12 de junio de 2019
Desde bastante antes de llegar al poder, Cambiemos tuvo en la mira al gobierno venezolano. Y la oportunidad le llegó: el 6 de diciembre de 2015, exactamente cuatro días antes de que Macri jurara como presidente, el chavismo perdía por abrumadora mayoría las elecciones parlamentarias y comenzaba la ofensiva más feroz contra Nicolás Maduro desde la muerte de Hugo Chávez. Macri aprovechó entonces para liderar un bloque enemigo de todo lo que oliera a integración regional. Y puede decirse que fue coherente. Chávez fue un pilar fundamental en la construcción de organismos latinoamericanos y, sin dudas, uno de los «culpables» de aquel ciclo que tuvo su gran espaldarazo en el No al Alca de Mar del Plata en 2005. La alianza del macrismo con los gobiernos de derecha que se fueron instaurando en los últimos años sirvió para correr la agenda hacia directivas más afines al Departamento de Estado de Estados Unidos.
La Cancillería, primero con Susana Malcorra y luego con Jorge Faurie, fue consecuente en el estrago de cada una de las instancias que con paciencia y persistencia se habían formado en la primera parte del siglo XXI. En ese contexto, Venezuela fue suspendida del Mercosur apelando a la cláusula democrática. Coordinada con Brasil, Chile, Colombia, Paraguay y Perú, Argentina anunció recientemente su retiro de UNASUR, la máxima construcción regional de esos años dorados, a pesar de que por las propias reglas de la institución quien debería decidir eso es el Congreso. El último paso hacia la desintegración, también coordinado con las derechas sudamericanas, es un decreto por el cual el gobierno de Macri pretende que no se vote a parlamentarios de Mercosur en las elecciones de octubre.