22 de marzo de 2022
Calvicie, cansancio, menopausia, timidez: cada vez son más los aspectos de la vida cotidiana que son tratados como enfermedades. Las causas y los riesgos.
Mal remedio. Un relevamiento del Sedronar estima que dos de cada diez personas inician el consumo de psicofármacos sin prescripción médica.
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Dos hombres se increpan por un pequeño incidente de tránsito en una avenida porteña y, entre insultos que van y vienen, uno le dice al otro: «Hoy no tomaste la pastilla». Al encender el televisor, el bombardeo de publicidades de medicamentos de venta libre, tanto durante la tanda comercial como dentro de ciertos programas, es interminable. Analgésicos, antigripales, antifebriles, antitusivos, antihemorroidales, minerales, vitaminas, antiácidos, hepatoprotectores, laxantes, antimicóticos, piojicidas y la lista sigue. La más reciente es la de un polvo que se aplica sobre las comidas y promete impedir la absorción de los carbohidratos.
Conductores y hasta algunos invitados famosos no dudan en hablar, en horario central, de las bondades de este producto. En la sala de espera colmada de un consultorio ginecológico, una mujer de unos 50 años recomienda a viva voz el dispositivo intrauterino hormonal para dejar de menstruar. «Es una bendición, te olvidás de todos los meses lo mismo». Estas escenas que a simple vista parecen no tener relación unas con otras, encuentran en la medicalización de la vida cotidiana un denominador común.
El sociólogo y médico estadounidense Peter Conrad asegura que la medicalización es una forma de pensar y buscar respuestas a los problemas. Para él, un fenómeno está medicalizado cuando es definido, descrito e intervenido en términos médicos. Se entiende como el proceso social e histórico por el cual se pretende convertir situaciones que han sido normales en cuadros patológicos para resolverlos mediante la medicina. En la actualidad, la ansiedad, la tristeza normal, la disfunción eréctil, la disfunción sexual femenina, la falta de libido, la timidez, el mal carácter y el sobrepeso, entre otros, son cuestiones que pueden formar parte de la vida cotidiana pero, en mayor o menor medida, se encuentran medicalizadas. Lo mismo sucede con aspectos propios del envejecimiento como la calvicie y con eventos naturales como la menstruación, la andropausia y la menopausia.
Sin fronteras
«El objetivo es ampliar las fronteras de la enfermedad y acrecentar así los mercados para aquellos que venden y proveen tratamientos», explica Ricardo La Valle, doctor por la Universidad de Buenos Aires, especialista en Medicina Familiar y Clínica Médica en el Hospital Italiano y profesor de Epistemología de la Salud en la Universidad de Hurlingham. El neoliberalismo y el desarrollo de la medicina científica y la industria farmacéutica, entre otros factores, contribuyeron, según La Valle, a que la medicina se convirtiera en un objeto de mercado. «Esto, sumado al modelo médico hegemónico, constituye el caldo de cultivo ideal para la constitución de la medicalización indefinida con el mezquino fin de maximizar el lucro obsceno obtenido de la medicina como mercancía», sostiene.
La Valle explica que también se medicalizan problemas moderados que se presentan como serios padecimientos. Un ejemplo, dice, es lo que ocurrió con la propaganda financiada por las compañías farmacéuticas sobre el colon irritable y con los factores de riesgo como el colesterol elevado, la hipertensión arterial y la osteoporosis, que son presentados como enfermedades. «Correr los límites de las determinaciones para el diagnóstico modifica drásticamente la cantidad de pacientes afectados. Es decir, reducir los valores a los cuales se diagnostica hipertensión arterial o colesterol alto implica el tratamiento farmacológico de millones de nuevos pacientes con el consiguiente incremento de ingresos para esta industria o el uso innecesario de métodos de diagnóstico para los proveedores de equipos. También se aplica al Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TADH), por el que se medican a miles de niños y niñas», afirma el médico.
Eugenia Bianchi, socióloga, investigadora del CONICET, especialista en el análisis de diagnósticos y tratamientos e integrante del Grupo de Estudios sobre Salud Mental y Derechos Humanos del Instituto Gino Germani, asegura que este no es un proceso que se restringe solo al ámbito médico porque otros actores sociales tienen explicaciones, descripciones y comprensiones de igual carácter cuando piensan una situación, un proceso o un fenómeno. «Pensemos en los medios de comunicación, en cuántas noticias se recurre a definiciones médicas. También en ciertos discursos políticos que explican decisiones de gobierno con metáforas de enfermedades o caracterizan a otras figuras políticas a partir de clasificaciones psiquiátricas o médicas. En las escuelas, cuántas veces se trata de explicar cómo se comporta un nene o una nena tomando los mismos argumentos. O en cuántas situaciones de la vida cotidiana pensamos «esto que me pasa tiene que ver con tal o cual síntoma o tal funcionamiento del cuerpo», cuestiona Bianchi.
La socióloga señala además que existe un uso «no médico» de los fármacos, desde tomar un analgésico para no perder el premio por presentismo o hacer tratamientos con hormonizaciones no supervisadas. Estos ejemplos no tienen que ver solamente con enfermedades sino con actividades y exigencias de la vida cotidiana o con procesos relacionados con la forma en que se asume una identidad y un cuerpo o los modos en que se relacionan las personas entre sí. «Si la medicalización es una forma de aproximarse a la comprensión de un fenómeno, la introducción de los fármacos es un aspecto más para estar en este mundo, para vivir el día a día», explica.
Música para pastillas
«No se pasa el tiempo, al menos para mí, ya tomé pastillas y sigo sin dormir, miro a los costados y nada que amarrar…», dice Fito Páez en «Track, track», una canción incluida en el disco Ciudad de pobres corazones, editado a mediados de los 80. El uso de psicofármacos, como los ansiolíticos, hipnóticos, inductores del sueño y antidepresivos merece un párrafo aparte ya que su consumo va en aumento año tras año. Según el Observatorio de la Confederación Farmacéutica Argentina (COFA), entre los 15 medicamentos más vendidos en 2020 aparecen dos psicotrópicos. Si bien se venden bajo receta, un relevamiento realizado por el Sedronar en 2017 estimó que dos de cada diez personas iniciaron el consumo de estos productos sin prescripción médica. En muchos de los casos de automedicación, el acceso llegó por medio de algún amigo o familiar que tenía y «convidó». Las crisis existenciales o personales y la incertidumbre social, laboral o económica son señaladas por los especialistas como las principales causas que motivan la búsqueda de un salvavidas químico para los vaivenes de la vida. Sobre su consumo, la Organización Mundial de la Salud señala la necesidad de adoptar políticas públicas que garanticen la racionalidad, basada en la condición de que cada persona reciba la medicación adecuada a sus necesidades, en las dosis correspondientes, durante un período de tiempo determinado por los riesgos que implica un uso inapropiado o excesivo.
El hombre posmoderno dejó de ser un ciudadano para convertirse en un consumidor y el colectivo médico no fue ajeno, dice La Valle. En este sentido, el médico habla de la necesidad de reconstruir el modelo actual de la medicina porque «el que está vigente no le sirve a la gente ni a los trabajadores de la salud». «El nuevo modelo debe ser construido desde principios como que la salud no puede ser objeto de mercado –concluye La Valle–, debe ser un modelo inclusivo, integral e integrado, que incluya las dimensiones humana, social y política».