8 de noviembre de 2022
«Ojalá podamos ahora volver a disfrutar del fútbol», dice Juca Kfouri, periodista mítico del deporte brasileño. Allí está Robinho, excrack, acusado de violación en Italia, uno de los pocos que sigue acaso en alguno de los últimos bloqueos pidiendo un golpe de estado. Resabio de la complicidad que tuvo el fútbol brasileño con Jair Bolsonaro. Llegado al Gobierno con el voto popular, es cierto, Bolsonaro además de autoritario, fue ante todo despreciativo de las clases que justamente explican por qué el fútbol, pese a todas sus deformaciones, pertenece a los más humildes. ¿Qué pasó entonces para que Robinho, Neymar, Flamengo, decenas de clubes, y viejos y nuevos ídolos, muchos de ellos nacidos en la miseria, pidieran la reelección de un líder tan monstruoso como Bolsonaro?
¿Es necesario recordar el fuerte apoyo que dio Neymar a Bolsonaro en los días previos a la votación que finalmente coronó el domingo pasado a Lula? ¿Desde la promesa de dedicatoria de su «primer gol en Qatar» al live de cuarenta minutos en el que le dijo a Bolsonaro que ambos compartían «los mismos valores»? ¿Y es necesario recordar también que el mismo domingo de la votación Flamengo ofreció a Bolsonaro la Copa Libertadores que había ganado un día antes en Guayaquil? El negocio del fútbol, que acaba de coronar campeón nacional a Palmeiras, agradeció a Bolsonaro su política neoliberal. Dineros globales fortalecieron fichajes y salarios millonarios y Brasil domina como nunca antes en Sudamérica (es un boom que omite que sus clubes deben cerca de 2.000 millones de dólares). El fútbol avaló a Bolsonaro aun en los peores tiempos, cuando morían miles en la pandemia. Hay una frase que grafica como pocas la era del desprecio. La dijo Angela Machado, esposa de Rodolfo Landim, presidente de Flamengo, y directora de Responsabilidad Social del club más popular de Brasil. Machado protestó porque Bolsonaro, dijo ella, ganó en las regiones «donde se produce», pero perdió «donde viven de vacaciones». Habló del agro aliado y de la garrapata (referencia al Nordeste más pobre, donde Lula cosechó casi el 70% de los votos). «Si el ganado muere», amenazó Machado, «la garrapata pasa hambre».
La única reivindicación final que pudo ofrecer el fútbol no partió de clubes ni jugadores, sino de hinchas. Camioneros bolsonaristas, enojados con la votación, bloquearon rutas en todo el país. La policía fue pasiva. El golpismo fue combatido por hinchas. Algunos porque querían llegar a destino para ver a sus equipos. Otros, como los de Corinthians, el equipo de Lula, para mostrar un cartel que decía «Democracia».