28 de septiembre de 2023
Se estima que, para esta época del año, la mitad de la población experimenta una especie de depresión con síntomas como cansancio y desánimo.
Trastorno contraintuitivo. Junto con su impulso de renovación, la primavera puede convertirse en un terreno espinoso.
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La llegada de la primavera muchas veces se asocia con una suerte de renacimiento: la oscuridad y el frío del invierno retroceden para dar lugar a días de luz y calor, la gente se siente renovada y todo florece alrededor. Al mismo tiempo, hay una mayor propensión a «lanzarse» al aire libre, a hacer deporte y vida social.
«Cuando van aumentando las horas de luz por día, el reloj biológico también funciona como calendario biológico y, en muchas especies, como aquellas de reproducción estacional, va preparando el organismo para el verano», dice el biólogo y divulgador científico Diego Golombek. En el caso de los seres humanos, «al haber más luz, aumenta la vitamina D y, también, los niveles de testosterona en sangre, cachondeo mediante. Por si fuera poco, se incrementa la secreción de endorfinas, lo cual podría acompañarse de una sensación de bienestar primaveral. Seguramente el estar más en la calle –y con un poco menos de ropa y más de piel– ayude a la fama amorosa de esta estación», agrega. Junto con ello, se liberan otras hormonas, como la dopamina (asociada con el placer) y la oxitocina (ligada con el amor).
Como las personas son diferentes, el cambio de estación no afecta a todos por igual. Se estima que la mitad de la población mundial experimenta «astenia primaveral», una especie de depresión relacionada con esa variación y parte de los llamados TAE (Trastornos Afectivos Estacionales). Esto ocurre por la alteración en la cantidad de luz (con días más largos) y su impacto en la melatonina (la hormona que influye en los niveles sanguíneos y en los patrones de sueño-vigilia) y los ritmos biológicos del cuerpo.
«Astenia» viene del griego y significa «ausencia de fuerzas». De hecho, quienes la sufren, pueden tener síntomas que van desde el cansancio y la reducción del apetito, pasando por interferencias del sueño y disminución de la libido, hasta dificultades para concentrarse y alteraciones del ánimo (ansiedad, desgano, irritabilidad, nerviosismo).
«La astenia primaveral es muy común y más en la pospandemia», afirma Any Krieger, psicoanalista y miembro didacta de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA). «Desde la infancia –agrega– nos dicen que la primavera es la estación más bella, con sus ansias de planes al aire libre y su esperanza de encuentros. Muchas veces esas fantasías se desploman y nos envuelven alergias y malestares. Quedamos cautivos de emociones encontradas que se disputan una alegría que se disuelve en tristezas que no cesan de bullir. Por un lado, pareciera que florecemos, pero, por otro, afloran sentimientos escondidos».
Las consultas aumentan en esta época. Para Krieger, más que a la primavera en sí, esto se debe a otras causas. Entre ellas, «la finalización del año en curso y las presiones de los sueños no cumplidos, o traumas que quedaron enterrados y malogran el placer de estar vivos. En septiembre, octubre y noviembre se desatan muchas emociones reprimidas; se acercan las fechas de las reuniones familiares».
Actualmente, a lo anterior se suman los efectos de los encierros y todo lo relacionado con la crisis sanitaria. «Fue algo muy terrible; la salud se vio muy deteriorada. La gente se desordenó, tuvo pérdidas. En consulta aparece el recuerdo de los muertos o de los duelos no elaborados», comenta la terapeuta.
Lo normal es que la astenia primaveral (que no es una enfermedad, sino un conjunto de síntomas relacionados con la adaptación al cambio de estación) dure de una a dos semanas. Afecta principalmente a las mujeres (sobre todo de 35 a 50 años) y a los individuos alérgicos, ya que se intensifican la fatiga y la debilidad general. Ocurre que la alergia produce dificultades respiratorias que hacen que los afectados no descansen adecuadamente. Además, los tratamientos antihistamínicos provocan somnolencia, lo que agrava la sensación de cansancio.
Para sobrellevar las molestias, los especialistas recomiendan dormir de seis a ocho horas diarias, hidratarse bien (por el calor, la gente transpira más y necesita mayor cantidad de líquidos), alimentarse equilibradamente (con verduras, frutas, frutos secos), hacer ejercicio (que elimina el estrés y libera endorfinas), relajarse (mediante baños de inmersión, meditación o yoga) e ir al médico para descartar otras afecciones. «Es algo que se tiene que trabajar… Siempre ayuda poder desenvolvernos en un universo que nos devuelva alegría, el lazo social es fundamental», complementa Krieger.
Diagnóstico
Si bien el ser humano posee la cualidad de adaptarse a las condiciones en que se encuentra, hay quienes viven la primavera con angustia, especialmente aquellos que ya tienen un trastorno de base o arrastran una depresión desde los meses fríos (cuando la falta de luz golpea el ánimo). De hecho, es sabido que aumenta la conducta suicida.
Datos anglosajones señalan que, en el hemisferio norte, el incremento sería de un 20% a 60%. En los Estados Unidos, en temporada primaveral las cifras pueden ser dos o tres veces superiores a las de diciembre, mes que marca las tasas de suicidio más bajas, según un artículo sobre el tema («Suicide rates spike in spring, not Winter») publicado en el sitio de Johns Hopkins Medicine.
«Creo que la primavera es especialmente dura para las personas deprimidas porque, tras un invierno en gran parte solitario, esas personas emergen a un mundo lleno de renovación y júbilo. En contraste, ellas se sienten oscuras y tristes», sostiene en esa nota Sandra Lin, otorrinolaringóloga especializada en alergias que trabajó durante 20 años en Johns Hopkins y hoy es catedrática y presidenta de la División de Otorrinolaringología – Cirugía de Cabeza y Cuello del Departamento de Cirugía de la Universidad de Wisconsin.
Lin ha estudiado cómo la inflamación, incluida las reacciones alérgicas, pueden causar o empeorar la depresión.
De acuerdo con sus constataciones, «las probabilidades de depresión en personas con rinitis, cuyos síntomas incluyen congestión o secreción nasal, estornudos y goteo postnasal, son un 42% más que en las que no la padecen». Y los índices de depresión en gente con afecciones autoinmunes, como artritis reumatoide, enfermedad de Crohn, esclerosis múltiple y lupus, serían mayores en comparación con quienes están libres de ellas. A su vez, la depresión puede ser un factor que sirva para diagnosticar dichos males.
Cabe subrayar lo anterior, ya que se calcula que, en la Argentina, habría al menos ocho millones de alérgicos.
A diferencia de quienes sufren trastorno afectivo estacional en invierno, y que, en paralelo a una psicoterapia, se someten a la aplicación de luminosidad (focos de luz por media hora, por ejemplo), en primavera se sugiere dejar las cortinas cerradas hasta el mediodía o usar anteojos de sol para mitigar el impacto de la astenia. En casos severos, incluso puede que se receten fármacos. Si una persona tiene fatiga crónica, pasa gran parte del día durmiendo o siente una insatisfacción que lo «tira para abajo», es importante que busque ayuda.
Krieger dice que «ya no hay estación para la astenia/depresión. No podemos seguir leyendo la realidad de la misma forma en que lo hacíamos hasta 2020, o sea, que antes, en primavera pasaba esto o lo otro… Y como estamos viviendo el “post”, tampoco podemos afirmar estadísticas ni casuísticas». Pero una cosa es segura, la nueva estación no sabe de estas cosas. Y quienes la esperan con ilusión, podrían llamarla como hacía Neruda: «Primavera fragante… te veo venir por el camino: esta es mi casa, entra… qué bueno es florecer, qué trabajo tan bello».