6 de junio de 2023
Con el viaje encabezado por Massa, el Gobierno apuesta al vínculo con el gigante asiático. Claves geopolíticas de la visita en la batalla global por la hegemonía.
Beijing. El ministro de Economía en una de las reuniones que mantuvo con funcionarios del Gobierno chino.
Foto: Télam
Las giras de alto nivel a gigantes económicos como China persiguen objetivos económicos, básicamente; no alineamientos ideológicos ni geopolíticos. Tan fuera del mundo de ideas políticas están que el primer «presidente» argentino que visitó la República Popular (RPCh) fue el dictador Jorge Rafael Videla, rabioso anticomunista (y podría agregarse que quien reconoció diplomáticamente a la RPCh y ya no a Taiwán había sido poco antes, en 1972, otro dictador como Alejandro Lanusse, quien no debe haber tomado esa decisión por algún cariño oculto hacia Mao Zedong).
Desde entonces, Raúl Alfonsín, Carlos Menem, Fernando de la Rúa, Néstor Kirchner, Cristina Fernández, Mauricio Macri y Alberto Fernández fueron a China –como a otros países, claro– a buscar negocios, crédito, capital, inversiones chinas aquí, apertura de mercados allá, con suerte diversa. Ahora el ministro de Economía, Sergio Massa, fue a lo mismo, en un momento de fragilidad argentina en divisas duras.
Sin embargo, las claves geopolíticas y geoeconómicas se mueven tras bambalinas, sobre todo en este siglo XXI en el cual las tensiones entre Estados Unidos y China, vértices de un choque entre el menguante poder occidental y el surgente poder asiático, jalonan el reformateo global en curso. Para un país débil como el nuestro frente a esos colosos, y que además mantiene con ambos vínculos cruciales (China es su primer socio comercial, EE.UU. es su llave al FMI), se da un dilema diplomático cuya dinámica la marca justamente aquella tensión sino-estadounidense. Para más se suma en lo interno un quiebre profundo entre oficialismo y oposición acerca de cómo moverse entre ambas aguas.
La relación con la RPCh tuvo un salto histórico en cantidad y calidad en 2004, cuando cambiaron visitas los entonces presidentes Néstor Kirchner y Hu Jintao. Sus sucesores, Cristina Fernández y Xi Jinping, elevaron ese lazo a la actual condición de Asociación Estratégica Integral, un estatus de entre los más altos que fija Beijing.
Aunque el fundamento del vínculo hoy es económico por lo que significa el volumen comercial que se intercambia (con déficit para Argentina), el stock de inversiones chinas aquí (todavía inferior, con sus 13.000 millones de dólares, a las tradicionales de EE.UU. o Europa, pero las que más crecieron estos años entre las extranjeras) o el rol del renminbi (moneda oficial de China) en las reservas monetarias del Banco Central argentino (por el swap entre yuanes y pesos ahora aumentado y con mayor permiso de uso efectivo), desde 2004 hacia aquí, con la excepción del cuatrienio macrista, hubo con la RPCh una gran coincidencia en diversos foros internacionales, con similares lecturas geopolíticas.
Un mundo nuevo
En el pasado, las posiciones tercermundistas del peronismo coincidían con las que profesaban Mao y su primer ministro Zhou Enlai, el encargado de transmitirlas a lo que hoy llamamos Sur global. Aquellos debates sobre los imperialismos, el Tercer Mundo y los socialismos nacionales encontraban unidos a ambos pensamientos. Y en este tiempo, la cooperación durante la pandemia que no se dio con Occidente en las horas más dramáticas; la adhesión de Argentina en 2020 al Banco Asiático de Inversiones en Infraestructura (BAII), uno de los fondos principales para la Iniciativa de la Franja y la Ruta (FyR) que propone China; el ingreso a la propia FyR en 2022 en el viaje de Alberto Fernández, y ahora con un plan de acción corto concreto acordado por Massa, o la casi segura inclusión de Argentina este año a los BRICS y a su Nuevo Banco de Desarrollo, como conversaron el titular del Palacio de Hacienda y la presidenta del banco Dilma Rousseff, acercan sin duda a nuestro país al tipo de construcción de institucionalidad que se está formando en el área más dinámica del planeta.
El objetivo de acercarse al mundo e incidir en sus decisiones que viene persiguiendo China en estas décadas (su ingreso como RPCh en 1971 a Naciones Unidas, desplazando a Taiwán; a la Organización Mundial de Comercio en 2001, o su creciente rol en el directorio del FMI, aunque muy lejos todavía de competir allí con EE.UU., entre otras acciones) no impidió que, al mismo tiempo, el gigante asiático buscara construir a su imagen y semejanza nuevas instancias de gobernanza en la que no fuera convidada de piedra. Algo así le sucedió en 1945, pese a haber estado en el bando ganador de la Segunda Guerra Mundial. Así, con los ya mencionados BAII, la FyR o los BRICS, u otros espacios como la Organización de Cooperación de Shanghai o la Asociación Económica Integral Regional (RCEP, su sigla en inglés), China procura ir armando un mundo nuevo donde el poder real que hoy tiene se refleje en la gobernanza global, donde está subrepresentada igual que India, Rusia y otros grandes emergentes.
Disyuntivas
En ese juego geopolítico, desde ya combatido por Washington y sus aliados, la dirigencia política argentina participa en condiciones de gran debilidad, por la situación financiera del país y por la división del liderazgo político. Por eso puede avanzar con China en varios acuerdos, pero le cuesta más hacerlo con los más sensibles como la energía atómica y las telecomunicaciones. Sin embargo, su potencial energético, agropecuario y minero, entre otros activos argentinos, es una carta a favor. Massa fue a ofrecer eso a China, a cambio de apoyo financiero. Su propia figura como dirigente puede verse como ejemplo de esa disyuntiva. Es difícil no ver en el ministro de Economía a un amigo de Estados Unidos, un país que toda su vida combatió a la Argentina como rival en las Américas. Pero ello no le impide al tigrense trabajar con pragmatismo y visión global la importancia creciente e inevitable que tiene hoy China tanto para nuestro país como para todo el planeta.
1 comentario