23 de febrero de 2016
Después de que el papa le enviara un rosario a Milagro Sala se pudo escuchar y leer todo tipo de opiniones, tanto en los diarios como en la televisión y también en las redes sociales, donde todo el mundo puede decir lo que quiera, incluso insultar o promover el odio.
Finalmente, uno se va resignando y se da cuenta de que no hay modo de atemperar las redes. Pude leer a muchas personas, algunas que conozco personalmente, que se dedicaron durante unos cuantos días a insultar al papa Francisco por el gesto que tuvo con la dirigente encarcelada por cortar una calle. Muchos, lo sé y estoy seguro, eran fervientes seguidores del papa cuando le marcaba algún error o no estaba de acuerdo con alguna medida del kirchnerismo. Hoy, que se muestra distante del gobierno actual, pasó a ser prácticamente un enemigo.
Pero lo peor pude percibirlo en algunos políticos. Con no poco asombro leí que Margarita Stolbizer y Graciela Ocaña, a cuento del famoso rosario, «retaban» al papa por meterse en política. Y decían que cuando hacía eso hacía «macanas». Elisa Carrió también salió a decir que a Roma no iba a ir y que era «peligroso alimentar la violencia desde el plano espiritual».
Cuando el papa no hace lo que los poderosos esperan que haga, «hace política». Así, cuando hizo críticas al sistema capitalista muchos políticos tomaron distancia de sus declaraciones. Ni hablar de las veces que recibió a la expresidenta. Allí empezaron muchos –que hoy están en el gobierno o estaban en la oposición y colaboraron para que hoy tengamos el gobierno que tenemos– a criticar al papa, porque no era funcional a los intereses de los poderosos.
¿Por qué el papa no puede «hacer política»? De hecho, la hace todo el tiempo, así como la hicieron sus antecesores. Otra cosa es que no haga la política que la elite quiere que haga.
Fernando Acevedo
Ciudad de Buenos Aires