25 de febrero de 2015
–Cuando yo uso una palabra –dijo Humpty Dumpty con tono burlón– esa palabra significa exactamente lo que yo quiero que signifique, ni más ni menos.
–La cuestión –dijo Alicia– es si se puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes.
–La cuestión –dijo Humpty Dumpty– es saber quién manda, eso es todo.
El diálogo entre Alicia y Humpty Dumpty en el capítulo 6 de Alicia través del espejo, de Lewis Carroll, ilustra con gracia el modo en que ciertas instituciones, como la Real Academia Española (RAE), intentan intervenir en el mundo social y político a través de las palabras y sus definiciones.
En los últimos años, las enmiendas introducidas en el Diccionario de la lengua española fueron objeto de cuestionamientos por parte de minorías étnicas y religiosas, organizaciones sociales y políticas. La Confederación de la Asamblea Nacional del Pueblo Gitano de España, por ejemplo, anunció que elevará una denuncia ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos para que obligue al Gobierno español y a la RAE a la supresión o modificación del significado de la palabra gitano, una de cuyas acepciones la define como «trapacero», es decir, una persona que «con astucias, falsedades y mentiras procura engañar a alguien en un asunto». En tanto, la tercera acepción de la palabra autista –persona «encerrada en su mundo, conscientemente alejada de la realidad»– fue objetada por organizaciones de familiares de niños afectados por este síndrome, mientras la definición de hacker como «pirata informático» despertó las críticas de activistas e integrantes de entidades que se identifican con el término, al que, aseguran, la Academia criminaliza al definir de este modo.
«No podemos ceder a todos los requerimientos que se hacen en nombre de lo políticamente correcto porque sería falsear la realidad», señaló Pedro Álvarez de Miranda, director de la flamante 23° edición del Diccionario. En tanto, José Manuel Blecua, quien fue director de la RAE hasta diciembre de 2014, argumentó que «la sociedad hace un uso de la lengua que es la que recoge el diccionario, y no al revés».
En la historia de la RAE hay, sin embargo, numerosos ejemplos del modo en que, en ocaciones las palabras son forzadas a modificar su significado en función de determinados intereses. La Academia, dice al respecto el periódico vasco Gara, pretende «cambiar la lengua para cambiar la realidad». Como prueba, lingüistas y dirigentes políticos señalan la lista de términos cuya entradas sufrieron en los últimos años enmiendas «políticamente significativas». Entre otras, la filóloga catalana Silvia Senz menciona referéndum, autogobierno, soberanía, autodeterminación, democracia y estado. En todos los casos, las modificaciones tienden a favorecer la posición del gobierno español en la discusión sobre la soberanía de comunidades autónomas como Catauña y el País Vasco.
No es la primera vez que el Diccionario se transforma por razones políticas. Tras la llegada del Partido Socialista Obrero Español al poder en la década del 80, la entrada correspondiente a socialismo fue reelaborada en clave socialdemócrata. La definión de 1970 –«sistema de organización social y económica que le atribuye al Estado la absoluta potestad de ordenar las condiciones de la vida civil, económica y política»– fue remplazada en 1984 por una versión más moderada: «Sistema de organización social y económico basado en la propiedad y administración colectiva o estatal de los medios de producción y en la regulación por el Estado de las actividades económicas y sociales». En tanto, en tiempos neoliberales, se eliminaron las incómodas referencias a las «deficiencias e injusticias de la economía de mercado» en la definición de Estado de Bienestar.
Son tan solo algunos ejemplos de que la principal agencia lingüística del Estado español no se limita a recoger y registrar los usos de la lengua que hacen los hablantes, como se cansaron de asegurar sus miembros a raíz de las polémicas surgidas tras la presentación de la 23° edición del Diccionario. Al parecer, también intenta, de modos diversos, intervenir en la relación, nunca dócil ni transparente, que mantienen las palabras y las cosas.