4 de mayo de 2021
El 20 de diciembre pasado el Poder Ejecutivo reglamentó la Ley de Economía del Conocimiento, luego de la aprobación definitiva en el Senado, no sin amplios debates y modificaciones. Es una buena noticia la promoción del conocimiento como valor, pero es importante poner en discusión su relevancia como aporte a la independencia económica. La velocidad de los cambios científicos y tecnológicos, incluyendo a los procesos de digitalización, sitúa en un nuevo orden a los países que los generan sobre aquellos que los consumen, no solo como un hecho meramente sociológico sino por sus implicancias económicas. Podría asemejarse, si me lo permiten, a la teoría del Centro y la Periferia, siendo los países centrales aquellos con grandes inversiones en Ciencia y Tecnología, apropiándose del conocimiento, y los periféricos quienes adquieren los beneficios de la innovación y el conocimiento si es que tienen los recursos económicos para hacerlo, como siempre abasteciendo de productos primarios a quienes los transforman. Lo estamos observando con la «guerra por las vacunas» y su inequitativa distribución.
Que en los debates económicos comiencen a utilizarse términos como Sustentabilidad, Economía Circular, Innovación Productiva, Investigación Aplicada, Transición Energética, entre otros, significará que el país estará apostando a su futuro, a la soberanía y estará acercándose al Centro. Las convocatorias de la Agencia Nacional de Promoción de la Investigación, el Desarrollo Económico y la Innovación (Agencia I+D+i), que preside Fernando Peirano, van en ese camino, apoyando a la articulación público/privada que es el modo acelerado de transferir conocimiento. Bienvenida la ley, el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación y el incremento en su presupuesto.