12 de diciembre de 2018
Buenos Aires. Los líderes del grupo suscribieron una lavada declaración final. (NA)El G20 nació a fines de los años 90 –en medio de una apabullante hegemonía neoliberal– y se reconfiguró en 2008 con la crisis de las hipotecas subprime que expresó un punto de inflexión del capitalismo globalizado bajo la hegemonía de los centros de poder financiero. En aquel momento el G20 se fortaleció como un ámbito de gobernanza mundial para afrontar aquella emergencia que fue la más aguda desde la década del 30 del siglo XX. La solución fue el subsidio a los bancos y la continuidad de la fracción financiera del capital como timón de la economía planetaria.
Desde entonces no ha cesado de incrementarse la desigualdad y, con ella, la injusticia social, a través de mecanismos legales e ilegales de la especulación financiera, hecho que no resolvió ni mucho menos la crisis multidimensional: ecológica, energética, social, cultural, productiva y de consumo. El G20 está formado por 19 países a los que se agrega la Unión Europea como unidad política. Es decir que países como Alemania, Francia e Inglaterra tienen una doble representación, aunque viendo el grado de alteración de dicha unidad en la actualidad esa participación de la UE como unidad es, hoy por hoy, neutra, y lo que juega en realidad es la participación de los países por separado. La anteúltima reunión fue en Hamburgo, el año pasado, en medio de manifestaciones y desórdenes y sin arribar a ningún acuerdo sustancial. Los temas centrales fueron entonces, y siguen siendo ahora, 1) el principal: proteccionismo versus libre comercio que en realidad oculta el enfrentamiento entre dos estrategias geopolíticas de China y EE.UU., 2) migración, 3) cambio climático. La última fue recientemente realizada en Buenos Aires. La lectura de titulares y notas posteriores al evento nos dan un variopinto panorama de interpretaciones. Desde los triunfalistas titulares oficialistas que han considerado que el G20 generará un efecto positivo, pero que no será inmediato, y que destacan la apertura al mundo y las inversiones, hasta visiones más moderadas que han expresado que, si bien existe un impacto positivo que vendría por el lado de las nuevas inversiones anunciadas y el apoyo político recibido por el gobierno, el megaevento no redundará en beneficios concretos sobre las variables macroeconómicas, en el corto plazo. Y en algunos casos han explicado diciendo que más allá de los acuerdos alcanzados y de las líneas de financiamiento que se habilitaron en la Cumbre, el apoyo más concreto logrado por la Argentina fue el acuerdo por el desembolso de los 57.000 millones de dólares con el FMI. Seguramente, el hecho de ser el anfitrión de la reunión global contribuyó al otorgamiento de ese crédito, que resultó el paraguas financiero para tratar de encauzar una situación que era muy difícil.
Según un estudio del Centro de Economía Política Argentina, nuestro país «tuvo centralidad en el encuentro del G20 solo por su carácter de anfitrión, ya que las decisiones adoptadas en el marco del encuentro no tendrán incidencia sobre el desarrollo de las políticas económicas locales, diseñadas y controladas por el FMI mediante un severo ajuste fiscal».
Para el analista Luis Palma Cané, el principal logro del G20 fue mediático: «Colocar a nuestro país por 48 horas en el candelero mundial. En lo económico, la reunión en sí misma no ha tenido impacto alguno, más allá de algunas frases lavadas en la declaración final. Lo positivo, sin duda, fueron las reuniones bilaterales que mantuvo el presidente Macri. En ellas, tuvo oportunidad de explicar el camino a recorrer en materia económica y la necesidad imperiosa de contar con financiamiento externo para las inversiones necesarias especialmente en infraestructura. Los resultados concretos se verán en los próximos meses». Y también mencionó la posibilidad de un próximo ingreso a la OCDE, «tema que seguramente se repitió en todas las reuniones bilaterales que tuvo Macri con los países miembros de dicha organización», comentó el economista.
Estos testimonios nos permiten sostener que la relevancia del G20 radica en ser un engranaje más del sistema capitalista globalizado con importancia en la agenda mundial y escaso impacto en los países en los cuales sesiona anualmente.