31 de marzo de 2016
El aluvión de importaciones de la década del 90 amenazó con hacer desaparecer un oficio con larga e ilustre tradición. Hoy renace con una docena de instituciones públicas que enseñan los secretos y la historia del arte de construir instrumentos.
No hay dos violines iguales», dicen quienes dedican su vida a fabricarlos. Por lo visto, cada cual tiene su sonido como cada persona su voz. Y la frase no se aplica solo a los violines. También puede extenderse a las guitarras, los charangos, los bombos. «Un instrumento es algo personal, como un traje a medida, hecho para un músico», señala Leandro Cicconi, luthier de guitarras y cordófonos latinoamericanos, y vocal de la Asociación Argentina de Luthiers (aal), creada hace 15 años para visibilizar un oficio que, luego de estar relegado principalmente a la existencia de talleres autodidactas, ahora se multiplica, en diferentes puntos de la Argentina. Pero, ¿qué es un luthier? Hoy, el término describe a todos los creadores artesanales de instrumentos. Viene de la palabra francesa luth, que a su vez deriva de laúd, instrumento de origen árabe que adoptó la aristocracia europea, en el siglo xiv, y fue muy utilizado hasta el xviii. Entonces, artesanos, carpinteros y ebanistas de Italia, Francia, Alemania y España sentaron las bases de la luthería actual. Fue en la ciudad italiana de Cremona donde el oficio alcanzó su máximo esplendor, con violines, violas y violonchelos que diseñaron maestros como los Amati y Antonio Stradivarius. Y es ahí donde aún se encuentra la escuela más importante del área.
Los primeros rastros de la luthería o laudería en el país se remontan a 1870, con la llegada de maestros europeos. Recordado es el lombardo Camillo Mandelli, restaurador de excelencia de instrumentos del Teatro Colón, que abrió sus puertas en 1908. 41 años después arribó a San Miguel de Tucumán el florentino Alfredo Del Lungo, quien había reparado la colección de instrumentos musicales de los Médicis y la famosa Viola Medicea, que Stradivarius creó en 1690. Además de asumir como luthier de la Orquesta Sinfónica de la Universidad Nacional de Tucumán (unt), fundó la Escuela de Luthería, que abrió sus puertas en 1951.
«Tenemos una formación de muy alto nivel, con una trayectoria y un sello muy fuerte que le dio De Lungo desde sus inicios», sostiene Juan Cristóbal Alonso, docente y exdirector de la academia, que es una de las quince de nivel superior en el mundo. Allí, los alumnos, unos 60 por curso, estudian, entre otras materias, botánica, física, química, dibujo técnico, historia de la música y ejecución básica de un instrumento (para poder afinarlo). Alonso enseña taller de construcción de una guitarra, en primer año; un violín, en segundo; otro, en tercero; una viola, en cuarto, y en quinto, un violonchelo.
Gustavo Bellido, maestro luthier radicado en Córdoba, se graduó de la unt, en 1991. «Ese año nos recibimos tres personas. Desde 1977 que no se graduaba nadie. Entonces la luthería no se veía como una profesión. La gente iba un tiempo y después abandonaba y ponía un taller para hacer violines. Desde mi generación en adelante, hubo una profesionalización», indica. Alonso, quien fue parte de esa camada, agrega: «Se nota que la luthería ha experimentado un crecimiento notable y que la gente se lo toma en serio. El 70% de los alumnos vienen de otras provincias, también de países como Bolivia, Chile y Colombia. Muchos egresados vuelven a sus provincias y ejercen allá», enumera.
Gracias a un convenio entre el Ministerio del Trabajo de la Nación y la Asociación Argentina de Luthiers, desde 2000 hasta ahora han surgido una docena de escuelas públicas en localidades como Ciudad Oculta, Rosario, Cafayate, Cosquín, Lago Puelo y Bariloche. En Capital también existen emprendimientos privados, como El Virutero, que dirige Julio Malarino en Vicente López.
Ciencia y paciencia
El luthier es, como define Bellido –quien ha confeccionado unos 440 violines, violas y cellos para diferentes orquestas nacionales, así como para músicos de Venezuela, España e Italia–, una cruza entre artista, científico y artesano. En su trabajo intervienen varios elementos: físicos (manejar espesores y densidades de las maderas para que los instrumentos sean resistentes), acústicos (conseguir un sonido adecuado), químicos (elaborar barnices con componentes naturales como resinas, aceites, trementinas, ácidos), artísticos (perfeccionar el trabajo manual) y técnicos (utilizar herramientas para moldear mangos, tapas, costados, etcétera).
«Cualquier persona puede hacer un instrumento, ahora, saber hacerlo, en el sentido de conocer para qué sirve cada parte, es otra cosa. Uno se traza un objetivo adónde llegar. También hay que estar estudiando siempre y perfeccionándose. Yo voy a congresos en Cremona y participo en concursos internacionales», comenta Bellido.
Buenos materiales
¿Qué se requiere para ser un buen luthier? «Hay gente que viene de escuelas técnicas, pero yo diría que la perseverancia es la que da mejores resultados», analiza Alonso. «Son muchos factores: además de la parte artística, que es muy importante, hay que tener dedicación y conocimiento; trabajar buenos materiales». Cicconi, quien se formó con un maestro de instrumentos de arco y lleva 15 años dedicado a la luthería, también recalca la paciencia y la idea de que «un luthier tiene que saber interpretar lo que un músico necesita como herramienta de expresión».
Para las violas, violines y violonchelos, son cruciales el estacionamiento –no menor a cinco o seis años desde la tala– y la calidad de las maderas. «Es mejor la europea, abeto para la tapa y arce para el fondo, las fajas y el mango. La madera local nunca da el mismo resultado que la madera importada. Esto tiene que ver con la resistencia propia del abeto, que se usa para embalar motores: es una madera a la vez blanda y resistente, ideal para la tensión que ejercen las cuerdas», detalla Bellido, quien intenta superarse instrumento a instrumento. «Uno golpea la madera y ya sabe qué uso le va a dar. La idea es sacar lo mejor de ella», añade.
Cicconi explica que, como cada instrumento tiene su sonoridad, la tapa de una guitarra es distinta a la de un charango, un cuatro o un cavaquinho. «Es importante que no se deforme al afinarla. Hay que buscar espesores específicos de maderas y refuerzos de la caja armónica. Aparte del pino abeto europeo, o de los cedros canadienses, hay opciones de maderas nacionales que son muy buenas para los fondos y aros, o para los costados, como el algarrobo, el jacarandá, el nogal, el guayaibí, o el guayacán, para el puente. En general, son maderas que no conocen quienes se guían por los instrumentos de fábrica». Él hace instrumentos para músicos de tango y folcloristas. Peteco Carabajal, a quien conoció en la feria de luthiers de Cosquín, en 2014, tiene una guitarra suya.
Un instrumento de autor se hace para que dure de 300 a 500 años y cuesta 20 o 30 veces más que uno industrial (hecho con máquinas, desde los años 30 en adelante). De acuerdo con los entendidos, mientras los primeros se construyen con maderas de baja calidad, los instrumentos de serie (confeccionados por varias personas a la vez, entre 1839 y 1930) no tienen el equilibrio sonoro de aquellos hechos por un luthier, que diseña tapas y fondos que necesitan diferentes tipos de espesor, lo que influye en la vibración y en el sonido. En la Argentina, cuatro de cada diez músicos prefieren estos últimos.
En los 90, el tipo de cambio y las importaciones de guitarras Fender o Gibson, entonces más baratas, contribuyeron al olvido en que cayó el oficio. Décadas antes, se dictaba como materia en las escuelas técnicas. Alonso, director de la licenciatura en la unt, que, en 2002, también fue uno de los primeros docentes de la Escuela Superior de Formación en Luthería de Cafayate, donde ahora brindan capacitación, celebra el renacer de la luthería en la Argentina. Y, además de asesorar a instituciones locales, junto con Julio Malarino, como integrante de la Asociación Argentina de Luthiers, está haciendo lo propio con una escuela de música de Ibagué, en Colombia, donde quiere impulsar una carrera similar a la de la Universidad de Tucumán. Al parecer, todo apunta a un crecimiento «luthier».
—Francia Fernández