27 de marzo de 2015
Luego del pronunciamiento de la UCR en favor de un acuerdo con el PRO y la Coalición Cívica para las presidenciales, las fuerzas políticas reacomodan posiciones para afrontar la campaña.
Amortiguado el estrépito generado por la muerte dudosa del fiscal Alberto Nisman y mientras se procesan las consecuencias de la adscripción de la Unión Cívica Radical (UCR) a la estrategia del macrismo, la disputa por seducir a un electorado bombardeado con nuevos y a menudo incomprobables escándalos y viejas denuncias recicladas, no admite treguas y ha cobrado renovados bríos.
El jefe de Gobierno porteño y precandidato a la presidencia, Mauricio Macri, beneficiario de la decisión radical, decidió asumir una posición triunfalista, como se deduce de sus recientes declaraciones públicas en las cuales negó toda posibilidad de cogobierno, precisó que no se ha constituido una alianza sino un frente electoral y aseguró que la UCR no aportará el vicepresidente a la fórmula que encabezará. La fórmula de gobierno conjunto no salió de la nada, la había planteado Ernesto Sanz luego de su triunfo y Macri salió velozmente al cruce. En Córdoba, además, el líder del Pro intentó en vano hacer valer su flamante poder para imponer una encuesta destinada a medir a los aspirantes a gobernar la provincia, Ramón Mestre y Oscar Aguad, aclarando expresamente que la candidatura a vicegobernador deberá corresponderle al exárbitro de fútbol y actual diputado nacional Héctor Baldassi.
En tanto, Sergio Massa, víctima principal de la victoria de Sanz en la convención radical, ha recibido en las últimas semanas duros golpes que amenazan con dejarlo fuera de la pelea. La disconformidad de los intendentes del Conurbano con el modo en que se maneja la campaña –a la que califican de «marketinera»– aceleró las deserciones que involucraron a concejales y funcionarios municipales de varios distritos. Sandro Guzmán, intendente de Escobar, hizo las valijas y volvió al Frente para la Victoria y se considera casi un hecho que lo propio suceda con Jesús Cariglino, el alcalde de Malvinas Argentinas, que recalaría en el Pro. Por otra parte, el esperado ingreso del intendente de Lomas de Zamora, Martín Insaurralde, que podía haberle aportado una dosis de oxígeno, quedó plenamente descartado por el propio protagonista, quien –con las encuestas en la mano– anunció que había terminado de deshojar la margarita y su candidato sería el gobernador Daniel Scioli.
Para peor, las encuestas lo muestran en franco retroceso, aun cuando es sabido que los resultados de los sondeos, faltando varios meses para las elecciones, registran un alto número de indecisos y se ajustan a las expectativas de quienes los financian. Lo usual es que, para preservar el prestigio de la empresa, se atengan a la realidad pocas semanas antes del comicio. Pero si persiste esta cuasiunanimidad en pronosticar el derrumbe del tigrense, las prematuras consultas pueden convertirse en una profecía autocumplida.
La tarea de los operadores que procuran unificar el polo de derecha consiste hoy en convencerlo de que compita por la gobernación bonaerense bajo la égida del macrismo y se basa en sólidos argumentos: es que en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el massismo carece de un candidato capaz de aportarle al menos el 5% de los votos; en Santa Fe polarizan el socialismo y el Pro; en Mendoza Macri es número puesto; en Córdoba, el gobernador José Manuel De la Sota se hace el distraído y nada indica que vaya a definirse por la postulación de Massa; en Entre Ríos carece de una estructura elemental; en el sur del país su fuerza no tiene existencia real y si bien la provincia de Buenos Aires representa el 40% del padrón del país, con eso no alcanza para ganar una elección nacional. Como se señala en el blog colectivo Artepolítica: «Todas las alternativas que le esperan a Massa son feas: si no se baja, lo suyo será una travesía en el desierto que terminará por beneficiar al Frente para la Victoria (FPV), si se baja a la provincia deja en banda a todos los que se embarcaron con él en una aventura incierta, quienes a su vez deberán optar por volver con la frente marchita al peronismo conducido por Cristina o conformarse con un rol de tercer orden en la repartija de cargos electivos con los radicales y el Pro».
A polarizar
Desde la vereda del oficialismo, el sociólogo Artemio López también apuesta a la polarización con el siguiente argumento: «Sucede en el continente y en la Argentina de manera notable, que luego de décadas de predominio neoliberal y de gestión de gobierno reducida a mera administración de una agenda común con matices entre “ofertas electorales diversas”, en la década pasada en la región y en nuestro país obviamente ha vuelto la política a escena y con ella el conflicto inexorable, producto de la afectación de intereses poderosos y muchas veces contrapuestos al interés de las mayorías populares que los gobiernos democráticos se empeñan en representar. Se sacude entonces en las elecciones regionales al conjunto de la sociedad y su sistema de preferencias y los candidatos deben estar a la altura. Es inútil insistir en que no suceda lo que pasa más allá de nuestras voluntades, ya está todo inventado. Polarizar es la estrategia adecuada y los candidatos deben ser capaces de representarla. Se puede ganar, se puede perder, no se puede hacer como que no sucede. No hay marketing político que atenúe esta tensión social y política y en las recientes elecciones en Brasil quedó demostrado de manera transparente: Más allá de los semiólogos y el cotillón electoral 2.0, fue nuevamente Lula y su enorme liderazgo el que tensó la campaña de segunda vuelta al límite».
Cuatro vueltas
Una cuestión no menos importante es determinar cuántos de los votos de la UCR serán absorbidos por el Pro, habida cuenta de que una victoria del senador Ernesto Sanz en las PASO parece hoy un mero ejercicio ficcional y que los radicales no acostumbran a disciplinarse a la hora de las urnas, menos todavía si las directivas de la conducción del partido implican la negación de su legado histórico. Tampoco se debe obviar que las clases medias provinciales se comportan de manera diferente que las porteñas y tienen reclamos de otra naturaleza.
En ese sentido, el reciente entendimiento entre el Gobierno y los pequeños y medianos productores agrarios, si bien no tiene una traducción en lo electoral, ayuda a distender el clima social en muchas localidades de la pampa húmeda y, por tanto, dificulta el exaltado discurso opositor, obligando a sus referentes a priorizar las propuestas superadoras.
Otro factor a considerar es que, como subraya Andrés Malamud en el sitio El estadista, los contendientes deberán superar, en realidad, hasta cuatro vueltas. La primera se construye en las elecciones provinciales que se extienden hasta agosto, la segunda, en las PASO del 9 de agosto, la tercera, en la primera vuelta oficial del 25 de noviembre que puede dar lugar a la cuarta (balotaje) del 22 de noviembre. «La primera determinará tres espacios viables: uno oficialista y dos opositores», dictamina. «La segunda descartará a uno de los opositores. La tercera seleccionará al ganador. La cuarta es innecesaria. El 10 de diciembre asumirá un nuevo presidente, que convivirá con un Senado peronista, una Cámara de Diputados fragmentada, entre 14 y 16 gobernadores peronistas y media docena de radicales. Las capitales provinciales se repartirán a medias entre peronistas y radicales. Igual que bajo Carlos Menem o Fernando de la Rúa, o los Kirchner. Si el presidente es peronista podrá armar una coalición de gobierno. Si no lo es, deberá parecer o perecer. ¿La nueva política…? ¿Me repite la pregunta?».
—Daniel Vilá