30 de noviembre de 2016
Presidente PRO. Un cambio en el marco de una avanzada conservadora en la región. (Télam)
A un año del inicio de la presidencia de Mauricio Macri vale el esfuerzo de sintetizar los resultados de la acción de gobierno y sus consecuencias para la Nación y el pueblo. Lo primero sencillamente constatable es que las medidas tomadas en este período beneficiaron ampliamente a los sectores concentrados: «Ya no tendremos que escondernos», tal como dijo el presidente al presentar el vergonzoso blanqueo de capitales. Ninguna promesa que protegiera a las clases populares fue cumplida. Más aún, las políticas del gobierno nacional impactaron negativamente en la vida cotidiana de los argentinos e hipotecan perversamente el futuro.
La promesa de asegurar todos los derechos y mejorar cada día la vida de los argentinos queda solo en un relato cuidadosamente elaborado y difundido por los polos de poder mediático. La gran depreciación de la moneda, la quita de retenciones y subsidios, la política de despidos seriales del Estado, la apertura económica y la liberalización financiera, la reducción presupuestaria, los embates para lograr una flexibilización laboral y una redefinición radical del papel del Estado son los trazos más gruesos de un modelo claramente neoliberal y conservador. Todos los indicadores sociales han empeorado, mientras que es notoria una redistribución del ingreso en favor de los sectores de privilegio. Se procedió, además, a un gigantesco endeudamiento del Estado, que ya alcanza incrementos extraordinarios a menos de un año de gobierno.
Estas realidades han despertado un creciente movimiento social de oposición que seguramente se incrementará de modo paulatino. La energía social resistente se expandió por todo el país y abarcó a las más diversas expresiones del campo popular. Los retrocesos en materia de la anterior política de memoria, verdad y justicia, así como las crecientes prácticas represivas ponen al gobierno al límite del estado de derecho. También fueron prioridades en la nueva agenda hegemónica el debilitamiento de la unidad regional y la subordinación automática a la política exterior de Estados Unidos. Asistimos funestamente a un festival triunfalista de signo regresivo en materia de soberanía y emancipación. Podríamos decir que se trata de una nueva versión de la otrora tristemente célebre política de «relaciones carnales» con el coloso del norte.
Lo devenido en nuestro país es parte de una contraofensiva exitosa que han sufrido los pueblos latinoamericanos, con un cambio en las relaciones de fuerzas continentales y un avance de los espacios conservadores alineados con los poderes trasnacionales concentrados y los grandes grupos locales, que han implementado «golpes blandos» y otras contraofensivas en Honduras, Paraguay, Venezuela, Bolivia y Brasil.
Vale preguntarse cuál es la perspectiva de un modelo de sociedades que consiste en mercantilizar la vida social, en reproducir la desigualdad y la exclusión, imponer la ley del más fuerte, convertir al Estado en una junta de negocios del privilegio y de negación de los derechos de los más necesitados, hundir en la miseria a millones de personas, etcétera.
En los últimos 15 años la región ha experimentado un camino valioso en materia de construcción de sociedades más justas. Estamos atravesando un momento de reflujo pero que de ningún modo significa el entierro de la memoria y la clausura de toda esperanza. En la búsqueda de la unidad en la diversidad seguramente habrá lugar para reflexiones que permitan evaluar las relaciones de fuerzas que primaron en cada momento de la disputa. Se verifica que no siempre poseer el gobierno implica hegemonía y que los poderes fácticos operan permanentemente en las múltiples dimensiones del acontecer político, social y económico. Cabe preguntarnos cuáles fueron los errores u omisiones cometidas, que dieron lugar a que importantes sectores de la población beneficiados por las políticas llevadas a cabo durante el proceso anterior le dieran la espalda y eligieran con su voto un proyecto antagónico, pues si algo resulta indudable es que los ataques al modelo precedente no eran para corregir errores, sino para cambiar el rumbo en dirección contraria. Ahora se abre el camino de una confrontación que comienza por comparar promesas con realidades. Será menester articular la enorme potencia social de las mayorías, de los movimientos sociales y las fuerzas políticas dispuestas no solo a no dejarse avasallar, sino a construir desde una nueva hegemonía, en pos de un país libre, democrático, soberano e integrado en el sueño de la patria grande.