9 de febrero de 2025
La agresividad discursiva del presidente se corresponde, según él mismo explica, con la estrategia de confrontar para desplegar las políticas que lleva adelante. El caso de los incendios del sur.
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Al ataque. «La paz nos volvió débiles», dijo Milei en Davos.
Foto: NA
Hay una frase de Javier Milei en el Foro de Davos que pasó inadvertida en el fárrago de rechazos que generó su ataque furibundo a la comunidad LGBT+ y que, sin embargo, explica el trasfondo de su posicionamiento y el de la ultraderecha global en tantos temas urticantes para al sentido común construido en las últimas décadas. «Después de la caída del Muro de Berlín, curiosamente los países libres se empezaron a autodestruir cuando se quedaron sin adversarios por derrotar. La paz nos volvió débiles, fuimos derrotados por nuestra propia complacencia», dijo, adhiriendo, indudablemente a sabiendas, en qué terreno se metía e incluyéndose en un «nosotros» que plantearía más de una discrepancia.
La idea de que la disolución de la Unión Soviética fue una catástrofe para el espacio socialista pero también para Estados Unidos no es nueva. Analistas de fuste como el francés Tierry Meissan sostienen que incluso la falta de un enemigo enfrente, como era el bloque comunista, dejó a Occidente sin un incentivo para sostener su unidad. Y en el caso estadounidense, dejó –entienden– a la principal potencia planetaria en riesgo de una guerra civil porque su cohesión interna estaba amalgamada en torno a un objetivo al que finalmente llegó sin la guerra con la que soñaban sus estrategas. La realidad de EE.UU. de estos últimos años da ejemplos en favor de esa tesis, lo que explicaría el rol que intenta cumplir Donald Trump en esta particular trama.
No es novedoso tampoco sostener que el presidente argentino adhirió a esas estrategias extremas para cimentar su imagen política en un contexto como el de la crisis económica que asolaba al país. Y desde el 10-D de 2023 busca consolidarla para aplicar sus políticas regresivas en modo «aturdimiento colectivo». En ese período, tanto él como funcionarios y adherentes del oficialismo, descargaron en forma recurrente agravios y descalificaciones hacia opositores políticos, sectores sociales, organismos de derechos humanos, sindicatos, entre muchos otros. Las agresiones manifestadas en la ciudad suiza el 23 de enero, sin embargo, generaron las masivas marchas del 1 de febrero en todo el país. No siempre es gratis agraviar.
El fuego y sus circunstancias
Todo el debate generado en torno a esa alta dosis de ira del jefe de Estado fue en paralelo al avance de las llamas en la cordillera patagónica. En esta instancia, el Gobierno nacional –con el inestimable aporte de los gobernadores Ignacio Torres, de Chubut, y Alberto Weretilnek, de Río Negro– tiraron la pelota afuera para no hurgar en las responsabilidades del desastre ambiental, social y económico que se extiende desde San Carlos de Bariloche hasta El Bolsón y Epuyén. Al igual que el «seguidismo» característico de Milei sobre Trump –como el anuncio de retiro de organizaciones internacionales como la OMS o la Comisión de Derechos Humanos la ONU–, la Casa Rosada buscó culpables antes que soluciones. Así había hecho días antes el magnate inmobiliario, culpando a los demócratas por los incendios en Los Angeles.
En esta parte del continente se apunta a los mismos que en su anterior paso por el Ministerio de Seguridad había designado Patricia Bullrich: las comunidades mapuche. Un enemigo más fácil de reconocer y un pueblo que desde la recuperación de la democracia venía logrando mínimas, aunque importantes, reivindicaciones territoriales y culturales. Como se recordará, en enero de 2016 Bullrich comenzó a hablar de una organización denominada Resistencia Ancestral Mapuche (RAM) y los medios nacionales señalaron a Facundo Jones Huala como su «violento» líder.
Desde entonces la RAM estuvo a mano para caratular cualquier incidente en esas regiones, donde el que aparece como dueño y señor de voluntades y fuerzas de choque es el inglés Joe Lewis, quien en abril pasado fue condenado en Nueva York a tres años de libertad condicional y el pago de 5 millones de dólares de multa tras haberse declarado culpable del uso de información confidencial para hacer negocios bursátiles. La RAM y Jones Huala volvieron a la escena en esta nueva etapa, con una detención del lonko mapuche de menos de 24 horas, el 19 de enero, tras haber sido acusado de intento de robo de un auto, que no pudo probarse ante la fiscalía.
A medida que los incendios se extendían, ni Torres ni Weretilnek hablaban de cómo frenar el infierno, ni de si se debía a cuestiones climáticas, falta de previsión o la necedad de algún turista o, como finalmente se demostró, a un hecho intencional.
No le pusieron nombre a los supuestos autores, pero a los pocos días se registraron incidentes en la comisaría de El Bolsón cuando un grupo de pobladores fueron a reclamar por la detención de tres brigadistas y fueron apaleados por parapoliciales a caballo. El intendente de esa ciudad de la Comarca Andina, Bruno Pogliano, dio la vuelta de tuerca que faltaba al hablar de terrorismo.
Bullrich, a todo esto, anunciaba que el Gobierno nacional declarará a RAM como organización terrorista. Fue el mismo día que la cartera a su cargo pasó de ser Ministerio de Seguridad de la Nación a Ministerio de Seguridad Nacional. «No es solo un cambio de nombre, es una transformación profunda en la forma de entender la seguridad en nuestro país». Posteó en sus redes la funcionaria, para afirmar luego que la prioridad «será la lucha contra el crimen organizado y el terrorismo».
Como consecuencia de los atentados del 11 de septiembre de 2001, el Gobierno de George W. Bush desplegó una guerra global contra el terrorismo, amparado en la llamada ley USA Patriot (rebuscado acrónimo en inglés por «Ley para Unir y Fortalecer a Estados Unidos Proveyendo las Herramientas Apropiadas Requeridas para Impedir y Obstaculizar el Terrorismo»), muy criticada porque otorga poderes especiales al Gobierno federal para realizar escuchas telefónicas y vigilar las comunicaciones electrónicas, entre otras cuestiones.
Nunca hubo consenso sobre qué debe entenderse como terrorismo porque algunas de las definiciones les cabrían a acciones que suelen cometer las grandes potencias. El proyecto de Milei-Bullrich también recurre a un enemigo al que acusar de promover el terror. Puede ser el kirchnerismo, el radicalismo, la comunidad LGTBQI+, el socialismo-comunismo… o los mapuches por los incendios en el sur.