27 de marzo de 2015
El pronunciamiento de Barack Obama, quién emitió una orden presidencial en la que declaró la «emergencia nacional con respecto a la amenaza inusual y extraordinaria a la seguridad nacional y política exterior de Estados Unidos planteada por la situación en Venezuela», constituye un inaudito gesto imperial. Asimismo, incorpora un nuevo elemento a un escenario de por sí complejo cuya elucidación requiere de mucha información y, a la vez, un profundo y agudo análisis de la dinámica geopolítica. El punto de partida es una hipótesis acerca de la reconfiguración del orden mundial, el final de un ciclo histórico y la emergencia de nuevas alternativas.
Si, por un lado, el neoliberal-conservadurismo es asumido de manera expresa o vergonzante como proyecto global dominante, han surgido con fuerza críticas agudas y, lo más amenazante, ensayos políticos concretos que ofrecen alternativas a los postulados, las relaciones sociales y las políticas fundadas en el Consenso de Washington. El bloque histórico que sostiene el predominio del capital financiero en la economía mundial, la agresiva militarización y el estímulo de conflictos en todo el planeta, defiende sus privilegios pero va sufriendo grietas, especialmente en EE.UU. Obama promueve el diálogo con Irán, el reconocimiento del Estado Palestino y el fin del bloqueo a Cuba mientras los halcones del Pentágono impulsan una política guerrerista, brutal.
Como contracara emergen nuevos bloques de poder. China aparece como la primera potencia económica mundial y la alianza BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) resulta un serio desafío a las pretensiones expansionistas del poder imperial estadounidense. Mientras ese proceso se fue fortaleciendo, en Nuestra América otra configuración de gobiernos nacionales, populares, democráticos y revolucionarios generaba inéditas condiciones para la recuperación del proyecto de Patria Grande de nuestros libertadores.
Estos fenómenos hacen zozobrar el viejo orden internacional que rigió en parte desde la Segunda Guerra Mundial y en parte a partir de la disolución de la Unión Soviética y el campo del socialismo real. Se terminó el relato único de la globalización neoliberal inexorable y la tesis del fin de la historia propagandizada con gran éxito por Francis Fukuyama en 1989 como artículo y tres años después como libro. Es curioso que el primer esbozo de su eficaz propaganda se haya publicado el año de la caída del Muro de Berlín. Y que la escritura del libro la haya llevado a cabo en 1992, a los 500 años de la infausta conquista de América. Todo un símbolo que afirmaba que con la economía de mercado y la democracia formal la humanidad habría llegado a su última y deseada estación.
Aunque Cuba resistió en soledad en momentos muy difíciles, fue Venezuela y el triunfo de Hugo Chávez Frías el comienzo de un verdadero fin de ciclo en la región y en el mundo.
El ascenso de la revolución bolivariana tuvo, desde luego, efectos internos que hacen irreconocible a la Venezuela actual comparada con la de 1998. Pero tuvo, sobre todo, consecuencias externas a partir de su convergencia con otros procesos en la región que culminaron en la creación de ALBA, UNASUR, CELAC, como expresión de este nuevo tiempo. En ese contexto la región construyó también nuevas relaciones con Asia y África abriendo entonces más fisuras en el viejo orden mundial.
La amenaza abierta contra Venezuela huele a venganza contra un ejemplo intolerable: el de la soberanía de un pueblo y el cuestionamiento de un orden injusto. Y la excusa sobre la amenaza de Venezuela contra la seguridad de Estados Unidos parece más bien un modo poco serio de avisar el renovado intento de apropiarse del petróleo ajeno.
Los tambores de guerra imperiales suenan, pero en un tiempo histórico radicalmente distinto a los 500 años de colonialismo –español primero, inglés luego y estadounidense más tarde– cuando Latinoamérica fue un triste y empobrecido patio trasero de los poderes mundiales. Ya no hay lugar para esas propuestas de sumisión y dependencia.