13 de mayo de 2015
Nos estamos acercando a las elecciones, una época pródiga para las propuestas de los candidatos. Las distintas medidas de fomento al consumo tomadas por el Gobierno nacional están impactando en la economía, manteniendo un nivel sostenido de producción y mejorando la confianza del consumidor, que según las mediciones de la Universidad Torcuato Di Tella, viene creciendo en los últimos meses. Las variables financieras evidencian un buen comportamiento, las reservas internacionales están aumentando, y puede decirse que el Gobierno ha desactivado las expectativas de devaluación durante el resto de su mandato. Ante este panorama, algunos políticos y analistas intentan instalar la idea de que esta dinámica se debe a las expectativas positivas que genera el próximo gobierno, aunque ni siguiera están definidos aún los candidatos en las paso. Una idea difícil de comprender si se tiene en cuenta, además, que los asesores de diversos candidatos a presidente proponen ajustar la economía. Vayamos al punto.
Son varios los analistas y políticos que han arremetido con las paritarias, uno de los principales procesos distribuidores del ingreso. El diputado massista y dirigente de la Unión Industrial Argentina (UIA) José De Mendiguren pidió «postergar» las discusiones paritarias hasta que «se estabilicen las variables» económicas, a la vez que consideró que el debate de aumento salarial debe estar centrado en «mejorar el poder adquisitivo y no el sueldo nominal». Permítanme acotar que lograr esto último es tarea más propicia para un mago que para un economista. Luego le siguió Héctor Méndez, presidente de la UIA, quien expresó: «En un país normal no habría este nivel de inflación, con lo cual la paritaria dejaría casi de tener sentido». Podría contestársele que en «un país normal» los márgenes de ganancias de las grandes empresas son muchísimo más acotados.
Debe quedar claro: sin negociaciones paritarias por rama sectorial, los salarios en términos reales crecerían en menor medida que como lo han venido haciendo, por debajo incluso de los incrementos de productividad (mayor unidad de producto por trabajador), lo que acrecentaría aún más los márgenes de ganancias de las corporaciones.
En un seminario realizado por una importante organización empresarial, se escucharon varias «frases para enmarcar», como las de Miguel Ángel Broda, quien aseguró que «será difícil bajar la inflación. El ajuste es inexorable. No va a ser planeado, sino que será a los golpes». Duro. En la misma línea José Luis Espert aseguró: «Bien o mal, el ajuste va a ocurrir. Se hace bien si es creíble y fuerte, si se hace mal no descarto una nueva crisis». Más duro aún. Carlos Melconian, hablando como representante de Mauricio Macri, comentó que los problemas de la economía se resolverán con un «shock gradual», dos palabras de significado opuesto, que si bien en la literatura pueden ser una genialidad, cuando se trata de aplicar políticas económicas son extremadamente preocupantes.
Si los términos literarios dominan los planes de gobierno futuro, todo indica que se está ocultando o endulzando la verdadera magnitud negativa de sus consecuencias. Cuando Macri expresa que, en el caso de ser nombrado presidente de la Nación, levantaría el mal llamado «cepo» al día siguiente de asumir, no solo está expresando un «eslogan publicitario», sino que está dejando entrever su política de shock, de total liberalización, y de la necesaria devaluación que debería seguir a semejante medida, a riesgo de rifar las reservas internacionales en un tris. Cuando el PRO promete mantener la Asignación Universal por Hijo, ¿cómo creerle cuando la ha criticado ácida e injustamente, y está en las antípodas de su pensamiento neoliberal e individualista?
La mayoría de las frases de los candidatos prometen que todo irá mejor, sin explicitar las razones. Pero en realidad muchas de ellas encierran las medidas de ajuste que, explícita o implícitamente, están sugiriendo sus asesores, y que nos retrotraerían a la dramática década de los 90. Como ello no capta votos, las terminan edulcorando. Queda entonces la tarea de saber degustar, tratando de detectar el sabor amargo en los tantos bocados de ideas que intentan que deglutamos.