8 de julio de 2015
Nadie esperaba una victoria tan contundente del NO en Grecia el 5 de julio, después de una semana de bancos cerrados y con los medios masivos de comunicación y toda la Unión Europea amenazando a los griegos con que si votaban por el NO se caerían de Europa. Este es un éxito rotundo del primer ministro Alexis Tsipras que convocó a un referendo para enfrentar a la llamada «troika» (el Fondo Monetario Internacional, el Banco Central Europeo y la Comisión Europea).
A nadie se le escapa que este referendo era un plebiscito de la gestión de Tsipras. Un resultado adverso lo habría forzado a renunciar, pero el triunfo con más del 60% de los votos y una diferencia superior a 23 puntos le otorga una mayor legitimidad interna y externa, mal que les pese a todos los líderes políticos y económicos europeos.
La convocatoria al referendo conmocionó a los organismos financieros internacionales que hace años imponen sus planes de ajuste en Grecia. La llamada troika no está acostumbrada a que un gobierno le plante cara y le dé batalla a sus imposiciones económicas. El actual gobierno griego lo está haciendo y vale la pena recordar que tiene apenas 5 meses de vida y no es responsable de los desastres de los gobiernos corruptos anteriores, ni de sus deudas ni del amplísimo gasto militar que –según el Banco Mundial– representa 2,2% por ciento del PBI, superior en proporción al de potencias como el Reino Unido o China.
Tsipras venció en las elecciones de enero justamente porque su partido –Syriza– se opuso de manera sistemática a los ajustes implementados por los gobiernos anteriores durante más de 5 años. Tsipras está dando muestras claras de que no quiere seguir el camino de tantos otros líderes europeos que se dicen socialistas y durante sus campañas electorales prometen ampliar los beneficios a los sectores más desprotegidos para luego aplicar los mismos recortes que los partidos de derecha.
La crisis griega tiene varios aspectos entrelazados. Por un lado está el económico, ya que la troika tiene un plan global para la economía europea que todos los países deben respetar. Claro que es paradójico que sus principales dirigentes digan que son necesarios y dolorosos los recortes que afectan a los más humildes y luego se opongan a todo gravamen a los sectores de mayores recursos. Por otra parte, está la cuestión política. La troika no puede permitir que un país, por más pequeño que sea, desafíe sus programas o no esté dispuesto a implementarlos.
Esto explica que primero hubiera una gigantesca campaña mediática en Grecia y el resto de Europa contra la convocatoria al referendo y después para que los griegos rechazaran la propuesta. Los medios generaron la sensación de que el pueblo estaba dividido y que incluso el Sí opositor triunfaría. El influyente diario El País de España se dio el lujo de no poner ni una línea en tapa el martes 30 de junio luego de una manifestación masiva por el No la noche anterior; pero incluyó en su portada una gigantesca foto al día siguiente de una marcha por el Sí el 1º de julio. Esta fue la tónica de casi todos los grupos mediáticos: que los propios griegos creyeran que ellos estaban contra la propuesta de Tsipras. La campaña mediática fue tan potente que incluso numerosos dirigentes de Syriza, periodistas y analistas consideraron que el resultado sería muy estrecho, lo que supondría un revés para Tsipras, que necesitaba un triunfo contundente.
Alexis Tsipras utiliza mucho la palabra «dignidad» y sabe que cuenta con el aval de su pueblo aunque ningún gobierno europeo lo apoye y los funcionarios de la troika desconozcan el significado de dicha palabra. La misma noche del referendo, Jeroen Dijsselbloem dijo que «tomaba nota del resultado» y que este era «muy lamentable para el futuro» de Grecia, como si la opinión de la inmensa mayoría de los griegos ni siquiera importara. En contraposición, Tsipras se dirigió a todos los griegos para decir que habían escrito una de las páginas más brillantes de la historia europea moderna allí donde nació el concepto de democracia.