21 de junio de 2023
Están por cumplirse cuarenta años de la recuperación de la democracia argentina y todavía persisten en el imaginario popular algunas de las ilusorias creencias que acompañaron al nuevo orden político desde su nacimiento. Una de las más perniciosas es la que asegura que existe en este país una derecha democrática, que si no es Gobierno actuará como una oposición leal al Gobierno de turno.
Pero las duras enseñanzas de la historia demuestran, especialmente en el marco de procesos reformistas o moderadamente progresistas, lo fatal que es creer que la derecha puede actuar como una oposición leal. La lealtad a un Gobierno que no le es propio es completamente ajena a su ADN. Antes bien, uno de los rasgos esenciales de la derecha es su permanente e incurable deslealtad para con los Gobiernos democráticos. En la Argentina y muy especialmente en Latinoamérica, cuando no es Gobierno la derecha siempre será conspirativa y destituyente. Como lo observara con justa razón Maquiavelo, los ricos y poderosos jamás van a dejar de ver a cualquier gobernante como un intruso, aun aquellos que se desvivan por complacerlos. Mucho más si quien lleva las riendas del Estado tiene la osadía de promover políticas contrarias a sus intereses. Y, amenazada, aunque sea superficialmente por iniciativas reformistas, el tránsito desde la oposición institucional a la contrarrevolución violenta ha sido prácticamente inexorable en la historia latinoamericana. A veces esa transición procede lentamente, pero en otros lo hace con la rapidez de un relámpago. La respuesta que debe dárseles a la derecha embarcada en una estrategia violentista no puede ser la misma que merece la oposición que juega dentro del sistema democrático. Y es preciso reconocer que el espiral de la violencia suele comenzar en el terreno simbólico, en el lenguaje y en la gestualidad. Las nuevas derechas que están brotando por doquier medran con la pasividad de las fuerzas democráticas, hijas de una tolerancia mal entendida. En Alemania los principales símbolos que evocan al régimen nazi están prohibidos, incluyendo banderas, insignias, uniformes, lemas, canciones y saludos. La prohibición alcanza también a los símbolos, imágenes y emblemas de partidos legales confusamente similares a los partidos o asociaciones del período nazi. En la Argentina no se cuenta con una legislación semejante que nos proteja de esa peste.
En el contexto sociopolítico actual la apología de la violencia que explícitamente realizan los sectores de la derecha radical, especialmente los miembros de La Libertad Avanza, encuentra un eco favorable en el electorado entre los 18 y 29 años de edad, que concentran la cuarta parte del padrón electoral nacional. Esta proporción se incrementa en casi el 3% si se toma en cuenta la participación de los jóvenes de 16 y 17 años, llegándose nada menos que a un 28% del padrón nacional. La atracción que una prédica engañosamente «antisistémica» ejerce sobre esta categoría etarea de votantes es potenciada por varios factores: la crisis económica y la letal combinación de inflación y deterioro en la distribución de los ingresos; la decepción y generalizada desesperanza en relación con la gestión del Gobierno; y, por último, en una lista sin pretensión de exhaustividad, la débil y muy demorada respuesta tanto del Gobierno como del arco político tradicional sobre los riesgos de la fascistización de la sociedad abre el espacio para que una candidatura absolutamente consustanciada con la preservación del sistema capitalista y las inequidades e injusticias que este alimenta luzca ante los ojos de la juventud como la única opción «antisistema». Ante el vacío discursivo del progresismo, o la dilución de su contenido en las premisas del pensamiento neoliberal, el rostro crispado de los voceros del neofascismo, sus gestos matonescos, su lenguaje soez obran el milagro de convertir a un defensor a ultranza del capitalismo en su versión más primitiva, la de la Escuela de Viena, en la alternativa «antisistémica» a la crisis. Y en ese marco la derecha está más que dispuesta a pagar el precio de apoyar a un extravagante demagogo neofascista dispuesto a demoler los fundamentos mismos del orden democrático con tal de erradicar para siempre de la faz de la Argentina a cualquier alternativa progresista o «nacional popular». Como decíamos más arriba, la derecha es una enemiga irreconciliable de la democracia. Concluimos con una reflexión que el sociólogo español Juan Carlos Monedero ofreciera para comprender la debacle de la coalición de centroizquierda en su país y que, nos parece, es útil para descifrar algunas de la coyuntura argentina. Dice en su nota que «la gente que vota a la izquierda ve que sus representantes hacen las mismas políticas que la derecha. Cuando eso ocurre, la gente termina votando a lo que creen que hace más daño al sistema, esto es, a la extrema derecha o una derecha asalvajada. Claro que es mentira que esa vaya a hacer daño al sistema, pero con su lenguaje y sus modos groseros hacen de lo políticamente incorrecto el espacio político de la protesta, de la superación de obstáculos, de la autorización a romper todas las reglas sin que pase nada». (https://www.diariocontexto.com.ar/2023/05/29/entrevista-a-juan-carlos-monedero-espana-ha-entrado-sin-anestesia-en-el-ciclo-conservador-europeo/ )
En campaña. Javier Milei y otros referentes de la agrupación «antisistema», en un acto en la Ciudad de Buenos Aires.
Foto: NA