10 de junio de 2020
Basta. Multitudinaria protesta en Washington contra la violencia racista. (Katopodis/Gina/AFP/DACHARY)El asesinato de un joven negro desarmado a manos de un policía blanco en Minneapolis desató una protesta generalizada contra el racismo en los Estados Unidos. Este asesinato se suma a una larga serie de casos en que policías blancos agreden y matan a miembros de las comunidades afroamericanas y luego la Justicia los absuelve. La diferencia, en este caso, es que se da en el medio de la pandemia, que afecta principalmente a la población negra tanto en los contagios como en la pérdida de empleos.
Antes del crimen de George Floyd, medios y organizaciones no gubernamentales habían alertado de los efectos del COVID-19. El 14 de abril The New York Times publicó un artículo con un sugestivo título: «¿Por qué el coronavirus está matando más afroamericanos?». La respuesta era contundente: por el lugar que ocuparon y ocupan en la sociedad desde que fueron traídos como esclavos de África en el siglo XVII. La guerra civil entre 1861-1865 tuvo como eje central la abolición de la esclavitud, sin embargo, hubo que esperar hasta la década del 60 del siglo XX para que se dieran pasos reales con el fin de eliminar la segregación. Entre otras había segregación racial en las universidades, los autobuses y el deporte. Conseguidos los derechos formales fueron relegados a las peores zonas de las ciudades, con profundas diferencias en calidad de empleos, ingresos y educación.
Sin esta historia de discriminación no se puede comprender por qué hoy el coronavirus afecta más a la población negra. El día del asesinato de Floyd, la socióloga Sabrina String afirmaba en un artículo que el principal motivo para entender la causa por la cual el COVID-19 afecta tanto a la población negra era la esclavitud, es decir, había que remontarse a los orígenes de la construcción del país para comprenderlo. El problema no es coyuntural sino estructural, algo que vienen señalando los movimientos afroamericanos desde hace décadas y que es ignorado por el poder político. La elección de Barack Obama tuvo un alto contenido simbólico por ser el primer negro que ocupó la presidencia, pero no hubo cambios profundos durante sus ocho años de gobierno.
Ahora, a raíz de la extensión de las protestas, una parte importante del establishment político y los medios parecen percibir que el reclamo es demasiado profundo para ser manejado por este presidente. Donald Trump tiene un largo historial de gestos discriminatorios y simpatiza con los llamados «supremacistas blancos», calificativo delicado para definir a grupos de extrema derecha, herederos del tristemente célebre Ku Klux Klan. No solo afiliados al partido Demócrata o históricos dirigentes progresistas manifestaron su preocupación. El expresidente George W. Bush emitió un comunicado en el que se pregunta cómo hacer para terminar con el racismo sistémico dentro de la sociedad y plantea que aquellos que quieren acallar las voces de protesta no entienden nada. También James Mattis, exsecretario de Defensa del actual mandatario, lo atacó diciendo que era una amenaza para la Constitución.
La respuesta de Trump a los reclamos hay que leerla en clave electoral. Todos sus dichos están condicionados por la búsqueda de ser reelegido. Así, y pese a la extensión del COVID-19, recalca los avances de su gobierno y dice que muy pronto Estados Unidos hallará la vacuna, evita mencionar la cantidad de muertes y ataca al partido Demócrata, a los gobernadores opositores y a Joe Biden, su rival en noviembre. Pero el asesinato de Floyd encendió la mecha de una revuelta que lo tomó por sorpresa. Fiel a su estilo de considerarse el mejor de todos, dijo que nadie había hecho tanto como él por la población afroamericana desde la época de Abraham Lincoln, uno de los padres de la patria. Trump estaba seguro de encaminarse a una victoria frente a un candidato anodino. Pero miles de muertes por el coronavirus y las manifestaciones masivas lo han puesto contra las cuerdas.