15 de julio de 2020
Anticuarentena. Protesta frente al Obelisco porteño contra una medida sanitaria. (Damián Dopacio/NA)Cuando en el comienzo del aislamiento social, preventivo y obligatorio, popularmente nombrado como cuarentena –aunque su extensión ha excedido por lejos los 40 días–, los diarios de alcance nacional unificaron sus portadas y lanzaron un mensaje: «Al virus lo frenamos entre todos», y agregaban en la bajada: «Viralicemos la responsabilidad». Quienes creyeron en esa intención pensaron, quizás, que mientras durara la situación de emergencia que aún estamos atravesando, los medios hegemónicos, entre ellos algunos de esos diarios que arengaron responsabilidad social, dejarían de lado las noticias falsas (fake news) y los mensajes de odio.
No fue así. Los intereses de la economía concentrada comenzaron a hacer lobby contra las medidas sanitarias que, a su juicio, afectaban sus negocios. Y encontraron, como es habitual, voceros mediáticos siempre listos para cumplir su misión de defensores del poder económico. La prédica constante, cotidiana, coordinada, apuntó a horadar el tejido social en un contexto dramático. Con buena parte de la sociedad –la que vive en el área metropolitana fundamentalmente– encerrada en sus casas o barrios desde hace meses, afrontando en muchos casos graves consecuencias económicas por falta de trabajo, comercios y empresas en crisis, y con la presión psicológica que la situación genera, se establecen mediáticamente marcos analíticos que desdeñan conceptos como la solidaridad y la cohesión social. Así, las consecuencias económicas de la cuarentena se describen sin contexto, como si fueran fruto de una política perjudicial ejecutada por los Gobiernos nacional, provinciales o locales. Curiosamente, o no tanto, quienes lo hacen son los mismos que defendieron proyectos económicos neoliberales, que perjudicaron a millones de argentinos en beneficio de unos pocos, sin que mediara una enfermedad de alcance global, sino como resultado programado de un modelo económico pensado para tal fin.
La cuarentena es hasta el momento la única alternativa frente al avance de la pandemia. Es una acción colectiva que implica cuidarse uno al mismo tiempo que cuida a los demás. Sin embargo, si se siguen los análisis y comentarios de ciertos medios y sus comunicadores más notorios, la cuarentena aparece como una imposición autoritaria cuyo objetivo sería cercenar derechos sociales. De ahí a que los denominados «anticuarentena», un grupo marginal y escasamente representativo, se conviertan en actores políticos irradiados por pantallas y redes, con disparatados discursos que los emparentan con terraplanistas y otras tribus similares, hay un paso. Que ya se dio.
Incluso, esos mensajes descontextualizados ambientan la circulación de falsedades dichas por quienes deberían cuidar su discurso público. Si para criticar la cuarentena local, un dirigente político de fuste de la oposición puede sostener suelto de cuerpo que en Israel no hay muertos y la economía funciona normalmente, mientras ese país registraba a ese momento más de 300 víctimas fatales y su primer ministro anunciaba el retorno a medidas restrictivas ante el aumento de casos, el debate pierde sentido. La sintonía entre las falsas noticias difundidas en los medios y los dirigentes políticos que las hacen suyas impacta en la agenda pública.
En el mismo contexto se puede analizar la inusitada reacción de una parte importante del arco político argentino, apenas horas después de un crimen acaecido en El Calafate, asignándole gravedad institucional al hecho, cuando la investigación apenas comenzaba y pocas horas después se perfilaba hacia un episodio de corte meramente delictivo policial, sin connotaciones políticas.
Es muy complicado el debate democrático en este contexto, agravado por la pandemia y la consecuente crisis económica en ciernes. Multiplicar el odio para obtener réditos políticos es, como canta Serrat, jugar con cosas que no tienen repuesto.