28 de noviembre de 2022
A poco más de un año de las elecciones de 2023 el expresidente Mauricio Macri publicó un libro desde cuya portada queda explícita su intención: Para qué. Aprendizajes sobre liderazgo y poder para ganar el segundo tiempo; o sea, aprendizajes para el segundo mandato presidencial al que aspira con tanto ahínco. Su narración autobiográfica contó con el auxilio editorial de Pablo Avelluto, quien fue su ministro de Cultura entre 2015 y 2018. El libro está dividido en dos partes: una primera dedicada al tema del liderazgo y en la cual Macri cuenta cómo aprendió las sutiles artes requeridas para ser un líder; y una segunda en donde el tema es el poder, y su ejercicio como jefe de Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y como presidente de la República.
Se trata de un libro completamente autorreferencial y cuya finalidad excluyente es la exaltación de su propia figura. En sus páginas cuenta la historia de cómo se «construyó» como líder partiendo de su secuestro en 1991 –suceso que funge como la estación inicial de su carrera, y su actuación en las empresas del grupo liderado por su padre y, sobre todo, como presidente de Boca Juniors–. Es notable la muy escasa referencia a su historia familiar, al privilegiado entorno en el que pudo desarrollar sus supuestas cualidades de liderazgo y la enorme ventaja con la que este apóstol de la «meritocracia» inició lo que para la inmensa mayoría de argentinas y argentinos es el duro camino de la vida.
Si en la primera parte del libro hay algunos atisbos de autocrítica (referidos sobre todo a sus dificultades para establecer su liderazgo en Sideco, en Boca Juniors y, en parte, en la Ciudad), en lo tocante a su paso por el Gobierno nacional aquella brilla por su ausencia. Estamos en presencia de una apologética destinada a presentar la imagen de una persona plenamente calificada para asumir la ciclópea tarea que propone en las últimas páginas del libro: la fundación de una Argentina «post-populista».
Creo conveniente pasar por alto lo que podría ser un extenso análisis de las contradicciones que se despliegan a lo largo del libro. Por ejemplo, cuando se lamenta de que muchas cosas no hayan podido cambiarse durante su gestión en la Ciudad debido «a la acción de un pequeño número de jueces siempre dispuestos a otorgar medidas cautelares en función de sus simpatías políticas» (p. 204).
Por lo visto aprendió la lección porque una vez instalado en la Casa Rosada le encargó a su equipo la conformación de una tenebrosa e inmoral «Mesa judicial» que propinaría el golpe de gracia a la desprestigiada Justicia Federal de este país y, por extensión, debilitaría a nuestro régimen democrático. Otro ejemplo: cuando afirma que «aprendí a percibir y detectar la importancia de los diferentes estados de ánimo y sus efectos sobre el trabajo cotidiano. Supe de la importancia de conocer mucho más a quienes me rodeaban entonces y ahora» (p. 37). Fiel a su convicción, organizó una densa red ilegal de espionaje de la que no lograron ponerse a salvo ni siquiera sus familiares más cercanos, y ni hablar de los integrantes de su equipo.
Rápido y furioso
Pero lo más importante del libro se encuentra en los capítulos finales, donde Macri anuncia su propósito de instaurar un modelo político que ponga fin al «largo ciclo económico del populismo y la lógica de un Estado paternalista» para dar comienzo a otro en el que el Estado «solo se ocupe de sus funciones esenciales como son la seguridad, la educación y la Justicia» (p. 242).
Esta absurda concepción minimalista del Estado, que Antonio Gramsci cuestionó al homologarla al papel de un «gendarme nocturno», fue criticada ya en 1962 nada menos que por el padre del monetarismo contemporáneo, Milton Friedman, en su clásico libro Capitalismo y libertad. En ese texto, que al parecer ni Macri ni Avelluto leyeron, el profesor de Chicago reserva para el Estado un conjunto de atribuciones que van mucho más allá de lo que Macri y los charlatanes del «libertarianismo» proponen. Dice que «un Gobierno que mantenga la ley y el orden, defina los derechos de propiedad, sirva como un medio para modificar los derechos de propiedad, resuelva sobre las controversias relativas a la aplicación de las leyes, asegure los contratos, promueva la competencia, suministre un marco monetario, se dedique a contrarrestar a los monopolios técnicos y a superar los efectos “de vecindad” considerados generalizadamente como suficientemente importantes para justificar la intervención gubernamental, y que complemente la caridad privada y la familia en la protección de los irresponsables –sean estos locos o niños–, tal Gobierno claramente tendría importantes funciones que cumplir. El liberal consistente no es un anarquista», concluye.
La visión de Macri se sitúa claramente a la derecha de Friedman, en una suerte de anarcocapitalismo, y es esa ideología retrógrada y arcaica la que orientaría las políticas de su Gobierno si su fuerza política triunfara en las elecciones del año próximo.
No lo pudo hacer en los primeros 90 días de su «primer tiempo» (2015-2019) porque abrigaba dudas acerca de si la sociedad habría tolerado esas duras políticas. Pero ahora, según Macri, ese clima de opinión ha mudado y «los argentinos quieren más cambio y no menos. Lo quieren más rápido y no gradualmente». Este último aserto merece ser cuidadosamente examinado, porque la frustración que embarga a amplios sectores de la ciudadanía desencantados con las políticas del actual Gobierno podría haberlos predispuesto a tolerar políticas que en el pasado habrían desatado una encarnizada oposición.
Por eso asegura que esta vez «no habrá tiempo ni sustento político para quedarnos a mitad de camino, habrá que tomar decisiones drásticas». De esto se desprende la búsqueda del equilibrio de las cuentas públicas a cualquier precio. «Si corresponde privatizar o cerrar empresas estatales deficitarias, como el caso de Aerolíneas Argentinas, debemos avanzar sabiendo que por encima de los intereses de sindicalistas y políticos está el de todos los argentinos», sostiene (p. 251).
Estas y otras reformas estructurales, que veremos a continuación, deberán ser «sancionadas en las primeras horas» del próximo Gobierno y «terminar de inmediato con legislaciones obsoletas en materia laboral, sindical, previsional y fiscal. Lo que no se hace de entrada es muy probable que no se pueda hacer nunca» (p. 254). El programa muy sucintamente enunciado contempla la drástica reducción del gasto público, condición necesaria para aliviar la carga impositiva que, según Macri, «asfixia a la actividad privada».
Se pondrá fin al proteccionismo para estimular la competitividad de nuestras industrias y defender el bolsillo de los consumidores. El diagnóstico catastrofista que inspira estas últimas páginas es categórico: «el Estado argentino, tal como lo conocimos, ha colapsado: hoy no es otra cosa que una gigantesca fábrica de déficit, inflación y pobreza». En otras palabras, la apuesta política es culminar la obra que la dictadura cívico-militar de 1976-1983 y la larga década del menemismo dejaron inconclusa.
Sería el tercer y definitivo ensayo de aplicación de las políticas neoliberales asegurándose de que esta vez no haya espacio posible para revertir esas contrarreformas; y para eliminar definitivamente de nuestra vida política a las fuerzas contestatarias que tuvieran la ocurrencia de pretender resucitar, de nueva cuenta, a las políticas fulminadas como «populistas», pero que en realidad son de promoción de la igualdad, la libertad y la democracia. Por eso, impedir la victoria de una derecha recalcitrante y revanchista como la que encarna Macri se impone como una impostergable e imprescindible obligación patriótica.