29 de diciembre de 2022
En las últimas dos semanas del año se restituyó la identidad de dos hijos de desaparecidos durante la dictadura genocida. Un logro histórico en el contexto de una lucha inclaudicable.
Alegría. Estela de Carlotto encabezó el anuncio de la restitución del nieto 132.
Foto: Télam
La restitución de dos nietos en menos de una semana y al borde del final de 2022 es la prueba de que la lucha sostenida y sin descanso de las Abuelas de Plaza de Mayo, sumada a una firme decisión política de acompañarlas, da sus frutos. Cuando parecía que la llegada a la verdad biológica de las personas que fueron apropiadas durante la dictadura se había estancado, la búsqueda que nunca cesa encontró a los nietos 131 y 132 y el fervor popular de la militancia los sumó a la alegría de los festejos por el triunfo en el campeonato mundial de fútbol y los de fin de año.
«Si tienen dudas, averigüen. Recuperar la identidad es lo mejor que hay. Si están en este proceso pero un poco estancados no pierdan las esperanzas. La verdad siempre llega», dice Juan José que ahora elige decir Morales de los tres apellidos que tuvo, porque su mamá se llamaba Mercedes del Valle Morales. Con su identidad, los nietos recuperan su historia. Él era un bebé de diez meses cuando Mercedes fue secuestrada y asesinada en Monteros, Tucumán. Ella tenía 21 años y era militante del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT). Sus restos aparecieron en una fosa clandestina en el Cementerio del Norte de San Miguel de Tucumán. Juan José fue criado por un hombre de campo, que se deshizo de los documentos originales y armó una adopción ilegal. El anuncio de este martes por parte de Abuelas de Plaza de Mayo se produjo luego de que el juzgado federal de esa provincia confirmó la ausencia de vínculo biológico con un hombre a quien su apropiador –un productor agropecuario con contactos con el genocida Antonio Bussi– le había pedido el ADN para la maniobra de sustitución de identidad.
Juan José Morales es el nieto 132. Vive en Tucumán con su esposa y sus dos hijas. «Fue ella, cuando estaban por casarse, quien lo instó a buscar su verdadera identidad. “Hay un problema con la partida de nacimiento de tu novio”, le advirtieron en el Registro Civil, donde estaba tramitando un turno para formalizar la pareja. “Sí, yo tengo tres DNI, con tres apellidos distintos”», le confesó Juan José. Ella comenzó a hacerle preguntas y le insistió para que se acercara a la CoNaDI (Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad). Pudo relativamente pronto saber que su madre biológica estaba desaparecida y poco tiempo después fueron identificados sus restos; dos tremendos sacudones en un lapso muy breve, que le hicieron revisar toda su vida», escribió la periodista Sibila Camps, autora de Tucumantes, relatos para vencer el silencio. Según ella, el primer apellido con el que fue anotado Juan José lo «prestó» el hombre que entregó una muestra de ADN en la adopción apócrifa, la que confirmó que no tenía parentesco. El segundo DNI llevó el apellido materno, Morales. El tercero, el de su apropiador. Juanjo, como le dicen, tuvo que esperar muchos años para conseguir la exhumación de los restos de su supuesto padre, y recién ahora pudo confirmar que no lo era. Todavía le queda un camino de reencuentro con los Morales que siguen vivos, pero ante todo buscar a su padre biológico.
Cerca de 300 hijos de desaparecidos y víctimas del genocidio aún no han recuperado su identidad, entre ellos la nieta de una de las fundadoras de Abuelas de Plaza de Mayo, María Isabel Chicha Chorobik de Mariani, por eso las campañas estatales se renuevan. Fue por su tenaz insistencia que las Abuelas encontraron el mecanismo genético para determinar la identidad de una persona a través de una muestra genética de su abuela o abuelo. «La duda de esas abuelas argentinas había promovido un equipo de expertos de la ciencia que desde distintas ciudades estadounidenses buscaban una fórmula para adaptar el índice de paternidad al de “abuelidad”», escribió el periodista Laureano Barrera en su biografía de Mariani, La casa de la calle 30. Estas enormes mujeres, que allá por 1977 se llamaban «Abuelas Argentinas con Nietitos Desaparecidos» llegaron a propiciar el dictado de leyes como la Creación del Banco Nacional de Datos Genéticos, una forma de sortear la burocracia judicial en la búsqueda de sus nietos. Y ellas siguen. Las fuerzas y las esperanzas las mantienen activas porque las mueve, aunque suene a enorme cliché, el motor del amor.