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Crónica de un magnicidio fallido

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Ricardo Ragendorfer

¿Quiénes son Fernando Sabag y Brenda Uliarte, y cómo se tejió la trama que los llevó a atentar contra la vicepresidenta? Algunas piezas de un rompecabezas complejo.

Armados. Uliarte y Sabag, dos de los tres detenidos por el intento de asesinato de la vicepresidenta, en fotos recuperadas de sus celulares.

Foto: NA

Entre otras secuelas, el fallido magnicidio contra Cristina Fernández de Kirchner puso en foco al (aún) modesto, pero ruidoso, submundo fascista que circula en el perímetro porteño y bonaerense. Es allí donde, por ejemplo, resalta la figura de la «influencer» Delfina Maza Wagner, devenida en panelista de Crónica HD, desde cuya pantalla solía convocar a los «escraches» de Revolución Federal y Nación de Despojados, los grupitos de ultraderecha más activos en los últimos meses. Ahora se la señala como la facilitadora de las dos entrevistas callejeras efectuadas en vivo por esa señal a Fernando Sabag Montiel y Brenda Uliarte durante los días previos al grave episodio que desataron en Recoleta. 
Pues bien, ¿cómo se explica el afán de trascendencia que envolvía a esa extraña pareja justo al planificar un acto terrorista que, de concretarse, habría marcado para siempre la historia nacional? 
Tal vez en sus atribuladas biografías esté la respuesta.

Taxi driver
El primer dato que hubo sobre el hombre que intentó matar a la vicepresidenta fue que es «un ciudadano brasileño de 35 años». Eso era verdad. Pero dicho así, sugería la existencia de un complot internacional ejecutado por un sicario extranjero, tal vez elegido –como llegaron a soltar algunos medios– en el book de «profesionales» del Comando Vermelho, de Río de Janeiro, o del paulista Primer Comando de la Capital, las «orgas» delictivas más peligrosas de Brasil. 
Nada que ver. El gatillero era solamente un lumpen de arrabal. Aunque, en efecto, había nacido en ese país, fruto de la unión entre el chileno Fernando Ernesto Montiel Ahumada y la argentina Viviana Beatriz Sabag. 
No se trataba –diríase– de una familia tipo. El padre tuvo, entre 2002 y 2014, cinco causas penales y otras tantas temporadas carcelarias en San Pablo por hurto, robo y falsificación de documentos. A semejantes circunstancias se le suma el sangriento final del abuelo paterno, José Ernesto Montiel Ahumada: el tipo se voló la tapa de los sesos luego de asesinar con un tiro a su esposa. 
La madre de «Tedy» –como sus amigos llamaban a Fernando– regresó con él a Buenos Aires en 1993. Viviana, alguna vez también presa por hurto, se dedicaba a la venta de ropa y murió a raíz de una enfermedad pulmonar en 2017. De ella, su hijo heredó un departamento en La Paternal y dos vehículos: un viejo Peugeot, al que convirtió en taxi trucho, y un Chevrolet Prisma. 
Sus medios de vida se limitaban al alquiler que obtenía por tal inmueble y a sus ganancias como taxista ocasional y chofer de Uber.
Su vida social y privada tampoco fue un nido de rosas. 
El ramalazo inicial de su verdadera catadura la deslizó un tal Mario, quien fue presentado como amigo suyo en un móvil de Telefe, a solo horas del ataque en la esquina de Juncal y Uruguay. 
Este, después de lamentarse de que el magnicida «no ensayara antes» su acción criminal, descerrajó significativas precisiones. En resumidas cuentas, qué Tedy era «un marginal sin nada que perder»; «un mitómano»; que «siempre decía tener armas»; que «sufrió bullyng en la infancia por sobrepeso y exceso de vellos»; que «abusaba del alcohol» y que «invitaba bebidas o le compraba cosas a la gente con tal de pertenecer». Y por último amplió aquella apreciación: «Él se desvivía por tener un grupo de pertenencia».
En paralelo trascendían sus escasos, aunque reveladores, antecedentes penales: una causa contravencional por llevar un cuchillo de 35 centímetros en la guantera del Chevrolet y tres denuncias por maltrato animal. De hecho, en su celular había material de zoofilia y pornografía infantil. 
Lo cierto es que tanto las observaciones de Mario como estos detalles alimentaron al principio la hipótesis del “loquito suelto”. Pero no menos cierto es que los individuos con una configuración neurótica como la de Sabag son, por vulnerables, un festín para los manipuladores de toda laya.
De allí a su despertar político hubo apenas unos pasos. Desde entonces comenzó a llevar su ideario neonazi a flor de piel, y en un sentido literal, con tatuajes alusivos a la iconografía del Tercer Reich: el Sol Negro, El Martillo de Thor y la Cruz de Hierro.
Corría el invierno de 2021 y acababa de conocer en una fiesta a Brenda.

La musa del horror
Ella, de 23 años, supo tener sus 15 minutos de fama a fines de julio, cuando se viralizó su imagen al ser entrevistada con Sabag por un móvil de Crónica HD, mientras vendía copos de azúcar sobre la avenida Corrientes. En esa ocasión se despachó contra los planes sociales. 
Ningún televidente imaginaba que en esa escena subyacía el germen de una trama político-policial sobre la cual correrían ríos de tinta. 
Durante la noche del 4 de agosto, otro móvil de Crónica HD los abordó en una calle de Tigre. Y fue Sabag quien esta vez hizo uso de la palabra para denostar a CFK y a Sergio Massa. Brenda solo sonreía. 
Ningún televidente imaginaba que, en la mañana de ese jueves, el tipo había participado del escrache a Massa en las inmediaciones del Museo del Bicentenario, antes de su jura ministerial. 
Brenda compartía con su novio el afán por la trascendencia. Y al igual que él, arrastraba un pasado turbulento.
Tras la separación de sus progenitores, fue violada por un amigo de la madre. Ella tenía 11 años. 
El papá logró entonces quitarle la tenencia de la niña a la exesposa. Y fue adoptada por su abuela. Con ella convivió hasta su fallecimiento, siendo Brenda ya adolescente. Esa pérdida la había afectado sobremanera. 
Su siguiente desgracia fue quedar embarazada a los 20 años de un bebé que murió al octavo día de nacer. Semejante infortunio cayó sobre su psiquis con el mismo peso que una gigantesca roca en el océano. Durante los meses posteriores, tal trauma fue aligerado con una terapia psicológica. Pero, al año, Brenda no fue más a las sesiones. También se esfumó del radar de su familia. Aún así, de tanto en tanto le hacía visitas sorpresivas al padre. Él la veía muy cambiada.
La buena de Brenda ya noviaba con Tedy. 
Ella, una buscavidas nata, obtenía ciertos ingresos con la venta de fotos y videos eróticos de sí misma. Además formaba parte de un microemprendimiento abocado a la venta de copos de azúcar. Pero eso en realidad no era más que una pantalla para encubrir un activismo de extrema derecha. 
La encabezaba Gabriel Carrizo y tenía otros cuatro miembros: Sergio Orozco, Leonardo Volpintesta, Miguel Ángel Castro Riglos y Lucas Acevedo. Todos ellos tienen el hábito de despuntar el odio con consignas terroríficas en las redes sociales 
Brenda –quien había deslumbrado a Tedy con su discurso ultramontano, xenófobo, antisemita– no solo inyectó en él una cosmovisión nazi sino que lo arrastraría hacia esa «alegre» cofradía, ahora mediáticamente conocida como «La Banda de los Copitos».
El pobre Tedy había encontrado finalmente su lugar de pertenencia. 
Si bien quien llevaba allí la voz cantante era Carrizo, Brenda tenía el rol de comisaria política. Tanto es así que era ella la articuladora de los contactos con otras falanges fascistas, como Revolución Federal, Nación de Despojados, Jóvenes Republicanos y foros de Mar del Plata. 
Lo prueba su presencia –el 18 de agosto– en el ataque con teas ardientes a la Casa Rosada, una «performance» de Revolución Federal. 
Sin embargo, en La Banda de los Copitos no parece estar la terminal del atentado a CFK. La identidad de los verdaderos instigadores es aún el enigma del millón. 

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