11 de noviembre de 2015
Bajo los cimientos de la ciudad actual se esconden tesoros de otros siglos que el trabajo de un grupo de arqueólogos se encarga de rescatar e interpretar. Objetos y edificios que cuentan historias.
Mezcla de tendencia internacional y coyuntura local, a principios de la década del 80 comenzó a florecer un interés por estudiar la memoria material de la ciudad. En Buenos Aires surgió el Instituto de Arte Americano e Investigaciones Estéticas Mario J. Buschiazzo, un programa encabezado por el arqueólogo Daniel Schávelzon que en 1991 sería institucionalizado como el Centro de Arqueología Urbana. Desde entonces, el proceso de reconstruir esa memoria material ha ido ganando terreno.
Épocas y procedencias
Flavia Zorzi es parte del equipo de investigadores del Centro de Arqueología Urbana que dirige Schávelzon y está trabajando en un sitio arqueológico situado en un edificio antiguo de la calle Bolívar al 300, que próximamente se inaugurará como hotel.
La propiedad, que se convertirá en el primer hotel de Buenos Aires con temática arqueológica, fue construida en el siglo XIX, perteneció a Martín de Álzaga, pasó a manos de su viuda Felicitas Guerrero y luego, tras la muerte de esta a los 26 años, fue heredada por la familia Guerrero. En 1900, el predio fue escenario de la primera filmación de cine de la Argentina y tiempo después fue adquirido por el productor cinematográfico Max Glucksmann.
En 2005, los nuevos propietarios comenzaron a encontrar diversos objetos mientras llevaban a cabo la obra para la construcción del hotel, y se comunicaron con el CAU, que inició su trabajo en el predio. Desde entonces, los hallazgos (cisternas, pozos de basura con diversos materiales) se fueron acumulando. Primero fue Schávelzon y más tarde le tocó a Zorzi hacerse cargo del sitio. A partir del trabajo arqueológico, hubo un rediseño del proyecto. Hoy «se está haciendo un museo del sitio, una sala de exposición que va a quedar permanente, con entrada independiente al hotel», explica Zorzi.
A la hora de relevar objetos del pasado más o menos distante, a veces existe la documentación (coleccionistas, escritos originales, investigaciones previas) que puede ayudar a identificar épocas y procedencias, pero en otros casos se debe recurrir a archivos gráficos, como las pinturas. Analizar la imagen pictórica, agrega Zorzi, «te ayuda a la interpretación del objeto para analizar los usos que podía tener, si era puramente ornamental o si era utilitario, si era caro, etcétera». Asimismo, en el sitio de la calle Bolívar se encontraron objetos indígenas, entre los que predominan las vasijas con decoración guaraní. Esto, dice la arqueóloga, «no sorprende si uno sigue la documentación que indica las líneas de abastecimiento a la ciudad» y permite «no solo la construcción del conocimiento, sino la construcción identitaria. Cómo se puede romper el mito de la ciudad europea. Ver cómo participó de la construcción identitaria culturalmente la población africana o la población indígena».
El Riachuelo de hoy no es el Riachuelo de ayer, después de un proceso de ensanchamiento y rectificación que comenzó en 1922. A la altura del puente La Noria, el investigador Carlos Rusconi descubrió en 1920 dos «paraderos indígenas».
Rusconi trabajaba en el Museo Nacional de Ciencias Naturales Bernardino Rivadavia. Luego del golpe militar de 1930, debió buscar nuevos horizontes debido a su apoyo al depuesto presidente Hipólito Yrigoyen. Años después, la colección del Rivadavia pasó al Museo Etnográfico, pero los objetos hallados por Rusconi jamás llegaron a su nuevo destino.
Ulises Camino (también miembro del CAU y presidente de la cooperativa Arqueocoop) buscó los sitios donde había excavado Rusconi y los halló al cruzar imágenes satelitales actuales con registros topográficos realizados por el investigador en 1926. Uno de los paraderos coincidía con lo que hoy es el Parque Ribera Sur en el área lindante con el autódromo Oscar y Juan Gálvez y el otro con un área dentro del propio autódromo. Excavando en ambas locaciones, se hallaron materiales que podrían datar de la época previa a la llegada de los españoles o del momento de los primeros contactos entre éstos y los indígenas.
Con el apoyo de la Universidad del Museo Social Argentino –donde Camino dicta como adjunto la cátedra de Conservación de Patrimonio Arqueológico– y de la Universidad del País Vasco, el trabajo avanza desde 2011, pero pudo profundizarse recién en 2015. Un arqueólogo debe armarse de paciencia, considera Camino, porque «primero excavás, embolsás, etiquetás de dónde es. Después hay que ir al laboratorio y limpiar, clasificar, decidir qué se puede fechar, qué no, necesitamos material orgánico y analizarlo, para poder empezar a contar una historia; es todo muy lento». Camino viene además trabajando en Baradero, el pueblo más viejo de la provincia de Buenos Aires, que data de 1615. Asimismo, desde hace tiempo forma parte del proyecto de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires que se aboca a la historia de lo que fue el pueblo de San José de Flores.
El Zanjón de Granados
Cuando Jorge Eckstein adquirió la casa ubicada en Defensa 755, allá por 1985, lo hizo con la intención de llevar adelante un proyecto gastronómico. Pero a poco de explorar la propiedad para prepararla, un derrumbe dejó a la vista lo que terminaría por ser el registro de más de tres siglos de historia de Buenos Aires. Otra vez fue Daniel Schávelzon quien estuvo al frente de la recuperación y tres décadas después de aquellos descubrimientos El Zanjón se ha convertido en un espacio cultural y turístico que funciona desde hace años abierto al público y que ha sido llevado a la Unesco como ejemplo de preservación.
Por la manzana donde se encuentra El Zanjón corría el arroyo Tercero del Sur que desembocaba en el Río de la Plata (por entonces a unos 150 metros, sobre lo que hoy es la avenida Paseo Colón), entubado de forma privada hacia finales de 1800. Lo que fue una mansión devendría conventillo durante el siglo XX. En la década del 80 del siglo pasado se encontraba abandonado, casi en ruinas.
El museólogo y curador Enrique Salmoiraghi es, desde hace más de un lustro, el encargado de la comunicación de El Zanjón. Salmoiraghi define a este complejo de arqueología urbana como un sitio idea, es decir, un modo de explicar el espacio como el resultado de un cruce de elementos culturales (la literatura, la poesía) que exceden lo puramente arqueológico o histórico.
Además de turistas, El Zanjón trabaja desde hace 10 años con escuelas tanto públicas como privadas y ha desarrollado un vínculo con el programa Historia bajo las baldosas, dirigido por Marcelo Weissel, que proveyó mucho del material utilizado como fuente para los textos de los guías de El Zanjón.
Para Salmoiraghi, «desde el gobierno de la Ciudad, desde lo estatal, no hay un impulso hacia la difusión, la divulgación de la arqueología urbana. Me parece que está relegado a hallazgos esporádicos y, después, la prensa le da bolilla en forma puntual a ese hecho en particular, pero no hay una actitud de darle difusión a esto. La gente todavía no tiene conciencia de lo que significa la arqueología urbana».
Vínculos con la comunidad
Entre muchos otros proyectos, Marcelo Weissel fue parte de la excavación del ex Centro Clandestino de Detención El Atlético y fue quien halló en 2008 el galeón español en Puerto Madero.
Con El Atlético, dice Weissel, se dio el «efecto Pompeya»: pasó el volcán y quedó todo preservado debajo de la autopista que cruza por encima de la avenida Paseo Colón, donde desde el año 79 había quedado enterrado, casi intacto. Esa terrible Pompeya pudo finalmente ser desenterrada a principios del siglo XXI y luego de una década y media de lucha de los organismos de Derechos Humanos.
Hoy Weissel dirige la licenciatura en Museología Histórica y Patrimonial en la Universidad Nacional de Lanús y está involucrado en trabajos que van desde la misión anglicana en Ushuaia (primer asentamiento europeo en la zona) a la arqueología del tango en el entorno del Riachuelo, la arqueología industrial, la promoción de una red arqueológica en la cuenca Matanza-Riachuelo y la creación de la cooperativa Arqueoterra. Todo esto sin contar que desde hace años dirige el programa Historia bajo las baldosas, que está en la órbita de la Comisión para la Preservación del Patrimonio Histórico Cultural de la Ciudad de Buenos Aires.
En cuanto al galeón español, tras el anuncio oficial de su hallazgo en 2008 y luego de un tiempo de exhibición al público, se extrajeron los objetos encontrados para su estudio y el barco fue trasladado. Su nuevo hogar pasó a ser Barraca Peña, predio ferroviario y una de las primeras urbanizaciones del barrio de La Boca. Luego de pasar a manos privadas en los 90, se comenzó la recuperación de Barraca Peña durante la breve jefatura de gobierno de Jorge Telerman, pero con el inicio de la gestión PRO, la Unidad Ejecutora para la Promoción Turística de La Boca fue disuelta y el proyecto de reciclado, desactivado. En 2010, la Legislatura declaró al predio Área de Protección Histórica, pero en 2012 el tornado que pasó por Buenos Aires demostró las precarias condiciones del galpón que servía de alojamiento al galeón cuando parte de sus muros se derrumbaron. Desde entonces, se sabe poco y nada.
«¿De qué trabaja un arqueólogo? Si no trabajás en Conicet o en la Universidad, ¿dónde trabajás?», pregunta retóricamente Weissel. «El cofre lleno de oro no existe», y por eso arqueólogos como él o Ulises Camino han optado por la conformación de cooperativas. Esto permite que «hagamos proyectos donde realmente podamos trabajar con la comunidad». Así, han colaborado para armar el museo del Club Atlético Lanús, van a proveer de distintas instancias de formación a los sitios de la memoria (hay 60 en el recorrido del Riachuelo) y también están en un proyecto, junto con una cooperativa de cartoneros y un club de ciencias de chicos de una escuela, indagando en «la visibilización de la experiencia social en el tratamiento de los residuos en la cuenca Matanza-Riachuelo».
Zorzi señala que «la arqueología urbana nació en Buenos Aires muy relacionada con los trabajos de difusión». Para Camino, «la gente no puede amar o proteger algo que no sabe que existe». Por eso, Arqueocoop publica desde 2011 la revista Urbania.
Entre los obstáculos con que suele encontrarse la arqueología urbana, explica Zorzi, está el que la ley nacional 25.743, aprobada en 2003, «no es una normativa muy precisa con respecto a que una determinada obra que va a afectar el subsuelo tenga que tener un estudio de impacto previo». Por lo tanto, «hay muchas cosas que no se denuncian (la denuncia consiste en comunicar el hallazgo a la oficina municipal correspondiente) y que solo quedan en las fotos de los vecinos». También, agrega Camino, «hay muchas cosas que se denuncian pero no hay capacidad operativa para intervenir».
—Diego Braude