2 de noviembre de 2022
Foto: Guatelli/AFP/Dachary
El triunfo de Lula tiene un carácter épico si se toma en cuenta la persecución que sufrieron él y su partido, principalmente desde que Dilma Rousseff fuera derrocada en agosto de 2016. El objetivo principal del juicio político era evitar que ella pudiera culminar su mandato y que luego Lula retornara en 2018 para gobernar hasta el 1 de enero de 2023. El objetivo de los partidos de derecha y el establishment empresarial era evitar 20 años seguidos del Partido de los Trabajadores (PT) en el poder. Con tal de sacarse de encima al PT apoyaron a un marginal fascista que luego no pudieron controlar y les quitó gran parte de su propio electorado. Cuando quisieron recular ya era tarde, ninguno de sus representantes estaba en condiciones de competir con la radicalidad extremista de Bolsonaro que, encima, convirtió a Brasil en un país paria, donde casi nadie quería aparecer en la foto con el estrecho aliado de Trump.
A Lula le impidieron presentarse en 2018, lo persiguieron y encarcelaron. Pero el hombre más importante de la política brasileña de los últimos 50 años volvió arrastrando tras de sí a antiguos opositores, conscientes de que solo Lula podía frenar a Bolsonaro. Y lo consiguió.
En una elección lo primero y fundamental es vencer, aunque más no sea por un voto ya que así son las reglas de juego. Ahora habrá que ver cómo Lula conformará el gabinete para tener una noción del rumbo. Si bien él es el presidente no es un detalle menor saber quiénes lo acompañaran. Luego, al asumir será clave ver cuáles son las primeras medidas y cómo se implementarán en los famosos primeros 100 días.
Mientras tanto, antes de que asuma, los bolsonaristas más radicales ya anuncian que no lo dejaran gobernar y que no va a durar mucho tiempo en la presidencia. Esta historia no ha terminado.