Opinión | A fondo

La puja distributiva marca el ritmo

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Un balance de la economía argentina en 2014, y lo que pueda ocurrir en 2015, no puede ser analizado sin considerar las tensiones generadas por la puja distributiva, y cómo estas han impactado tanto en las distintas variables económicas, como en las discusiones políticas e ideológicas, que son las que definen en gran medida el modelo de país que se desea construir.
El fomento del consumo ha sido un objetivo del Gobierno, pues este es el principal dinamizador de la producción, la inversión y el empleo. Y en este proceso es que aparece abiertamente la puja distributiva, a través de los aumentos de precios provocados por las grandes empresas. En la mayoría de las cadenas de valor agregado, es decir, los procesos que llevan los bienes y servicios desde el productor hasta el consumidor, es la puja distributiva la que determina que los productores reciban tan poco y los consumidores paguen tan caro. En el medio de este proceso, alguien se queda con la parte del león, lo cual es motivo de los más fuertes debates ideológicos. Durante el año las distintas agrupaciones de las grandes empresas han insistido en distintos foros, acompañados por un coro de políticos que desean cambiar el actual modelo, pidiendo «respeto al ámbito propio de las empresas privadas», pontificando que las ganancias son intangibles, y que el Estado debe desentenderse de cualquier medida sobre los costos de las empresas.
Por esto y muchas cosas más, se opusieron férreamente a la Ley de Nueva Regulación de las Relaciones de Producción y Consumo, más conocida como «Ley de Abastecimiento», que intenta identificar y sancionar las ganancias excepcionales que se producen a lo largo de las distintas cadenas de valor, producto de precios abusivos y otras prácticas anticompetitivas. Por su lado, los representantes de las pymes, no alcanzadas por esta ley, pedían su aprobación, cansados de sufrir las prácticas desleales de las grandes empresas que dominan los mercados.
Pero la ideología (o relato) que sostiene los beneficios de la libertad de mercado, no resiste la realidad, esta se cuela hasta en los más impensados lugares. Un artículo en La Nación el 29.11.14 informa que: «la molinería que desde hace más de un año pagaba entre 2.000 y hasta más de $4.000 la tonelada, hoy, un año después, con devaluación incluida, paga $1.300 y nadie notó una baja en el precio del pan. En las últimas siete campañas, los productores de trigo hemos transferido a la industria y a la exportación más de 4.000 millones de dólares. Ya es hora de terminar con esta enajenación propia de Hood Robin». Por supuesto, la nota achaca todos los problemas a las restricciones de exportación de trigo tomadas por parte del Estado para garantizar la provisión del mercado interno, y no a los molinos y exportadores concentrados, como se deriva del comentario extractado.
La economía es una ciencia social, por lo cual es necesario analizarla a través del prisma ideológico, que es el que determinará las distintas acciones concretas que se tomen, tanto desde el Estado como desde la sociedad. Y en este aspecto, una de las noticias de fines del 2014, que pasó bastante desapercibida, tiene un mensaje esencial. La calificadora Standard & Poors consideró que 2015 será mejor que 2016 para la Argentina, ya que el nuevo Gobierno deberá realizar «ajustes por la gran cantidad de distorsiones que presenta la economía». Son los ideólogos que están impulsando la vuelta de los ajustes a nuestra economía como algo inevitable, una postura a la cual muchos candidatos también adhieren, aunque se cuidan de expresarlo tan explícitamente. Por el contrario, en los últimos años quedó demostrado que la economía se fortalece con políticas de fomento, con un Estado activo aplicando medidas heterodoxas.
Se trata de proyectos ideológicos diferentes, y cada cual tendrá distintos resultados económicos y sociales. Si desea tener un mejor panorama de cómo serían estos distintos resultados, estimado lector, puede bucear en la historia de nuestro país.

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