Al menos dos corrientes internas pelean por imponer el tono político con el que enfrentarán los debates que propone la gestión de Alberto Fernández. Patricia Bullrich, ahora al mando del Pro, impulsa la línea dura. Divergencias entre radicales.
27 de diciembre de 2019
Definición. El expresidente Macri promovió a Bullrich como titular del Pro. (NA)
Desde que se fundó con el nombre de Cambiemos, la alianza electoral que reúne al Pro, la Unión Cívica Radical, la Coalición Cívica y otras fuerzas menores, ahora rebautizada Juntos por el Cambio, careció de una plataforma política y económica que le diera homogeneidad, más allá de las conocidas invocaciones a la liberación de las fuerzas del mercado y de la denuncia de una supuesta corrupción populista que, con el paso del tiempo y demasiados episodios oscuros de su gestión se convirtió en un búmeran. El macrismo necesitaba salir del gueto de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y extender su influencia a zonas donde era prácticamente desconocido; el radicalismo necesitaba afianzar su debilitada estructura en las provincias donde históricamente gozó de predicamento; y los cívicos, pivotear entre las fuerzas operantes para sacar alguna ventaja de sus disensos y colocar convenientemente sus fichas. El antiperonismo compartido por todas estas fuerzas funcionó como aglutinante pero no impidió que las costuras quedaran a la vista.
La derrota del 27 de octubre, inesperada para un segmento importante de la coalición, potenció las diferencias existentes y desató una puja por su conducción, el posicionamiento ante el Gobierno del Frente de Todos y la postura a adoptar en el Congreso. Mientras Mauricio Macri disfruta de unas vacaciones que parecen extenderse, apuesta a una oposición «a la venezolana» al promover a Patricia Bullrich como jefa del Pro, Horacio Rodríguez Larreta –el único integrante del partido que pudo jactarse de una victoria significativa– ya trabaja en su candidatura presidencial para 2023 y está decidido a incorporar a sus filas a la dirigencia que fue marginada por Marcos Peña, cuya carrera política parece concluida.
Fisuras y fugas
Se estima que la exgobernadora bonaerense, María Eugenia Vidal, lo secundará en una tarea en la que se requiere preservar la imagen dialoguista que el marketing ha construido, tomar distancia de la línea dura y comenzar a edificar un conservadurismo más amigable y, por ende, más competitivo electoralmente.
Las fisuras que se observan en Juntos por el Cambio se hacen más evidentes en los bloques parlamentarios. De hecho, el radicalismo –en el que se verifican enfrentamientos ideológicos y personales– y el grupo encabezado por el expresidente de la Cámara de Diputados, Emilio Monzó, pretenden funcionar con relativa autonomía para no quedar atados a las provocaciones que suelen urdir Patricia Bullrich y Elisa Carrió. Además, los gobernadores radicales aliviados por la anunciada ruptura del pacto fiscal de 2017 que los asfixiaba económicamente y urgidos por la necesidad de cubrir las ingentes deudas contraídas con la ayuda del Gobierno Nacional, buscan arribar a elementales consensos como los que se intentaron, por ejemplo, en la sesión del Senado en la que se trató la Ley de Emergencia.
Los primeros en abandonar el barco cambiemita en Diputados fueron el santacruceño Antonio Carambia, al bonaerense Pablo Ansaloni y la tucumana Beatriz Ávila, quienes se sumaron al bloque que conduce el mendocino José Luis Ramón, quien aspira a hacer valer el puñado de legisladores que lo acompañan. No obstante, el éxodo no se ha completado aún y se esperan nuevas bajas.
En la Cámara Alta, la neuquina Lucila Crexell, que pertenece al Movimiento Popular Neuquino, pero que renovó su banca en la lista de Juntos por el Cambio, formó un monobloque que no será aliado de ningún espacio en particular. La causa de la ruptura: «La pérdida de confianza en la posibilidad de tener una armonía en el trabajo».
Las aguas no están más calmas en la estructura radical. La reelección del exgobernador y actual diputado Alfredo Cornejo como presidente del Comité Nacional tras un trabajoso acuerdo entre las distintas corrientes que se repartieron los cargos restantes estuvo precedida por una dura pelea entre militantes alfonsinistas, especialmente de la provincia de Buenos Aires y los que se referenciaban con la actual conducción, donde no faltaron trompadas e insultos. Finalmente, los rebeldes –quienes portaban una bandera donde podía leerse «“El límite es la derecha y la derecha es Macri”. Raúl Alfonsín»– fueron impedidos de ingresar en la sede de la calle Alsina 1786.
Otro acontecimiento controvertido lo protagonizaron los jefes comunales radicales que se reunieron en Tandil para elegir las autoridades del Foro de Intendentes de ese partido. Hubo cruces entre quienes respaldaban al representante de Trenque Lauquen, Miguel Fernández, que responde al sector más afecto al diálogo con el macrismo y quienes, desde una postura más crítica se inclinaban por el de Viamonte, Franco Flexas. Fernández contó con el respaldo del actual titular del Comité Provincia de la UCR, Daniel Salvador, en tanto Flexas era apoyado por el alcalde de San Isidro, Gustavo Posse, quien, pese a la derrota de su candidato, se plantea ganar terreno en la disputa que seguramente se abrirá en el territorio bonaerense, en la que también ha anunciado su probable participación Ricardo Alfonsín, que asistió en las últimas semanas a plenarios de militantes disidentes en distintas provincias, junto a quien fuera uno de los principales referentes de la Coordinadora de los 80, el santafesino Luis Changui Cáceres.
En declaraciones al diario digital La Tecla, Posse reivindicó la alianza con el macrismo pero cuestionó el papel desempeñado por la conducción provincial y expresó su confianza en «la reconstrucción de la UCR». Atribuyó a Salvador y a quienes lo rodean la culpabilidad en lo que definió como «fracaso», debido a la docilidad que mantuvo en la relación con Vidal, de la que también hizo responsable a la exgobernadora. El problema, a su juicio, radica en algo que «es común en política, incluso en los grandes gobiernos. Se forma un grupo de colaboradores con los cuales uno se siente cómodo pero que no están a la altura del requerimiento que hay que tener. En el caso del radicalismo fue eso, lo volvieron dócil, y esa comodidad hizo que no pudiese traccionar en un lugar donde teníamos mucho para aportar».