Política | MISTERIO EN FLORENCIO VARELA

Dónde está Lucas

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Ricardo Ragendorfer

Dos jóvenes fueron vistos por última vez cerca de la casa de un comisario. Uno fue asesinado y el otro sigue desaparecido. Una investigación estancada. 

Marcha. Familiares y vecinos se manifestaron frente a las oficinas de la UFI2 de Varela pidiendo justicia.

Foto: Télam

El 15 de diciembre estaba destinado a ser un día inolvidable para el comisario mayor de la Policía Bonaerense Francisco Centurión, ya que su hijo se convertiría en oficial de dicha fuerza al egresar, junto con otros 1.400 cadetes, de la Escuela de Policía «Juan Vucetich». Solo faltaba media hora para tan magna ceremonia, a desarrollarse en el parque Pereyra Iraola ante las máximas autoridades de la provincia. A tal efecto se puso el uniforme de gala, sin imaginar que esa fecha le quedaría grabada en la memoria por un motivo no tan edificante: el súbito arresto de su retoño. Todo ocurrió vertiginosamente al ser allanado su propio domicilio. No lejos de allí, idéntica suerte corría Maximiliano Centurión, uno de sus sobrinos.
Ambos son los principales sospechosos del crimen de Lautaro Morello –quien tenía 18 años– y de la desaparición de Lucas Escalante –de 25–. Ellos fueron vistos seis días antes por última vez a bordo del BMW azul conducido por Lucas. El vehículo apareció quemado unas 48 horas más tarde en la zona platense de Abasto. Y tuvieron que transcurrir otras cinco jornadas para que el cadáver de Lautaro –también quemado– fuera descubierto en un descampado de Guernica. Pero el paradero de Lucas sigue siendo un misterio. He aquí una historia hecha con fragmentos. Una trama aún sin final.

Nafta gratis
Pues bien, primero es necesario enumerar los logros de la pesquisa.
De hecho, un indicio crucial surgió del smartphone de Lucas, en cuya cuenta de WhatsApp hubo un audio revelador con su voz: «Me estoy yendo para (Florencio) Varela. Hace un rato llegué a casa. Me iba a quedar. Pero hay un chabón que me da nafta; la tengo que ir a buscar hasta Los Pinos, un poquito lejos, ¿no? Pero, bueno, la nafta gratis sirve».
Aquel registro data de la noche del 9 de diciembre, poco antes de que el infortunio se desencadenara de manera brutal.
Todo indica que, en rigor, se refería a los vales de nafta que utilizan las fuerzas policiales para llenar el tanque de sus móviles. Y que su proveedor de esos cupones no era otro que el cadete Centurión. ¿Acaso los habría obtenido del papá? Se sabe que una de las cajas más usuales de los uniformados es el tráfico espurio de aquellos vales. Una trapisonda antigua y elemental entre los guardianes del orden. Casi una picardía.
En este punto hay un detalle digno de mención: si en el funesto destino de los dos amigos subyacía la comercialización ilícita de combustible, fue casi un exceso simbólico que, para facilitar la acción del fuego, tanto el automóvil de Lucas como el cuerpo de Lautaro fueran rociados precisamente con ese fluido.
Es que en esta trama la nafta se extiende como una mancha venenosa. ¿Pero cuál fue la razón precisa que condujo a Lautaro y Lucas hacia la desgracia? ¿Acaso es posible que ellos incumplieran la «omertá» que requería el negocio secreto de los Centurión? Lo cierto es que semejante hipótesis no figura en el expediente.
Claro que también hay otras cuestiones sin respuesta, como –por caso– el tiempo y la distancia entre la incineración del vehículo y la del cuerpo de Lautaro, cuando ambas acciones bien podrían haberse realizado en el mismo sitio. Mientras tanto, la incógnita que pesa sobre la suerte corrida por Lucas mantiene a esta historia en su pleno desarrollo. Un desarrollo agravado por el pacto de silencio entre ambos detenidos.
En sus declaraciones indagatorias, ellos –casi con las mismas palabras– dijeron: «Hace cuatro meses que no nos veíamos con esos muchachos». Luego se replegaron en un inquebrantable mutismo.
El comisario, por su parte, ha sido «preventivamente» apartado de sus funciones como oficial de enlace entre la Bonaerense e Interpol. Y la pesquisa prosigue –diríase– con «piloto automático».

Contrasentido
Una de las pocas certezas del expediente es que, durante la noche de ese viernes, Lucas y Lautaro fueron a la casa del comisario para buscar al hijo. Eso se sabe por una cámara de seguridad que los captó en las inmediaciones y también por el testimonio de un vecino que los vio preguntando por ese lugar. 
Sin embargo, para arrojar un poco más de nafta al fuego del asunto, no es otra que la Bonaerense la encargada de investigarlo. Un contrasentido que la fiscal María Dongiovanni –quien ya procesó a los primos Centurión por el asesinato de Lautaro y la desaparición de Lucas– se obstina en no modificar, a pesar de que uno de los acusados era cadete de la Vucetich e hijo de un oficial superior de aquella fuerza.
¿Acaso su propósito es consumar un esclarecimiento a medias?
Durante la mañana del 9 de enero, al cumplirse un mes de lo ocurrido, los familiares y vecinos de las víctimas marcharon 15 cuadras hasta llegar a la avenida Presidente Perón al 400, frente a las oficinas de la Unidad Funcional de Instrucción (UFI) 2 de Florencio Varela, donde se encuentra el despacho de la fiscal. Eran más de 200 manifestantes. Y portaban carteles en los cuales se leía: «Nos falta Lucas», «Justicia por Lautaro» y «Basta de impunidad». Luego se desplazaron hacia la sede del municipio.
En el aspecto estrictamente procesal, el expediente no registró ningún otro avance y parece congelado. El tiempo que pasa es la verdad que huye. 

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