12 de agosto de 2015
Tras las primarias, que consagraron la grilla de candidatos, se renuevan las estrategias para captar votos y surgen posibles realineamientos opositores enfocados en un eventual balotaje.
Es un excelente recurso que alguna vez inauguró el recordado Osvaldo Soriano y que sigue como una suerte de homenaje el analista Mario Wainfeld: imaginar algún estudioso de la Argentina proveniente de un país escandinavo que en el marco de una tesis doctoral pregunte por la realidad vernácula, tan proclive a la paradoja y la excentricidad. Los meses previos a las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO) le hubieran dado a ese doctorando mucho material para su tesis, por lo sorpresivo del escenario electoral.
Porque el domingo 9 de agosto comenzó en realidad la verdadera campaña para la sucesión de Cristina Fernández, que puede culminar en la elección de octubre o se puede prolongar en una eventual segunda vuelta.
Ese escandinavo imaginario podría revisar los medios más influyentes en este período y encontraría que desde la denuncia y posterior muerte del fiscal Alberto Nisman en febrero se alertaba sobre un país a punto de incendiarse con un Gobierno que llegaba sumido en la corrupción e incluso capaz de llegar al magnicidio con tal de preservar el poder. Paralelamente, insistían en que se avecinaba un fin de ciclo, que lo que venía luego del 10 de diciembre de este año –si es que no se cumplía el deseo explícito en muchos de los voceros mediáticos, de que la presidenta tuviera que irse antes de tiempo– era otro modelo de país. Porque al mismo tiempo arreciaban las presiones sobre la economía, alentada por la especulación financiera montada en un contexto internacional particularmente esquivo para los principales mercados y productos del país.
Pero mientras el caso Nisman se fue desinflando al ritmo de la revelación de cuestiones escabrosas de su actuación pública y privada y el Gobierno fue sofrenando las consecuencias del ataque especulativo, el clima político fue cambiando. Y con ese clima, el humor de los medios concentrados y de la dirigencia opositora. A medida que se fueron calmando las aguas y «el hombre de a pie» fue comprobando que las tormentas pronosticadas no se presentaban, les resultó necesario cambiar el eje del debate.
Ya lo avizoraba el verdadero diseñador de la campaña de la derecha local, el ecuatoriano Jaime Duran Barba, asesor del líder del PRO, Mauricio Macri, cuando a principios de junio le dijo al empresario Francisco De Narváez, cercano entonces al impulsor del Frente Renovador, Sergio Massa: «Cristina es imbatible, porque la economía de bolsillo solo va a mejorar». Se sabe que Duran Barba no tiene pruritos y que el jefe de Gobierno porteño es un muy buen discípulo de sus recomendaciones. Por eso no extrañó el giro de 180 grados que dio el mismo día en que se conoció el resultado del balotaje porteño. Esa vez su ladero Horacio Rodríguez Larreta había sufrido bastante hasta que le confirmaron que venció por muy poco al ex ministro de Economía del Gobierno kirchnerista, Martín Lousteau. Se lo notaba golpeado a Macri cuando salió al tablado en el búnker aquella noche. Sin embargo, a medida que tomó calor sorprendió a los presentes, que con abucheos recibieron la noticia de que ahora el PRO defendía el rol del Estado en la economía y que celebraba la estatización de Aerolíneas, YPF, la jubilación y hasta pedía votar por ley los aumentos a la Asignación Universal por Hijo, algo que en esos días ya se había aprobado pero que él ignoraba. Habló desde entonces como si su espacio político hubiera votado a favor de alguna de esas iniciativas.
Giros
Habrá que reconocer que como estrategia mediática funcionó, porque ya no se habló del pobre desempeño del PRO en esa jornada, ni de que venía maltrecho de Santa Fe y Córdoba, sino del sorpresivo giro de Macri. En simultáneo, fue creciendo la figura de Massa, que había sufrido su propio calvario cuando muchos de los líderes del conurbano que se habían pasado a sus filas volvieron al kirchnerismo porque olfatearon algo que Duran Barba necesitaba ver en las encuestas: que los aires soplaban para un nuevo apoyo al Gobierno.
El nuevo escenario era de un cómodo triunfo del gobernador bonaerense Daniel Scioli. En la provincia, el jefe de Gabinete Aníbal Fernández parecía también acercarse a un holgado triunfo en la interna con Julián Domínguez. Hasta que una semana antes de las PASO se conoció la denuncia de un condenado por el triple crimen de General Rodríguez, que involucró a Fernández en el brutal asesinato ligado al tráfico de efedrina, que se había producido exactamente 7 años antes, un tema que nunca había aparecido en el juicio oral y público y que golpeó de lleno en el Gobierno. Casi tanto como lo había hecho a principios de año la denuncia de Nisman y la aparición de su cuerpo sin vida horas antes de ir a declarar en el Congreso.
En ese marco, y en un fin de semana con inundaciones en varios distritos, los argentinos fueron a cumplir con una obligación ciudadana que tiene la particularidad de representar una encuesta real y verdadera. En las PASO se define quiénes siguen y quienes quedan en el camino. No significa que en la instancia final se vayan a repetir los guarismos fundamentales, pero muestran la tendencia y abren la perspectiva de otros enfoques de campaña.
Por lo pronto estas PASO abrieron las puertas a una renovación en la política que no se daba desde que despuntó el kirchnerismo, hace 12 años. Los que algunas vez «cruzaron el charco» para irse con Massa y volvieron al redil –esos que el ex intendente de Tigre llamó «amigos del campeón»– fueron castigados en sus propias comarcas. Le ocurrió al intendente de Merlo, Raúl Otacehé, y al que fuera el brazo derecho de Massa, Darío Giustozzi, en Almirante Brown, entre otros. En muchos de estos casos, los que ganaron pertenecen a La Cámpora, que revalida así su inserción política con lauros territoriales, a los que suma la candidatura a diputado por Santa Cruz de Máximo Kirchner, el hijo de los dos últimos presidentes.
Otro dato es que políticamente podría decirse que desaparecen protagonistas de estos años de la política y de la batalla mediática. La UCR, que se adosó a la candidatura de Macri, quedó invisibilizada a nivel federal. Y Elisa Carrió, habitué de los programas televisivos en los que amplifican sus frecuentes denuncias, sumó todavía menos. Otro dato saliente: un referente tradicional del trotskismo como Jorge Altamira perdió su interna a manos de una joven promesa mendocina, Nicolás del Caño.
Por otro lado, Massa consolida su liderazgo en un sector de la población que comparte su enfoque sobre el endurecimiento de las leyes penales, su caballito de batalla. A nivel económico, Massa se rodeó de un equipo que tuvo participación en el Gobierno de Néstor Kirchner, acaudillado por el exministro Roberto Lavagna. Es claro en su caso el intento de reflotar la alianza con que comenzó este proceso, allá por 2003, porque entre sus espadas cuenta también con el empresario José Ignacio de Mendiguren, que fuera titular de Producción durante la gestión de Eduardo Duhalde y luego comandó la Unión Industrial Argentina.
Las PASO alentaron una campaña que venía cayendo en picada según las encuestas como la del Frente Renovador. Y aquí viene un punto interesante para analizar por el imaginario amigo escandinavo. Las principales plumas de los medios dominantes venían presionando sin tapujos a una alianza entre Macri y Massa para derrotar al kirchnerismo. Ante la deserción en las filas massistas, pusieron el foco en Macri. Pero el mismo día en que pareció que Macri perdía en la ciudad, redoblaron sus críticas a una oposición que, al decir del mismo periodista que hizo la entrevista con el reo condenado por el triple crimen, «no sirve para nada» porque no fue capaz de encontrar un Henrique Capriles nativo para ponerle fin al ciclo.
El problema es que según este análisis, más del 60% de la población está contra el Gobierno. Pero suman a sectores de la derecha peronista con la izquierda trotskista o la centroizquierda encolumnada detrás de Margarita Stolbizer, tres sectores que no irían juntos a un comicio. Entonces, ¿será cierto que Massa venía perdiendo apoyo, o era el deseo de los estrategas que forzaban su renuncia para sumarle puntos a Macri?.
El caso es que ni bien se conoció el resultado de la primaria, tanto Massa como Macri dieron señales de que quieren, ahora sí, elaborar planes en conjunto si es que alguno de los dos logra entrar a un balotaje con Scioli (ver recuadro). El alcalde porteño, incluso, reforzó su nueva imagen en el discurso pronunciado al fin de la elección. Dijo, esta vez sin recibir abucheos, que había aprendido de radicales, de peronistas, de maestros, de científicos, de sindicalistas, y que por eso ahora valoraba tanto el rol del Estado.
Scioli exhibe en su favor los 12 años de fidelidad y consecuencia con el Gobierno. La dupla con Carlos Zannini representa una fusión razonable para los que piden más kirchnerismo y quienes pretenden continuidad con moderación. Massa ofrece volver al tiempo dorado del crecimiento a tasas chinas –entre 2003 y 2008– y un encendido mensaje penalista. Macri busca contener a los votantes del radicalismo que aceptaron ir a la interna en Cambiemos y a la vez seducir a peronistas antikirchneristas que lo vean como el hombre para derrotar al oficialismo.
De aquí a octubre se irán develando incógnitas. ¿Se sumarán los votos de Elisa Carrió y Sanz a Macri? ¿Irán los de Domínguez a Aníbal Fernández? ¿Se cumplirá la teoría del voto útil, es decir que los que quieren un determinado modelo de país votarán aun con un broche en la nariz al que aliente la esperanza de llevar hacia ese sendero? ¿Les creerán a los antiK que ahora dicen que sostendrán parte de lo que hizo el Gobierno?
—Alberto López Girondo