Opinión | A fondo

Seamos libres

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(Julio Pantoja/Infoto)

 

Tiempo de celebraciones y también de reflexión sobre el significado de esta fecha tan emblemática: el Bicentenario de la Declaración de la Independencia. Un momento clave de la historia patria, en el que se puso de manifiesto la disputa de ideas e intereses que marcaron el inicio de la confrontación entre dos modelos de país.
Corría el año 1816. El 24 de marzo, luego de innumerables vicisitudes, fue finalmente inaugurado el Congreso en Tucumán. El porteño Pedro Medrano fue su presidente provisional y los diputados presentes juraron defender la integridad territorial de las Provincias Unidas.
El 9 de julio de 1816, cuando se aprobó el orden del día, se resolvió considerar como primer punto el tema de la libertad e independencia, el que puesto en consideración de los congresales culminó con la aprobación unánime de la Declaración que comienza diciendo «Nos los representantes de las Provincias Unidas en Sud América, reunidos en Congreso General, invocando al Eterno que preside al universo, en el nombre y por la autoridad de los pueblos que representamos, protestando al cielo, a las naciones y hombres todos del globo la justicia, que regla nuestros votos, declaramos solemnemente a la faz de la tierra que, es voluntad unánime e indudable de estas provincias romper los violentos vínculos que las ligaban a los reyes de España, recuperar los derechos de que fueron despojadas, e investirse del alto carácter de una nación libre e independiente del rey Fernando VII, sus sucesores y metrópoli». Y más adelante se agregaría «y de toda otra dominación extranjera».
Esta voluntad emancipatoria estuvo fuertemente estimulada por el general José de San Martín, cuando tiempo antes y ante la demora en la convocatoria al citado Congreso expresó: «¿Hasta cuándo esperamos para declarar  nuestra independencia? ¿No le parece a usted cosa bien ridícula acuñar moneda, tener pabellón y cocarda nacional y por último hacer la guerra al soberano de quien en el día se cree dependemos? ¿Qué relaciones podremos emprender cuando estamos a pupilo?… ¡Ánimo!, que para los hombres de coraje se han hecho las empresas».
Y más adelante, el 19 de julio de 1819, en circunstancias donde advertía sobre la inminente llegada de una expedición española, arengaba a las tropas del Ejército de los Andes con un mensaje que aún resuena con fuerza desde el fondo de la historia, al decir: «Seamos libres y lo demás no importa nada».
Por su parte, Manuel Belgrano fijó su impronta al señalar con igual énfasis: «Fuerza, ánimo, constancia, esfuerzos son los que necesita la Patria. Ella será libre e independiente si no nos amilanamos».
Y no se amilanó. Más aún, desde su función en el Consulado, Belgrano trazó un programa de transformaciones económicas, sociales y culturales profundamente revolucionario para su época y de notable vigencia para estos tiempos de globalización neoliberal.
Así, en materia educativa impulsó el primer proyecto en nuestra historia y con pocos antecedentes a nivel mundial de una educación estatal, gratuita y obligatoria. También la creación de escuelas especializadas en dibujo, náutica, comercio y agricultura. Fomentó el estudio de idiomas y de las ciencias.
Propuso el estímulo a la agricultura con préstamos y subsidios a los agricultores con menores recursos, al igual que la entrega gratuita de tierras a labradores que no pudieran acceder a ellas con el compromiso de labrarlas.
Con respecto a la industria, Belgrano fomentó la actividad en todas sus ramas, propiciando las exportaciones de manufacturas elaboradas localmente por sobre las materias primas exportadas sin elaborar. Más aún, impulsó la creación de una industria naval con el objetivo de crear una flota mercante local.
Y en materia de actividades comerciales, propuso la creación de compañías de seguro, el combate al monopolio español y el control estricto a los comerciantes.
En esencia, Manuel Belgrano concebía un modelo de país con un sólido mercado interno, con aprovechamiento integral de los formidables recursos provistos por la naturaleza y con la independencia política indispensable para desarrollar ese proyecto de nación. Un pensamiento con plena vigencia en la Argentina de nuestros días, a 200 años de la gesta emancipadora.

 

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