29 de noviembre de 2023
Mientras el eco generado por la acusación de abuso sexual de su hija no se detiene, el director estrena su película número 50, filmada en París y hablada en francés.
Convertido en un paria en su país por las acusaciones de abuso sexual que fueron desestimadas en dos ocasiones en los juzgados (ver recuadro), Woody Allen sigue filmando y estrenando gracias al apoyo incondicional que recibe de su audiencia europea. Y aunque no estaba confirmada su asistencia al Festival de Venecia para presentar allí el film número 50 de su asombrosa carrera, la buena recepción que viene teniendo Golpe de suerte le convenció de que valía la pena estar allí.
Si bien los medios estadounidenses no dudaron en usar sus entrevistas con el director para inquirir sobre lo que lo llevó a convertirse en uno de los tantos artistas cancelados de estos tiempos, hubo otros que optaron por tratarlo como se merece. En la conferencia de prensa que concedió en la ciudad italiana explicó cómo fue que se decidió a convertir el guion sobre un par de norteamericanos que trabajan en París en su primera película totalmente filmada en la lengua de Molière. Y si bien circularon declaraciones suyas que sugerían que Golpe de suerte podría ser la última película de quien ganó el primero de sus 4 Oscares por Annie Hall, tal como se desprende de sus palabras no le faltan proyectos para continuar, particularmente si alguien se atreve a invertir el dinero para que pueda rodar en Nueva York su film número 51.
–Había trabajado antes en París, ¿pero qué fue lo que lo llevó a hacer una película en francés?
–Cuando era joven, las películas que nos resultaban más impactantes a los que recién estábamos empezando y queríamos ser realizadores eran las del cine europeo, todas las películas francesas, las italianas, las suecas. Todos queríamos ser europeos. Y soñábamos con hacer películas como las que hacían ellos. Yo he tratado de hacer eso durante toda mi vida. La verdad es que iba a hacer este film con dos norteamericanos viviendo en París y, de pronto, pensé que esta era mi película número 50 y que adoro tanto a París que debía hacerla en francés. No lo hablo pero eso no me molestó, porque todos los actores hablaban inglés. Así fue como decidí que iba a hacerla completamente en francés, y debo admitir que me la pasé muy bien. De pronto sentí que era un genuino realizador europeo. Vi todas las películas de Truffaut, Godard, Resnais y Renoir, y yo quería sumarme a ese grupo y hacer una película en francés, y lo hice.
«Cuando yo era joven, las películas que nos resultaban más impactantes eran las francesas, las italianas, las suecas. Todos queríamos ser europeos.»
–¿La ve como una secuela de Match Point?
–Está dentro del género de Match Point, porque ambas giran en torno a la caprichosidad de la suerte y cómo las oportunidades tienen un impacto mucho más fuerte en nuestras vidas que lo que nos atrevemos a admitir. Por lo tanto, el parecido es que las dos películas dicen lo mismo, aunque con diferentes historias.
–El protagonista masculino es lo que hoy se considera un hombre «tóxico». ¿Escribe diferente hoy que hace 20 o 30 años atrás?
–La verdad es que 20 o 30 años atrás yo interpretaba los papeles que escribía, por lo que siempre escribí para mí, pero debo admitir que históricamente los personajes femeninos me han salido mucho mejor. Siempre han sido mucho más interesantes, y no sé por qué. Tal vez se debe a que los escritores y los intelectuales que tuvieron una mayor influencia en mí fueron Ingmar Bergman y Tennessee Williams, y los dos escribían sobre mujeres. Yo también lo hice, tal vez por el impacto que ellos tuvieron en mí. Nunca fui capaz de escribir buenos papeles para hombres, con la excepción de aquellos que escribí para mí.
–¿Cuán complicado fue dirigir cuando sus actores hablaban en un idioma que usted no entiende?
–Fue algo muy sencillo porque si mirás por ejemplo una película japonesa, te podés dar cuenta si la actuación es buena, si es realista y natural, o si es dramática, tonta o está muy exagerada. Aquí pasó exactamente lo mismo. Yo podía darme cuenta por el lenguaje corporal y la emoción de los actores qué era lo que estaba pasando, sin necesidad de entender lo que decían. Podía darme cuenta cuando la actuación era real y cuando no lo era. Es cierto que yo escribí el guion, pero muchas veces ellos improvisaban y optaban por usar sus propias palabras, lo cual no tenía nada de malo, porque les pedí que hicieran lo que sentían. Lo cierto es que aunque usaran otras palabras yo podía entender la esencia de lo que decían. Y si eso no pasaba, me daba vuelta hacía mi asistente y ella me lo explicaba.
«La verdad es que 20 o 30 años atrás yo interpretaba los papeles que escribía, pero debo admitir que los personajes femeninos me han salido mucho mejor.»
–¿Cuáles fueron los ajustes que tuvo que hacer en el guion para cambiarlo de una pareja de norteamericanos en París a que todos los personajes fueran franceses?
–Los únicos cambios que tuve que hacer fueron cosméticos. Lo mismo me pasó con Match Point: lo escribí para filmarlo en Estados Unidos, y luego alguien me llamó de Inglaterra y me dijo que me lo financiarían si lo rodaba allí. De pronto tuve que convertir a todos los personajes en británicos. Pero fueron cambios superficiales. En el caso de Golpe de suerte fue lo mismo. En lugar de que tuvieran un trabajo vinculado con Estados Unidos, tuve que cambiarlo a que fuese gente que es de París y trabaja allí. Fueron cambios triviales y simples.
–Ha vuelto a trabajar con Vittorio Storaro en este film.
–Siempre he trabajado con grandes directores de fotografía, desde que comencé mi carrera. Trabajé con Gordon Willis durante 10 años, con Carlo Di Palma durante 13, y también con Vilmos Zsigmond, Sven Sykvist y Darius Khondji. Y ahora Vittorio. Con todos ellos nos reunimos en mi oficina o en mi casa y hablamos de la película, hasta ponernos de acuerdo en de qué manera la vamos a encarar desde el plano visual. A mí siempre me ha gustado usar diferentes estilos en mis películas, partiendo desde Annie Hall al presente. Cuando hicimos Cafe Society con Vittorio, decidimos que la parte que transcurre en California iba a tener un estilo visual y la de Nueva York otro. Una vez que estamos en el set, con Vittorio me manejo de la misma manera que con los actores: no le doy instrucciones sobre cómo tiene que hacer las cosas, le doy mucha libertad. Hablamos sobre la forma en la que vamos a armar la escena, porque eso es algo que a mí me importa mucho desde el plano emocional, pero no me meto en la iluminación, eso es algo que le dejo por completo a Vittorio. Es como con Gordon Willis, tienen una especie de aura en la forma en la que encuadran las cosas, que hace que luzca mucho mejor que si otra persona estuviera haciendo el mismo trabajo. No creo que pase por el conocimiento técnico, por más que ambos lo tengan. Tienen un aura, algo que le aportan a las películas que hacen.
–Bergman solía hablar sobre la muerte y usted también lo hace. ¿La comedia es una forma de luchar contra la muerte?
–Yo siento que no hay nada que puedas hacer para luchar contra la muerte. Es un mal negocio y tenés que lidiar con eso: no hay nada que puedas hacer al respecto. No podés luchar contra ella. Sobre el final de Golpe de suerte, debajo del título aparece una frase que dice «no pensés demasiado en eso». Y honestamente lo mejor que podés hacer es no pensar demasiado en la muerte, porque no hay escapatoria. No te puedes escapar a través de la ciencia, ni a través de la filosofía ni a través de la comedia. Como nunca vas a ganar esa batalla, la mejor estrategia es no pensar en el tema. Tenés que tratar de distraerte.
–Se dice que la suerte es cuando la preparación se encuentra con la oportunidad. En las siete décadas que ha estado creando, ¿cuándo sintió que tuvo su golpe de suerte?
–La verdad es que yo he sido muy, pero muy afortunado. Si lo pienso, he sido afortunado durante toda mi vida. Tuve dos padres amorosos, y también muy buenos amigos. Tengo una esposa maravillosa y mi matrimonio también lo es, y a eso le sumo dos hijos. En unos pocos meses cumpliré 88 años. Nunca estuve en un hospital. Nunca me pasó algo terrible. Sí, es cierto, he sido muy, pero muy afortunado toda mi vida. Cuando comencé a hacer películas, todo el mundo eligió enfatizar lo que era capaz de hacer bien en lugar de enojarse por aquellas cosas que hacía mal. Todos fueron muy generosos conmigo. He sido muy afortunado con mi realización cinematográfica, y he recibido muchos elogios que no me merecía, a lo que se sumó una enorme cantidad de atención y respeto. No he tenido más que buena suerte y espero que continúe.
–¿De qué manera han cambiado sus hábitos a la hora de escribir guiones a lo largo de los años?
–Hay algunas cosas que aprendés y eso es todo. Y además cada situación es totalmente diferente. Hay unas muy pocas cosas que uno adquiere de la experiencia de tratar de no resultar aburrido, que puede ser la mayor trampa que puede tener un guion. Sigo escribiendo como lo he hecho siempre: me levanto por la mañana y hago mis ejercicios, luego desayuno y más tarde me acuesto en la cama con papel y una lapicera, y me pongo a escribir. Y una vez que lo termino, lo paso en la máquina de escribir. Como expliqué, cuando uno recién empieza hay algunas cosas que aprende en los primeros films que son muy importantes. Pero después de que las has incorporado, no aprendés nada más. Luego el resto depende de vos, y de tu inspiración.
«Siento que no hay nada que puedas hacer para luchar contra la muerte. Es un mal negocio y tenés que lidiar con eso: no hay nada que puedas hacer al respecto.»
–¿Tiene algún proyecto para rodar en Nueva York?
–Claro que sí. Tengo una muy buena idea para filmar en Nueva York. Y si alguien surge de las sombras y me dice que está dispuesto a financiar la filmación en mi ciudad, siguiendo todas mis terribles estructuras, como que no pueden leer el guion ni saber quién va a trabajar, me encantaría. Pero me tienen que dar el dinero e irse. Si algún tonto acepta hacerlo, entonces iré a filmar la película a Nueva York.
–¿Cuál cree que es el mayor error de concepto que la gente tiene sobre usted?
–Que soy un intelectual. Lo he dicho antes, me ven así porque uso estos anteojos y creen que soy un artista porque mis películas pierden dinero. Es una imagen muy bonita, pero ese no soy yo. En cambio sí soy yo el que se pone a mirar los partidos de fútbol americano por televisión con una cerveza en la mano. Nunca me vas a encontrar en mi oficina leyendo un libro sobre filosofía danesa o algo por el estilo. Es un error de concepto que tiene la gente. Tampoco es cierto que me la paso trabajando. Creen que vivo para trabajar, pero no es así. Me paso mucho tiempo tocando mi clarinete, mirando deportes por televisión y saliendo a caminar con mi esposa. Tal vez el mayor error es pensar que soy un workaholic cuando en realidad soy bastante vago.