15 de octubre de 2023
Cómo los tacos altos se convirtieron en un símbolo femenino, a pesar de tener un origen muy distinto. Su impacto en las costumbres sociales, en la moda y en la salud.
Indumentaria. Un hábito que comenzó para la comodidad de los hombres y terminó castigando a las mujeres.
Foto: Shutterstock
Sorprendentemente, los tacos altos se inventaron para la comodidad de los hombres, y no para la vanidad de las mujeres. Se debió a que los carniceros egipcios necesitaban mantener sus pies limpios mientras trabajaban: era mejor que la sangre quedara en el piso.
En la Antigua Grecia, en tanto, se asociaron con la idea de disfraz, ya que los actores de teatro usaron una variante llamada «bushkin», que sería el antecedente de las plataformas. Estos zapatos con terraplén (que también habrían llevado en algún momento las ciudadanas comunes), los hacían ver más altos y destacar en los escenarios.
Mucho después, en el siglo X, los militares persas, que eran arqueros avezados, calzaron tacones para asegurar sus pies en los estribos y tener mayor estabilidad al disparar flechas en las batallas. Un sistema que adoptarían los vaqueros estadounidenses, en el siglo XIX, y que les permitía mantenerse rectos en sus caballos.
A Europa, los tacones llegaron en el siglo XVI, precisamente, gracias a la caballería persa. Entonces, había un intercambio económico fluido, sobre todo entre esa nación del Oriente Próximo (actual Irán) e Inglaterra. Los hombres comenzaron a usar tacos, tanto para montar a caballo, como para demostrar estatus. Según Elizabeth Semmelhack, directora y curadora del Bata Shoe Museum, de Toronto (Canadá), «las mujeres de clase alta no tardaron en seguir su ejemplo y, a lo largo del siglo XVII, hombres, mujeres y niños de las clases altas llevaban calzado con tacón. En el siglo siguiente, sin embargo, los hombres empezaron a alejarse del tacón y en la década de 1730 ya los habían abandonado».
Se supone que fue Catalina de Medici, famosa por despachar a sus enemigos con veneno y que, con suerte, rozaba el metro y medio de estatura, quien popularizó el uso femenino de los tacos altos, en el siglo XVI. Entonces, las mujeres, que «ya fumaban pipa, usaban sombreros y se cortaban el pelo», los habrían asimilado como «una forma de imitar a los hombres», algo esperable, de acuerdo con Semmelhack. Anteriormente, en la China Imperial, muchas súbditas habían adoptado los «zapatos de flor de loto» (con forma de capullo y taco de madera), que completaban el suplicio del vendaje de pies para hacerlos más pequeños.
En Italia, en la época de «la reina serpiente», como se la recuerda a Medici, solo se conocían los «chopines», unas plataformas altísimas que incorporaron las mujeres de clase alta ahí –principalmente en Venecia– y en España. Mientras los modelos italianos se hacían con madera, los españoles eran de corcho. En el primer caso, se escondían debajo de los vestidos, como si se tratara de ropa interior. Solo las cortesanas los utilizaban en las calles, mientras, en privado, sus señoras debían seguir unas reglas sobre cómo sentarse, caminar o bailar sin enseñarlos. En cambio, las hispanas pudientes, cuyos zapatos estaban enfundados en cueros o textiles finísimos e incluso eran adornados con piedras preciosas, los mostraban como accesorios y símbolos de posición social.
El día de su boda, en 1533, con Enrique II de Francia –que amaba a otra, la bella Diana de Poitiers–, Catalina de Medici, quien no era agraciada aunque «usaba la moda para reforzar su poder», ostentó unas galas extraordinarias. Su indumentaria incluía unos tacones diseñados con terraplenes especiales, que le encargó a un zapatero florentino y que le permitieron caminar con garbo hasta el altar, además de mirar sobre su hombro a sus rivales.
Otras exponentes de la realeza, como la británica María Tudor, emplearon igualmente este tipo de calzado. Usar tacos implicaba «pertenecer a una clase social que podía permitirse no hacer nada práctico, y cuanto más altos eran los tacones (y, por tanto, menos prácticos), mayor era el estatus social reivindicado».
Luis XIV, el «rey Sol», que medía un 1,63 metros y rigió Francia durante 72 años en el siglo XVII, los usó mucho (con ellos ganaba unos diez centímetros de altura). Y hasta promulgó un decreto que dictaba que solo la nobleza podía llevarlos y únicamente los hombres de su corte podían usar zapatos con tacos rojos (un color con referencias marciales que Louboutin imprimiría en sus suelas, en el siglo XX).
A fines del 1800, los tacones masculinos se volvieron más robustos, bajos y cuadrados, mientras que los femeninos se hicieron más escuálidos y elegantes. Y con la Revolución Francesa, ideales como la «igualdad social» impulsaron que los hombres fueran dejando las pelucas y los atuendos recargados y optaron por estilos más sencillos. Acicalarse mucho, al igual que los tacos, se asoció con lo femenino.
Como dijo la comisaria Semmelhack en una entrevista con el sitio Collectors Weekly, «se desarrolló una dicotomía: los hombres se consideraban racionales y educables; las mujeres, irracionales, sentimentales e incultas. La vestimenta se convirtió en una expresión de estos dos modos de comportamiento específicos de cada sexo, esos adornos se convirtieron en significantes de feminidad, especialmente el tacón alto, ya que es una forma irracional de calzado, a menos que vayas a caballo. Así que se asoció a la feminidad y, con el tiempo, se vinculó a la deseabilidad femenina». Al punto que la fotografía y la pornografía imprimieron en los tacos altos un tinte erótico, que continúa hasta hoy.
Como los accesorios comenzaron a asociarse con las féminas, y la moda (incluidos los zapatos) ha reflejado las necesidades y costumbres de las personas en una época determinada, hasta fines de la Segunda Guerra Mundial (cuando la austeridad mandaba), los tacos eran macizos. En los años 50 se introdujo el metal en un tubo que hizo que se volvieran más finos. Y Hollywood y su star system contribuyeron a popularizarlos como objeto de deseo y seducción, mientras que, en el siglo XXI, series como Sex and the City exaltaron su valor estético.
En el último siglo, salvo excepciones de famosos como Elton John y Tom Cruise, los tacos masculinos han pasado de moda, aunque hoy, con la ola «unisex» o «genderless», los tacones (en chicas y chicos) relucen en las alfombras rojas. Paralelamente, por comodidad, muchas mujeres trabajadoras llevan consigo zapatos planos o zapatillas para las caminatas de ida y vuelta a la oficina. Las aeromozas tampoco se han quedado atrás. En 2022, María Fernández, empleada de Iberia, consiguió, mediante la petición «No soy la barbie azafata», que la aerolínea incorporara en su normativa que los tripulantes de cabina pudieran utilizar esos modelos de calzado, «no solo en el período entre el embarque y el desembarque, sino durante toda la jornada laboral».
Habrá que ver qué ocurre en el futuro con la versión «empinada» de uno de los accesorios más codiciados del mundo.