frente se leen las palabras liberación, democracia, solidaridad, integración, cooperativismo. Como fundador y primer director, Floreal demostró, una vez más, que se puede ser un visionario y a la vez, un organizador y constructor.
Dijimos en la despedida de Floreal que quienes nos sentimos sus discípulos iríamos tras su huella. Desde el Centro Cultural asumimos el compromiso de recoger su legado y aplicarlo con creatividad y determinación. Sentíamos que tomábamos la posta de esta gran realización fundada por Floreal y que debíamos hacerlo con la alegría de los que sienten que están aportando a una causa noble y trascendente. Hoy sentimos que el CCC, tanto en el plano de las artes como de las letras y las ciencias sociales, es un lugar insoslayable de la cultura y la política emancipadora con un fuerte sentido latinoamericanista. El paso del tiempo nos afirma en nuestras convicciones inspiradas en el ejemplo de Floreal, en su espíritu de lucha, en su afán por el estudio, en su combatividad y la fidelidad a sus ideas e identidad política, que le valieron un amplísimo reconocimiento de sus representados. Fue querido por sus compañeros trabajadores bancarios, por los cooperadores y por los camaradas de su partido, los dirigentes sociales y religiosos. Su notoria autoridad moral y el amor que todos tuvimos por él se sustentaron en una vida en que la palabra siempre se correspondió con su conducta cotidiana y política. Hoy, tal como nos comprometimos con él, aquí estamos todos, los más viejos y los jóvenes que se van sumando, recorriendo el camino de los ideales y las utopías, con la mirada siempre hacia las estrellas.