14 de octubre de 2016
Escenario. El mini Davos porteño reunió a representantes de la economía concentrada. (Télam)
El carácter oficial y oficioso del discurso que pretende descalificar a la política en aras de una presunta neutralidad técnica se presenta como un déjà vu de los 90, pero en condiciones por cierto diferentes. La política expresa un proyecto colectivo que se afirma mientras disputa con otro u otros proyectos el sentido y la dirección del caminar de la sociedad. La «política de la antipolítica» niega el conflicto, niega el ejercicio del poder y se intenta legitimar por la supuesta eficiencia de los ejecutivos y mandamases de las grandes corporaciones transnacionales y locales. El cónclave de los conspicuos representantes de los poderes concentrados económicos y mediáticos, denominado presuntuosamente como el Davos argentino, lo testimonia sin ningún tipo de pudor. Es la vuelta de una sacra articulación trinitaria que supo venderse de forma triunfalista a finales de los 80 conformada por el ampuloso «fin de la historia», por la «obsolescencia de los Estados nacionales» y, como corolario, por «el fin de la política».
Esta «vieja novedad» que representa el macrismo en nuestro país es la vuelta a las relaciones carnales con los Estados Unidos, al Consenso de Washington y a la absoluta dependencia de los organismos supranacionales financieros.
Va de suyo que esto implica un Estado adecuado al gusto y paladar del entramado de poder de las grandes corporaciones. El mini Davos fue un encuentro festivo de esta ideología conservadora y de derecha. La Argentina es hoy altamente elogiada por su nueva inserción en la junta de negocios del capitalismo mundial.
En este cuadro de referencia el relato se articula a través del reemplazo de los conceptos de ciudadanía y pueblo por el de «la gente» y las nociones de actividad social, política y militancia por el de «cercanía y escucha», acciones que están montadas escenográficamente por los multimedios concentrados y por una ingeniería de redes sociales. Esto trae aparejado una gran campaña donde la política se presenta como el nido de la corrupción y de ineficiente administración de los asuntos públicos. Paradójicamente se convierten en tribunos quienes constituyen el núcleo duro de la corrupción sistémica y principales responsables de la destrucción de los Estados nacionales. Se fomenta la falacia de que como son ricos no necesitan robar, pero se oculta que la corrupción se inscribe en el ADN del orden económico-social más amplio, y constituye un carril de la economía planetaria.
El robo que ejerce esta clase dominante a través de mecanismos lícitos e ilícitos, de transferencias de ingresos de los que menos tienen a los que más tienen, de sometimiento por mecanismos financieros a poderes trasnacionales, no ocurre ni puede ocurrir sin despertar naturales resistencias de los afectados por estas políticas enmascaradas por el concepto de «gestión».
A la «no-política» del neoliberalismo no se la puede enfrentar solo dentro de la agenda que nos presenta, en el mero ámbito democrático liberal electoral. La historia reciente nos muestra que la emergencia del período kirchnerista –capítulo argentino de un proceso latinoamericano y planetario–no puede evaluarse fuera del gran colapso de las representaciones partidarias, simbolizadas en aquello de «que se vayan todos», debacle que fue el resultado de las grandes movilizaciones impulsadas por los movimientos sociales. La reciente Marcha Federal pone en valor aquellos antecedentes. Claro que es importante atender a las formas de construir y acumular en los espacios políticos dentro del campo popular, pero esto requiere al mismo tiempo una fuerte actividad institucional cooperativa basada en nuestra concepción del cooperativismo como herramienta de transformación social. En el gran desafío por transformar la sociedad con equidad y justicia social, con soberanía y democracia participativa, hemos levantado siempre la bandera de «unidad en la diversidad», y para ello sostenemos nuestra visión del cooperativismo como un gran afluente social y económico, y la vigencia de la riqueza de nuestra actividad institucional, en y desde cada cooperativa, hacia la comunidad en la que está inserta.