18 de octubre de 2023
Hace ya casi veinte años, desde la aparición pública de Rafael Correa, que la política ecuatoriana se define entre quienes están a favor o en contra del «correísmo». Claro que no se trata solo de corrientes de opinión, quienes se le oponen buscan destruir al único movimiento que intentó reformas estructurales a favor de las grandes mayorías.
Esto es lo que permite comprender el triunfo de Daniel Noboa en segunda vuelta sobre Luisa González, la candidata del correísmo, por apenas cuatro puntos. Si en la primera vuelta González había sido la candidata más votada, en la segunda todas las otras fuerzas políticas se unieron para evitar su triunfo. Noboa será el presidente que complete el mandato de Guillermo Lasso, que disolvió la Asamblea Nacional y convocó a elecciones anticipadas para evitar su destitución.
El fenómeno del correísmo es muy particular. En 2017, Lenín Moreno, quien había sido vicepresidente durante casi seis años, ganó la presidencia para continuar con el proyecto político de Correa. Sin embargo, al poco de llegar al poder comenzó a perseguirlo y dividió el movimiento con el objetivo de destruirlo, lo que sembró confusión entre propios y ajenos. A pesar de las divisiones y persecuciones, de que Correa no puede ser candidato y hace seis años que no puede retornar al país, su movimiento es la primera fuerza en la Asamblea Nacional, gobierna las dos provincias más importantes –Guayas y Pichincha– y las alcaldías de sus respectivas capitales, Guayaquil y Quito.
El correísmo perdió una elección. Pero tiene una base sólida construida sobre los logros sociales y la estabilidad política de diez años; todo lo contrario de la inestabilidad institucional anterior y el actual crecimiento de la violencia y el narcotráfico.
Quito. Luisa González, la candidata de Revolución Ciudadana, en una conferencia este 15 de octubre.
Foto: Getty Images