Voces | Entrevista a Luis Sanjurjo

Industria económica y de identidad

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Jorge Vilas

La generación de recursos simbólicos y materiales a través de actividades culturales es el eje de desarrollo de un plan de políticas del Estado. La inserción del cooperativismo.

Foto: Juan Quiles/3Estudio

Mientas recorre con Acción los pasillos del Centro Cultural Kirchner como antesala de la entrevista, y muestra y describe cada rincón, Sanjurjo rescata, como primer paso para hablar de las políticas culturales en desarrollo, la «decisión del presidente Alberto Fernández y de la vicepresidenta Cristina Fernández de recuperar el Ministerio de Cultura de la Nación», recordando que el Gobierno macrista degradó a la cartera del área, junto con las de Trabajo y Salud. Luis «Chino» Sanjurjo llegó a la función pública luego de una valiosa experiencia, aún en curso, como director del Observatorio de Culturas y Políticas Culturales del Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini. Docente, investigador y músico, el actual director Nacional de Industrias Culturales destaca el liderazgo del ministro Tristán Bauer y de la secretaria de Desarrollo Cultural, Lucrecia Cardoso para sostener un fuerte rol del Estado en la promoción de las actividades y producciones de la cultura en todo el país.
–¿Cuáles son los principales programas implementados en tu área?
–Trabajamos en tres movimientos casi sincrónicos. El primero fue, a partir de un diagnóstico, actualizar el MICA, Mercado de Industrias Culturales Argentinas, que pasó de 6 a 15 sectores. Reconocimos como sectores de las industrias culturales al tango, al folclore, al hip hop, la gastronomía, la danza y el circo, entre otros.
El segundo movimiento tuvo que ver con el relanzamiento del mercado de artesanías, este es un sector productivo muy importante para el país, que durante la gestión del macrismo se intentó vaciar, como todas las políticas públicas, pero con un particular encono. Relanzamos el Mercado Nacional de Artesanías Tradicionales e Innovadoras Argentinas (MATRIA), incorporándole la I de innovación. Y en tercer lugar, creamos un mercado donde creíamos que había una vacancia, con el objetivo de promover dos continentes estratégicos para este Ministerio: el MARCA (Mercado de Cooperativismo y Culturas Autogestivas). Tiene dos grandes metas, por un lado, la promoción del cooperativismo dentro de las industrias culturales y las artesanías, esos dos mercados hermanos, y por otro lado la incorporación de los espacios culturales como sujetos productivos en los que en general comienza la trayectoria de las productoras y productores de bienes y servicios culturales y también de las artesanías. Para nosotros un espacio cultural no es solo el centro cultural, el club de música, sino también el taller de desarrollo de videojuegos, un espacio de producción de contenidos digitales, una galería de arte, tiendas de diseño, muchos formatos productivos que dialogan con estos dos mercados.

«El cooperativismo tiene el gran desafío de salir a enamorar a las generaciones que hoy están buscando cómo construir una opción de vida mejor.»

–¿Cómo afrontaron la pandemia desde el Ministerio?
–La pandemia nos enfrentó al desafío enorme de contener para la supervivencia y al mismo tiempo producir. Nos encontramos con que el sector sufría grandes problemas de precariedad e informalidad históricos, que se habían agravado durante el macrismo. El freno total de la actividad desnudó la grave crisis de informalidad y precariedad en la que estaban las industrias culturales y las artesanías.
Al mismo tiempo nos abrió una oportunidad enorme, porque tuvimos que salir a traducir al Estado como impulsor de proyectos de gestión de políticas culturales, frente al Ministerio de Trabajo, a la AFIP, al entonces Ministerio de Desarrollo Productivo, al Banco Nación, al Credicoop, que fueron nuestros primeros aliados para salir a enfrentar la emergencia, y al mismo tiempo acompañar en ese proceso de devenir de la actividad productiva a los sujetos de la economía cultural, a los empresario pymes de las industrias culturales, a las cooperativas, a los emprendimientos, a la gestión de espacios.

–Que los programas lleven el nombre de mercados habla de una dimensión económica de la actividad cultural.
–El objetivo es poder concebir a la actividad cultural como una actividad fuertemente económica, que merece políticas públicas que favorezcan su desarrollo. Porque hay un montón de personas, de familias, que dedican su vida a la actividad cultural. Y la defensa de la perspectiva en términos de producción y trabajo obedece a la decisión estratégica de entender que el futuro de la Argentina está atado también al desarrollo de este sector. Se habla mucho de la economía del conocimiento y la economía cultural forma parte de ese bloque. Sin lugar a dudas, este desafío que tiene la Argentina de reconfigurar su matriz productiva encuentra en la economía del conocimiento, y particularmente en la economía cultural, una oportunidad para el desarrollo futuro. Ya es una realidad, pero requiere fortalecimiento, mayores presupuestos, niveles de inversión y esfuerzos en la inteligencia común y colectiva de las agencias públicas y de quienes representan la riqueza cultural de este país.
–El rol del Estado parece fundamental para el desarrollo de las industrias culturales. En ese contexto, ¿según el modelo de país que se instale será el modelo cultural que acompañe?
–Descreo de la falsa dicotomía de Estado versus mercado. No hay ningún país desarrollado en el mundo en el que el Estado no tenga un rol fuerte, una presencia determinante en sus sectores estratégicos. El de los Estados débiles al servicio de la libertad es un mito que el neoliberalismo intentó. Es lo contrario. Lo que tenemos como desafío es implementar políticas públicas inteligentes, muy dinámicas y permeables al trabajo conjunto con las organizaciones de trabajadores y trabajadoras y con las empresarias. Hay que tener en claro que hay dos modelos de país en pugna, uno en el que se intenta volver a ese Estado administrador de las reglas, sin un rol activo, versus este otro modelo que necesita una activa participación de la sociedad y al mismo tiempo una decisiva participación del Estado en el desarrollo de políticas que contribuyan al desarrollo que esas sociedades conciben como fundamentales para mejorar sus condiciones de vida y la construcción de un modelo colectivo común.
Nosotros queremos que quien elija vivir como un productor o productora de bienes y servicios de las industrias culturales, como artesano o artesana, como cooperativista o gestor cultural, pueda hacerlo, con dignidad, y que la Argentina encuentre allí no solo la posibilidad de generar empleo joven sino de exportar al mundo lo que el mundo necesita.

Foto: Juan Quiles/3Estudio

–Recientemente fue presentado el mapa de las cooperativas vinculadas con la producción cultural. ¿Cuál es el peso del movimiento cooperativo en el sector?
–Parafraseando a Foucault que dijo «el mundo será marxista o no será», yo diría que el mundo será cooperativo o no será. Esa es la cifra cultural de lo que vemos que está sucediendo. Hay un resurgimiento del cooperativismo como modelo de gestión no solo económico sino de vida colectiva. En esos valores creo que está la oportunidad del cooperativismo hoy. El cooperativismo tiene el gran desafío de salir a enamorar a las generaciones que hoy están buscando cómo construir una opción de vida mejor a la que este mundo ofrece. Es el momento, es ahora, como movimiento cooperativo tenemos la oportunidad de acompañar al Estado en el proceso de construcción de herramientas eficaces para la promoción del cooperativismo y para la formación ciudadana. Nosotros, desde el Ministerio de Cultura de la Nación, con Soledad Venegas y Ernesto Giacomini al frente del MARCA, y con el INAES, gracias a esa decisión política, entregamos en el último MICA la matrícula 1.000 de industrias culturales, es decir, en poco más de un año se generaron 1.000 cooperativas de industrias culturales. Eso habla de un despertar también de la percepción de cuáles son las mejores herramientas para estructurar la vida y también el trabajo y la producción.
–Las plataformas aparecen como un gran canal de circulación de contenidos de las industrias culturales. ¿Cuál es tu visión sobre este segmento y cómo funciona la producción nacional?
–Sin lugar a dudas, es un sector estratégico. La Argentina se ha transformado en un destino determinante para el desarrollo de la industria de producción de contenidos en la región. No solo porque es competitiva en términos económicos, sino porque además tiene una capacidad instalada enorme gracias a la gestión de Lucrecia Cardoso en el INCAA, que supo entender la importancia de la federalización de políticas que permitiesen el desarrollo de ecosistemas empresariales proveedores de servicios no solo en la región metropolitana, sino también en distritos como Córdoba, Mendoza, el noroeste. Este Ministerio, esta Secretaría, ha tenido una política de promoción para poder establecer el desarrollo de unidades productivas vinculadas a los contenidos, especialmente los audiovisuales. Además de la importancia ineludible que tiene la economía de plataformas, Argentina fue históricamente una gran exportadora de contenidos y lo sigue siendo. Hemos vuelto a transformarnos en grandes exportadores de contenidos audiovisuales. Pero me interesa también destacar otros segmentos, por caso, los productores de contenidos digitales, los streamers, los gamers, las raperas y los raperos. Hay un fenómeno súper potente que ha vuelto a colocar a la Argentina en la cima de rankings globales. El ejemplo más claro de estos tiempos es que nunca en la historia de la música la Argentina ocupó los lugares que ocupa hoy en el mundo de la mano de artistas de la música urbana.

«Además de la importancia ineludible que tiene la economía de plataformas, Argentina fue históricamente una gran exportadora de contenidos y lo sigue siendo.»

–¿Cómo fue tu experiencia en el paso del observador y analista de políticas culturales al rol de gestor?
–Fue muy importante, no solo en términos de conocimiento y de un ejercicio de cierta sensibilidad para atender otros niveles de complejidad que tiene la actividad, sino también en términos de alianzas técnicas, políticas, académicas, afectivas. Nos nutrimos de las investigaciones que hicimos en el Observatorio sobre la cultura independiente; por ejemplo, ¿cuánto trabajo genera un centro cultural? ¿Cuántas familias viven de eso? En ese sentido ha sido gratificante juntar esas dos grandes vertientes. Una la de la información, el análisis, el diagnóstico y la articulación. Y la otra, la gestión, no hay nada más hermoso que la gestión, una vocación de servicio que se expresa en la más importante herramienta que es el Estado. Ahí es cuando entendemos, al menos en nuestra experiencia, que no hay transformación que pueda prescindir del Estado. Por eso hay que entender el rol estratégico que el movimiento cooperativo debe tener en el diálogo ineludible con el Estado, para poder, en este mundo que viene, tener un lugar. Y ese lugar tiene que ser mejor, más justo, más equitativo, más solidario, más diverso. Y ese mundo es el que imaginamos cada mañana desde el primer día y seguro ocupará nuestro deseo hasta el último momento en que podamos seguir haciendo un aporte en la construcción de ese camino.

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