29 de diciembre de 2020
El COVID-19 continúa asolando el mundo. Ya se cuentan más de 76 millones de infectados y 1.600.000 fallecidos y estamos ante una probable segunda ola y sobrellevando las dudas acerca de las vacunas y el anhelado fin de la pandemia.
En nuestro país, con más de un millón y medio de infectados y más de 40.000 fallecidos hasta el cierre de esta nota, el Gobierno, que tomó el timón inicial con aprobación altísima de la población, sufre hoy el cuestionamiento de la oposición y sectores de los medios concentrados, que tratan de minimizar los aciertos y magnifican desinteligencias y errores. Está claro que hay una batalla sanitaria, pero también hay una batalla política y una mediática.
El acierto principal de las autoridades con la cuarentena dura inicial fue ganar tiempo para mejorar el equipamiento sanitario y evitar las imágenes trágicas de los países del norte con hospitales colapsados. La acción conjunta emprendida entre la Nación, la Ciudad y la provincia de Buenos Aires fue sin duda un logro compartido que impidió la diseminación masiva de la infección en barrios y zonas carenciadas del área metropolitana. En tanto, los déficits sanitarios de algunas provincias y ciertas imprecisiones de las autoridades locales y nacionales permitieron que la infección se trasladara a las provincias de manera importante. Aunque es preciso reconocer que el Gobierno actúo con criterio federal, sin distinciones políticas.
En el medio de la cuarentena se llevaron a cabo importantes iniciativas que permitieron el desarrollo de reactivos de detección de la enfermedad por parte del CONICET, y estudios con plasma de convalecientes y suero equino. También se destacaron los ensayos que se hicieron en el país en fase 3 de varias vacunas, particularmente la de Pfizer, con 5.700 voluntarios.
El sector sanitario jugó y juega un rol fundamental y ha pagado un alto precio con infectados y fallecidos. Pese a los aplausos iniciales y a algunos reconocimientos, la sociedad y las autoridades están en deuda con médicos, enfermeros y personal de la salud.
La población se fue agotando con la prolongación de la cuarentena y por los lógicos perjuicios económicos, sociales y psicológicos. Y se relajaron los controles. La propaganda oficial casi sin cambios desde el principio y la de los medios criticando en varios casos las restricciones de la cuarentena no contribuyeron a los necesarios cuidados que toda la población debe observar.
Con la aparición de las vacunas se abre una nueva etapa. Preciso es decir que todas ellas son aprobadas por el mecanismo de emergencia, ya que ninguna ha completado la famosa fase 3 de manera completa. Los laboratorios prometieron vacunas sin restricciones. El Gobierno negoció con más de un laboratorio y más de un país, pero a la hora de la concreción aparecieron las miserias comerciales y geopolíticas que cambian las reglas de juego privilegiando los aliados políticos de los principales países y los intereses comerciales.
Todas las principales vacunas en danza son seguras. La eficacia también parece serlo. Se han sembrado dudas sobre algunas vacunas por su procedencia. Pero en nuestro país están la ANMAT y la CONAIM (Comisión Nacional de Inmunizaciones), que preside la doctora Mirta Roses, extitular de la Organización Panamericana de la Salud. La aprobación de estas entidades significa una garantía para cualquier vacuna, sea rusa, norteamericana, asiática o europea.
Sin embargo, la vacunación por sí sola no resolverá el problema. Se deben mantener medidas tales como el tapa nariz y boca, la higiene de las manos, el distanciamiento social y la aireación de los ambientes. En el fin del año pasado, acontecimientos sociales como marchas, compras por las fiestas y encuentros masivos han provocado un aumento de los contagios. La disminución de los mismos no es solo una obligación del Gobierno, ni de los efectores de salud. Es también una obligación de la sociedad que debe acompañar las medidas y mantener la solidaridad en el cuidado del uno para todos.
(Adrián Lugones/Télam)